Выбрать главу

Había veces en que mirarlo colgar su ropa casi me volvía loca y me llevaba a hacer pequeños ruidos impacientes antes de que él estuviera listo para venir a acostarse. Hoy no sería uno de esos días. La vista era encantadora como siempre, pero estaba cansada, y no me sentía bien del todo. En parte era por la pena y el shock, pero también el conocimiento fastidioso de que tenía frío o estaba incubando un virus. Frost nunca había tenido frío. Nunca había tenido que sorberse los mocos.

Él se dio vuelta para mirarme, sus manos deslizándose alrededor de la pretina de sus pantalones. Había tenido que desabrocharse el cinturón antes de quitarse el aparejo de armas. Debía estar más cansada de lo que creía para haberme perdido el momento en que destrababa su cinturón.

Comenzó con el primer botón de sus pantalones, y yo rodé sobre mí misma. Rodé hasta que mi cara estuvo sepultada en la almohada y no podía mirarlo. Era demasiado hermoso para ser verdadero. Demasiado asombroso para ser mío.

Sentí movimiento en la cama, y supe que estaba en la cama conmigo.

– ¿Merry, qué pasa? Creí que disfrutabas mirándome.

– Lo hago -dije, aún sin mirarlo. Cómo hacía para explicarle que tenía uno de esos raros momentos en que mi mortalidad parecía demasiado verdadera y su inmortalidad un recordatorio demasiado grande.

– ¿No soy suficiente para complacerte sin Doyle a mi lado?

Eso me hizo darme la vuelta y mirarlo. Él estaba sentado en el borde de la cama, con una pierna y la rodilla vueltas hacia mí. Sus pantalones se abrían allí donde él había soltado los botones, pero no la cremallera, su cinturón enmarcando el trabajo sin hacer. Estaba un poco inclinado, de modo que los finos músculos y las líneas de su estómago se marcaban. Tenía que elegir entre bajar la mirada a su regazo y lo que sabía que todavía estaba cubierto por sus pantalones, o subirla a la belleza de su pecho, hombros y rostro. De estar de otro humor yo la habría bajado, pero a veces un hombre necesita que le prestes atención a cosas por encima de la cintura antes de moverte más abajo.

Me senté, manteniendo la colcha delante de mis pechos, porque conmigo desnuda a veces Frost se olvidaba de escuchar, y quería que él me oyera.

Estaba allí sentado, con su pelo desparramado como un fuego plateado alrededor de su piel desnuda. No iba a mirarme, aunque yo sabía que él podía notar el movimiento de la cama mientras avanzaba poco a poco para poder tocar su brazo.

– Frost, te amo.

Sus ojos grises se elevaron una vez, luego volvieron a contemplar sus grandes manos que descansaban en su regazo.

– ¿Me amas sin el cuerpo de Doyle a mi lado?

Mi mano apretó su brazo mientras intentaba pensar qué decir. Ciertamente era una conversación que no había esperado tener. Realmente amaba a Frost, pero no siempre amaba sus estados de ánimo.

– Te encuentro tan deseable ahora como lo hice esa primera noche.

Él me recompensó con una pequeña sonrisa.

– Fue una noche muy buena, pero has evitado contestar mi pregunta -dijo mirándome fijamente-. Lo cual es respuesta suficiente -Comenzó a levantarse, y presioné mi mano en su brazo, no forzándolo, sino tratando de mantenerlo donde estaba. Él me dejó mantenerlo sentado en la cama aunque era más fuerte de lo que yo sería nunca. Y entonces, de nuevo esa nota de tristeza.

Suspiré, e intenté soslayar su humor y el mío para encontrar algo mejor.

– ¿Es porque me giré y no te miré mientras te desnudabas?

Asintió con la cabeza.

– No me siento bien. Creo que tengo un resfriado.

Él me miró sin comprender.

– ¿Recuerdas que algunos de vosotros pensasteis que lo que sucedió dentro del sithen me había convertido en inmortal como el resto de vosotros?

Él asintió con la cabeza otra vez.

– Si ahora tengo un resfriado quiere decir que no fue así. Todavía soy mortal.

Él puso su mano sobre la mía donde la tenía sobre su brazo.

