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Los brazos de Rhys se tensaron a mi alrededor, como si él hubiera adivinado mis intenciones.

– Mentiste sobre tomar a Rhys en tu cama -dijo ella por fin.

– No -dije-. Acabamos de despedir a los trasgos en el espejo. – Me limpié los ojos y me giré para afrontar a mi reina. ¡¡Cómo la odiaba!!.

– Pareces un poco pálida e indecisa para el sexo, sobrina. -Su voz ronroneó de placer por el efecto que provocaba en mí. Era eso, ¿sólo un juego para ver cómo de horrible podría hacerme sentir? ¿Crystall era alguien sin importancia, sólo un cuerpo para usar y así hacerme daño?

– Haré que Sholto traiga a Rhys a casa. Él puede encantar mi espejo como encantó el tuyo, y luego puede unirse a mí, como siempre ha querido. -Luego miró hacia Rhys. Le dirigió una profunda mirada con aquellos ojos de tres tonalidades de gris. -Porque todavía me quieres… ¿no es así, Rhys?

Era una pregunta peligrosa. Rhys habló, con cuidado.

– ¿Quién no querría acostarse con semejante belleza? Pero tú quieres que Merry se quede embarazada, y debo estar aquí para cumplir mi deber con ella, como ordenarte que hiciera.

– ¿Y si te ordeno que regreses a casa? -inquirió ella.

– Diste tu juramento de que todos los hombres que habían venido a mi cama serían míos -dije. -Lo juraste.

– Exceptuando a Mistral. A él no te lo di para que le conservaras -dijo ella.

– Excepto a Mistral -asentí, con voz suave, y luchando por mantenerla.

– ¿Te trastornaría más ver a Rhys tirado en mi cama en lugar de a éste?

Otra vez, una pregunta peligrosa. Pensé varias cosas que decir, pero me conformé con decir sólo la verdad.

– Sí.

– No puedes amarlos a todos, Meredith. Ninguna mujer puede amarlos a todos.

– Con un amor verdadero, quizás no, mi reina, pero de alguna forma sí que los amo a todos. Los amo porque son mi gente. Me enseñaron que uno tiene que cuidar a aquellos que están a su cargo.

– Las palabras de mi hermano siguen saliendo con frecuencia de tu boca. -Ella sacudió la mano, y creo que no fue a propósito que la sangre saliera disparada hacia su lado del espejo. -Sir Hugh se ha puesto en contacto conmigo. Se está hablando de obligar a Taranis a sacrificarse para devolver la vida a su gente. Una conversación regicida, Meredith. En la conversación ha salido a colación lo que la Corte de la Luz ha sufrido bajo su reinado de locura. -Hubo algo en la manera de decir esto último que hizo que mi estómago se encogiera.

Frost aclaró…

– Él estaba completamente loco esta mañana, mi reina.

– Sí, Asesino Frost, sí, así que todavía sigues ahí. Todavía a su lado. Los Luminosos quieren que sepa que no desean insultarme al ofrecerte su trono.

– ¿Está decidido entonces? -preguntó Frost.

– No, todavía no, pasará algo más que un día y una noche antes de que la facción de Hugh pierda o gane el control de suficiente parte de la nobleza como para poder ofrecer a su trono a nuestra princesa. Hugh me dijo que siempre podría tener a Cel para ocupar mi trono. Como si no fuera Meredith mi primera opción.

¿Acaso tenía Hugh alguna idea de cuánto me había puesto en peligro? Andais no era mucho más estable que Taranis. No tenía ni idea de cómo podría reaccionar a tal conversación con la Corte de la Luz.

– Pareces asustada, Meredith -me dijo.

– ¿Debería no estarlo?

– ¿Por qué no estás conmovida ante la posibilidad de ser la reina Luminosa?

– Porque mi corazón está con la Corte de la Oscuridad -dije finalmente.

Entonces ella sonrió.

– Es así, ¿de verdad? La mitad de mi sithen está recubierto de mármol blanco, rosado y dorado. Hay flores y brotes por todas partes. El Vestíbulo de la Muerte que queda en pie, y que fue un lugar para la tortura durante milenios ahora está cubierto de flores. La magia de Galen disolvió todas las celdas, y no puedo hacer nada para reconstruir el sithen. Tengo a gente arrancando las flores en el vestíbulo, pero simplemente vuelven a salir a la noche siguiente.

– No sé lo qué quieres que diga, Tía Andais.

