Выбрать главу

– Sí -respondí.

– Pensé en ti mientras hería a Crystall, Meredith. La única pega que tengo sobre cederte a los Luminosos es que si lo hago, no puedo matarte sin comenzar una guerra. No quiero perder la ocasión de torturarte hasta la muerte, Meredith. No puedo dejar de pensar que cuando estés muerta tu magia desaparecerá y esa Diosa traicionera desaparecerá contigo.

– ¿Condenarías a todos los duendes a la muerte porque éste no es el mundo feérico que tu deseas que haya? -esto lo preguntó Frost, sorprendido.

– Sí y no. -Con esto, el espejo quedó otra vez en blanco. Nos quedamos mirándolo mientras cavilábamos. Estábamos pálidos y conmocionados. Hoy, ninguna buena noticia parecía quedar impune.

CAPÍTULO 15

ESTABA LISTA PARA ACOSTARME, PODER DESCANSAR Y relajarme un poco. Prometía ser una larga noche. Pero tenía prohibido quedarme sola. Ni siquiera para dormir. Entre la traición de Taranis y con la Reina Andais que ahora era capaz de mirar en el espejo a voluntad, Rhys y Frost simplemente no estaban dispuestos a arriesgarme dejándome sola. Yo no podía discutir con ellos, por lo que ni siquiera lo intenté. Así que comencé a desnudarme para luego meterme entre las sábanas.

Si hubieran sido Doyle y Frost ambos se hubiesen quedado, y podríamos haber dormido o podríamos haber hecho algo más activo. Pero Rhys y Frost nunca me habían compartido, ni siquiera para dormir. Hubo un momento de torpeza cuando me desnudé y ellos se miraron el uno al otro.

Fue Rhys quien dijo finalmente…

– Quiero tener sexo contigo antes que lleguen los trasgos esta noche, pero he visto esa mirada en el rostro de Frost antes.

– ¿Qué mirada? -preguntó Frost, pero yo no pregunté, porque podía verla, y la había visto antes. La necesidad de Frost y la incertidumbre se reflejaban claras en sus ojos, en las líneas de su boca.

– Quiero sexo -dijo Rhys-, pero tú necesitas tranquilidad, y eso toma más tiempo.

– No sé lo que quieres decir -dijo Frost con voz fría. Su rostro era la arrogancia suprema otra vez, ese momento de incertidumbre escondido detrás de años de vida en la corte.

Rhys sonrió.

– Está bien, Frost. Lo entiendo, realmente lo hago.

– No hay nada que entender -dijo Frost.

Me deslicé desnuda bajo las sábanas, casi demasiado cansada como para preocuparme de quién ganaba la conversación. Me acomodé contra las almohadas y esperé a que uno de ellos se metiera en la cama conmigo. Estaba tan cansada, tan abrumada por todos los acontecimientos del día que no parecía importarme quién durmiera a mi lado, mientras alguien lo hiciera.

– Doyle no sólo es tu capitán, Frost. Habéis sido la mano derecha el uno del otro durante siglos. Sientes su falta.

– Todos sentimos la falta de él sano a nuestro lado -dijo Frost.

Rhys asintió con la cabeza.

– Sí, pero sólo tú y Merry sentís su pérdida tan profundamente.

– No te entiendo -dijo Frost.

– Está bien -dijo Rhys. Me miró. La mirada me preguntaba… ¿Tú lo entiendes? Creí que lo hacía.

– Ven a acostarte, Frost. Duerme conmigo -dije dando palmaditas en la cama.

– Doyle me dijo que te cuidara hasta que él fuera capaz de hacerlo.

Me reí del rostro que intentaba permanecer en blanco y fallaba por los pelos.

– Entonces ven a acostarte y cuídame, Frost.

– Me prometiste sexo, y voy a cobrarte la palabra -dijo Rhys.

Frost vaciló hacia la cama.

– Nunca hemos compartido a la princesa.

– Y no vamos a hacerlo ahora -dijo Rhys-. Compartiré algunas veces con los hombres más nuevos porque a Merry le gusto más yo que ellos. -Él sonrió, y le devolví la sonrisa. Entonces su cara se ensombreció, y hubo algo demasiado serio en su rostro-. Pero no podría compartirla contigo y ver como se siente ella respecto a ti. Sé que ella te ama más, a ti y a Doyle, pero no deseo que el hecho sea frotado sobre mi cuerpo como sal sobre una herida.