– ¿Por qué eso te haría apartar la mirada de mí?

– Te amo, Frost, pero amarte significa que tendré que mirarte mientras te mantienes joven, hermoso y perfecto mientras yo envejezco. Este cuerpo que amas no permanecerá así. Envejeceré y conoceré la muerte, y me veré obligada a mirarte cada día y saber que no lo entiendes. Cuando sea muy vieja, todavía te quitarás la ropa y serás tan hermoso como lo eres ahora.

– Siempre serás nuestra princesa -dijo, y su rostro demostraba que él intentaba entender.

Alejé mi mano y me eché atrás sobre la cama, mirando su rostro imposiblemente encantador. Las lágrimas ardían detrás de mis ojos y se agolpaban en mi garganta, de modo que podía ahogarme de pena. Con todo lo que había pasado hoy, todo lo que había salido mal, todo el peligro a nuestro alrededor, y yo estaba a punto de llorar porque los hombres que amaba permanecerían siempre tan hermosos como lo eran hoy, pero yo no lo haría. No era la muerte lo que temía, realmente, era la lenta decadencia. ¿Cómo había hecho el marido de Maeve Reed para seguir mirándola permanecer igual mientras él envejecía? ¿Cómo sobreviven el amor y la cordura a tal situación?

Frost se inclinó hacia mí, y sus hombros eran tan amplios que su cabello se dispersó alrededor de mí como una brillante tienda de campaña, una cascada atrapada en medio de su movimiento destellando en la débil luz de mi cuarto.

– Eres joven y hermosa esta noche. ¿Por qué piensas en esas tristezas cuando están lejos, y yo estoy aquí mismo? -Él susurró las últimas palabras encima de mis labios, y terminó con un beso.

Lo dejé besarme, pero no lo besé en respuesta. ¿No lo entendía? De acuerdo, por supuesto que no lo hacía. ¿Cómo podría? O… o…

Empujé una mano contra su pecho y conseguí espacio suficiente para examinar su cara.

– ¿Has amado a alguien y la has visto envejecer?

Él se recostó repentinamente y no me miró. Rodeé con mi mano su muñeca tanto como pude. Era demasiado grande para poder rodearla del todo.

– ¿Lo has hecho, verdad? -Pregunté.

Él no me miraba, pero finalmente asintió con la cabeza.

– ¿Quién, cuándo? -Pregunté.

– La vi a través del cristal de una ventana cuando no era Asesino Frost, sino sólo Frost. Yo sólo era la escarcha convertida en algo vivo por las creencias de la gente y la magia del mundo de las hadas. -Él me miró, y había incertidumbre en esa mirada-. Tú me observaste en una visión una vez, viste lo que era antes.

Asentí con la cabeza. Lo recordaba.

– Fuiste a su ventana como Jack Frost -dije.

– Sí.

– ¿Cuál era su nombre?

– Rose. Tenía rizos de oro y ojos como un cielo de invierno. Ella me vio en la ventana, me vio y trató de decirle a su madre que había un rostro en la ventana.

– Ella tenía la segunda vista -dije.

Él asintió con la cabeza.

Casi lo dejé estar, pero no pude. Simplemente no podía.

– ¿Qué sucedió?

– Ella siempre estaba sola. Los otros niños parecían sentir que ella era diferente. Y ella cometió el error de contarles las cosas que podía ver. La llamaron bruja, y a su madre también. No tenía padre. Según lo que hablaban los aldeanos entre ellos, nunca había tenido un padre. Los oía mientras dibujaba con escarcha en sus casas, susurrando que Rose no había sido procreada por ningún hombre, sino por el diablo. Eran tan pobres, y yo era sólo otra parte del frío del invierno que los dañaba cada vez más. Deseaba tanto ayudarla. -Él levantó sus grandes manos, como si viera manos diferentes, más pequeñas y menos poderosas-. Yo tenía que ser algo más.

– ¿Pediste ayuda? -Pregunté.

Él me miró, asustado.

– ¿Quieres decir, pedir a la Diosa y a su Consorte que me ayudaran?

Asentí con la cabeza.

Frost sonrió y eso iluminó su rostro, le otorgó el brillo de alegría bajo el cual se escondía la mayor parte del tiempo.