– Pensé que la única revolución de la que debía de preocuparme era una causada por las armas o la política. Tú me has mostrado que hay otros modos de perder el poder, Meredith. Tu magia posee mi sithen incluso desde Los Ángeles. Los cambios nos arrastran cada día más, como una especie de cáncer. -Ella se rió, pero esa risa tenía un resquemor doloroso. -Un cáncer formado por flores y paredes de color pastel. Si yo dejara a los Luminosos tenerte, ¿mi reino volvería a ser como era, o es demasiado tarde? Es esto lo que quieren los Luminosos, Meredith, ¿que tú rehagas todos los mundos feéricos a su imagen? Estás destruyendo nuestra herencia, Meredith. Si no lo paro, pronto no habrá ninguna Corte Oscura que salvar.

– No fue deliberado por mi parte, Tía.

– Si te doy a los Luminosos, ¿se parará?

Miré fijamente a aquellos ojos. Ojos que reflejaban menos cordura de la que deberían tener.

– No lo sé.

– ¿Qué dice la Diosa?

– No lo sé.

– Ella habla contigo, Meredith. Sé que lo hace. Pero ve con cuidado. Ella no es una deidad cristiana que tendrá cuidado de ti. Ella es el mismo poder que me hizo.

– Sé que la Diosa tiene muchas caras – le dije.

– ¿Y tú, Meredith, en realidad cuántas tienes?

Sólo sacudí la cabeza.

– Disfruta de Rhys mientras puedas, porque una vez que te sientes en el trono Luminoso, mis guardias regresarán conmigo. Ellos guardan sólo a nuestra realeza.

– No estoy de acuerdo…

Ella me silenció.

– Ya no sé cómo salvar a mi gente y a nuestra cultura. Pensé que tú serías la solución, pero aunque puedas salvar el mundo hada, al mismo tiempo pareces destruir el estilo de vida Oscuro. ¿Te ofreció la Diosa una elección sobre cómo devolver la vida a las hadas?

– Sí -dije suavemente.

– Te ofreció el sacrificio de la sangre o el sexo, ¿verdad?

– Sí -dije. No pude esconder la mirada de asombro de mi cara.

– No parezcas tan sobresaltada, Meredith. No siempre he sido reina. Antes nadie gobernaba aquí si no eras elegido por la Diosa. Elegí la muerte y la sangre para cimentar mi lazo con la tierra. Elegí el camino de la Oscuridad. ¿Qué elegiste tú, hija de mi hermano?

Había una luz en sus ojos que me hizo tener miedo de decir la verdad, pero no podía mentir, no sobre esto.

– La vida. Elegí la vida.

– Elegiste el camino de la Luz.

– Si hay un modo de traer el poder sin matar, ¿por qué es una equivocación el elegirlo?

– ¿La vida de quién salvaste?

Humedecí mis labios que de repente estaban secos.

– No pregunté.

– ¿Doyle?

– No -le dije.

– ¡Entonces quién! -me gritó.

– Amatheon -solté.

– Amatheon. Él es uno de tus nuevos amantes. Él ayudó a Cel a atormentarte cuando eras una niña. ¿Por qué?

– No te entiendo, Tía.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué, qué? -inquirí.

– ¿Por qué le salvaste? ¿Por qué no matarle para devolver la vida a la tierra? Seguro que él habría accedido al sacrificio voluntariamente.

– ¿Por qué matarle si no tenía que hacerlo? -pregunté.

Ella sacudió la cabeza tristemente.

– Esa no es una respuesta de la Oscuridad, Meredith.

– Mi padre, tu hermano, habría dicho lo mismo.

– No, mi hermano era un Oscuro.

– Mi padre me enseñó que todos los duendes ya sean del más bajo al más alto nivel tienen valor.

– No -contestó ella.

– Sí -respondí.

– Pensé en ti mientras hería a Crystall, Meredith. La única pega que tengo sobre cederte a los Luminosos es que si lo hago, no puedo matarte sin comenzar una guerra. No quiero perder la ocasión de torturarte hasta la muerte, Meredith. No puedo dejar de pensar que cuando estés muerta tu magia desaparecerá y esa Diosa traicionera desaparecerá contigo.

– ¿Condenarías a todos los duendes a la muerte porque éste no es el mundo feérico que tu deseas que haya? -esto lo preguntó Frost, sorprendido.

– Sí y no. -Con esto, el espejo quedó otra vez en blanco. Nos quedamos mirándolo mientras cavilábamos. Estábamos pálidos y conmocionados. Hoy, ninguna buena noticia parecía quedar impune.