– Rhys… -le dije.

Él sacudió la cabeza, y levantó una mano hacia mí.

– No trates de salvar mi ego. Tendrías que mentir para hacerlo, y los sidhe no mienten.

Fue Frost quién dijo…

– Rhys, no quiero causarte dolor.

– No puedes ayudar siendo quien eres, y ella no puede hacer como que ayuda amándote a ti. Traté de odiarte por eso, pero no puedo. Si la dejas embarazada, y termino volviendo con Andais, entonces te odiaré, pero hasta entonces, trataré de compartir con un poco de gracia.

Quise decir algo que lo hiciera sentir mejor, ¿pero qué podía decir? Rhys tenía razón; cualquier palabra de consuelo habría tenido que ser una mentira.

– No te menosprecio a propósito, mi Caballero Blanco -dije.

Rhys sonrió.

– Ambos somos igualmente pálidos, mi princesa. Sabíamos al entrar en esto que sólo un hombre puede ser rey. Pese a ello… creo que Doyle y Frost harían un buen par dirigente para ti. Es terrible que incluso entre La Oscuridad y el Asesino Frost tenga que haber un ganador y un perdedor.

Con esto, Rhys se marchó, cerrando la puerta detrás de nosotros. Oí que les hablaba a los perros, que debían de haber estado esperando fuera ante la puerta. No dejábamos entrar a los perros mientras hablábamos con Andais porque ella los había tocado y ellos no se habían transformado en perros especiales para ella. La magia no la reconocía, y ella se resentía. Frost temía que la falta de un perro para él significara que no era lo bastante sidhe. Andais simplemente odiaba el hecho de que el poder que estaba retornando parecía no reconocerla. Ella era la reina, y todo el poder de su corte debería haber sido suyo, pero no parecía funcionar de esa forma.

Casi le grité a Rhys que dejara entrar a los perros, pero no lo hice, porque eso sería un recordatorio para Frost de lo que le faltaba. La puerta se cerró suavemente, pero con firmeza, y me quedé alzando la vista hacia el hombre que se había quedado.

Frost se quitó la chaqueta del traje, y en el momento en que lo hizo pude ver todas las armas que llevaba. Había muchas armas y hojas de acero, porque él siempre iba armado para la guerra. Conté cuatro pistolas y dos dagas en la parte delantera de su armadura de cuero. Habría más, porque siempre había más armas de las que el ojo podía encontrar en el Asesino Frost.

– Sonríes. ¿Por qué? -preguntó él suavemente. Comenzó a deshacer las hebillas que sostenían el cuero en su lugar.

– Te preguntaría contra qué ejército habías planeado luchar hoy con tantas armas, pero sé lo que temías.

Él se quitó las armas con cuidado y las puso en la mesita de noche. El armamento sobre la madera poseía un intenso potencial de destrucción.

– ¿Dónde pusiste tu arma? -preguntó Frost.

– Está en el cajón de la mesita de noche.

– ¿Te la quitaste tan pronto como entraste en este cuarto, verdad?

– Sí -dije.

Él fue hacia el armario y colgó la chaqueta en un colgador. Comenzó a desabotonarse la camisa dándome la espalda.

– No entiendo por qué hiciste eso.

– Uno, un arma realmente no es cómoda. Dos, si yo hubiera necesitado mi arma en este dormitorio, eso significaría que todos vosotros estabais muertos. Si eso pasara, Frost, un arma en mis manos no me salvaría.

Él se giró con la camisa desabotonada hasta la cintura. Sacó el resto fuera de sus pantalones. Y, cansada como estaba, viéndolo sacar la camisa de sus pantalones, mirándolo desabrochar los pocos botones, hizo que mi pulso se desbocara un poco.

Su piel era una línea de blancura contra la tela un poco menos blanca. Deslizó la camisa sobre sus hombros, exponiendo su musculosa fuerza centímetro a centímetro. Él había aprendido que a veces mirar cómo se desnudaba lentamente ayudaba a que mi apetito por él aumentara.

Puso su camisa en un colgador vacío, incluso abrochando el cuello de modo que quedara colgando recta y no se arrugara. Pero al hacer eso, me permitió ver la larga línea de su espalda y hombros. Había colocado todo su cabello plateado sobre un hombro, de modo que la musculosa suavidad de su espalda fuera un espectáculo libre.