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– Lo hice.

Le sonreí en respuesta.

– Y te contestaron.

– Sí – dijo, todavía sonriendo-. Me fui a dormir, y cuando desperté, era más alto, más fuerte. Les encontré combustible para su fuego, todo ese largo invierno. Les encontré alimento. -Entonces la alegría huyó de su cara-. Tomé alimento de los otros aldeanos, y ellos acusaron a su madre de robo. Rose les dijo que su amigo se lo había llevado, su brillante amigo.

Tomé su mano en la mía.

– Ellos la acusaron de brujería -dije suavemente.

– Sí, y de robo. Traté de ayudar, pero no entendía lo que era ser un humano, o siquiera un hada, yo era tan nuevo, Merry, tan nuevo para ser cualquier cosa, menos hielo y frío. Yo era un pensamiento convertido en un ser. No sabía lo que era estar vivo, o lo que eso significaba.

– Querías ayudar -dije.

Él asintió con la cabeza.

– Mi ayuda les costó todo. Fueron encarceladas y condenadas a muerte. La primera vez que llamé al frío a mis manos, un frío tan profundo que podía romper el metal, fue para Rose y su madre. Rompí sus barrotes y las rescaté.

– Pero eso es maravilloso -Su mano todavía se tensaba alrededor de la mía, y supe que la historia no terminaba allí.

– ¿Puedes imaginar qué pensaron los aldeanos cuando encontraron los barrotes metálicos rotos y a las dos mujeres fugadas? ¿Puedes imaginar qué pensaron de Rose y su madre?

– Nada que no hubiesen creído ya -dije suavemente.

– Quizás, pero yo era un pedazo de invierno. No podía construirles un refugio. No podía mantenerlas tibias. No podía hacer nada aparte de llevarlas a la muerte en el invierno con todos los humanos persiguiéndolas.

Me senté y traté de consolarlo, pero no me dejaba. Se dio la vuelta alejándose y terminó su historia.

– Ellas murieron porque por donde yo iba, el invierno me seguía. Yo todavía era algo demasiado elemental como para entender mi propia magia. Cuando todo estuvo perdido, recé. El Consorte vino a mí y me preguntó si yo dejaría todo lo que yo era para salvarlas. Yo no había estado vivo nunca, Merry, y recordaba lo que había sido antes. No quería volver a eso, pero Rose yacía tan quieta en la nieve, su pelo esparcido sobre la blancura, que dije que sí. Dejaría todo lo que era si eso las salvaba. Parecía un sacrificio conveniente, dada mi intromisión, no importa cuan bien intencionada hubiera sido, ya que había causado su miseria.

Dejó de hablar durante tanto tiempo que me acerqué y le rodeé con mis brazos. Esta vez me dejó hacerlo. Incluso se apoyó contra mi cuerpo de modo que yo abrazaba la parte superior de su cuerpo contra mis rodillas.

Susurré…

– ¿Qué pasó?

– Se oyó música en la nieve, y Taranis, el Señor de la Luz y la Ilusión, apareció montando en un caballo hecho de luz de luna. No tienes ni idea de lo asombrosa que podía ser la corte dorada cuando cabalgaba, en esos días, Merry. No era únicamente que Taranis pudiera hacer un corcel de luz, sombra u hojas. Era realmente mágico. Él y sus hombres las levantaron de la nieve y comenzaron a cabalgar hacia el mundo de las hadas. Yo me contentaba con perderla si eso significaba que viviría. Esperaba ser devuelto a la nada y estaba contento. Las había salvado, y mi existencia por la suya parecía ser lo correcto. No diré mi vida por la de ellas, porque yo no estaba vivo ni siquiera entonces, tal como no lo estoy ahora.

Lo abracé más estrechamente, y él recostó más de su peso sobre mí, de modo que me apoyé contra el pie de la cama, y lo abracé. Conservé una mano sobre su pecho y así pude sentir sus palabras retumbando a través de su cuerpo.

– Ella despertó, sostenida en el regazo de uno de la corte brillante. Mi pequeña Rose despertó. Ella lloró por su Jackie, por su Jackie Frost. Fui a ella como lo había hecho desde ese primer momento. Fui a ella porque no podía hacer otra cosa. Ella se alejó de los brazos de ese brillante señor de los sidhe y vino a mí. Yo no era como soy ahora, Merry. Era joven e infantil. La diosa me dio el mejor cuerpo que podía hacer. Pero no era uno de la corte brillante. Era un hada menor, en todas las formas posibles. Supongo que a ojos humanos yo podría haber parecido un muchacho de catorce años o quizás más joven. Parecía un buen partido para mi Rose.

Él se quedó inmóvil en mis brazos.

– ¿Qué pasó con su madre? -Pregunté.

– Todavía es cocinera en la corte dorada.

Besé su frente, luego pregunté…

– ¿Qué pasó con Rose?

– Encontramos refugio, y usé mi magia para llevarla lejos de su pueblo. La gente no viajaba en esa época como lo hacen ahora, y treinta kilómetros era distancia suficiente para no volver a verlos nunca más. Ella me enseñó cómo ser real, y crecí con ella.

– ¿Qué quieres decir, que creciste con ella?

– Me veía como un muchacho de catorce años, cuando ella era una muchacha de quince. Cuando ella creció, yo también lo hice. No fue el oficio de la espada y el escudo el que aprendí primero con estos brazos, fue el del hacha y cualquier otro trabajo que una espalda fuerte pudiera hacer para ayudar a cuidar de su familia.

– Tuvisteis niños -susurré.

– No. Creí que era porque yo no era lo bastante real. Ahora, ya que tú aún no tienes un niño, me pregunto si no es simplemente mi destino el no tenerlos.

– Pero vosotros erais una pareja -dije.

– Sí, e incluso, un sacerdote que era más amistoso que los cristianos, nos casó. Pero no podíamos quedarnos en ningún pueblo durante mucho tiempo, porque yo no envejecía. Crecí con mi Rose hasta que llegué a como me ves ahora. Entonces me detuve, pero ella no lo hizo. Vi su pelo convertirse de amarillo a blanco, sus ojos decolorarse desde el azul del invierno al color gris de los cielos nevados.

Alzó la vista hacia mí entonces, y había fiereza en su rostro.

– La vi marchitarse, pero siempre la amé. Porque era su amor el que me hizo real, Merry. No el mundo de las hadas, no la magia salvaje, sino la magia del amor. Pensé que entregaba mi vida para salvar a Rose, pero el Consorte me había preguntado si yo dejaría todo lo que era, y lo hice. Me convertí en lo que ella necesitaba que yo fuera. Cuando comprendí que no envejecería con ella lloré, porque no podía imaginar estar sin ella.

Él se puso de rodillas y puso sus manos sobre mis brazos, y miró fijamente mi rostro.

– Te amaré siempre. Cuando este pelo rojo se vuelva blanco, todavía te amaré. Cuando la suave tersura de la juventud sea sustituida por la delicada suavidad de la vejez, todavía querré tocar tu piel. Cuando tu rostro esté lleno de líneas por todas las sonrisas que alguna vez has entregado, de todas las sorpresas que he visto destellar a través de tus ojos, cuando cada lágrima que has llorado alguna vez haya dejado su señal sobre tu cara, te atesoraré tanto más, porque estaré allí para verlo todo. Compartiré tu vida contigo, Meredith, y te amaré hasta que el último aliento deje tu cuerpo o el mío.

Él se inclinó y me besó, y esta vez lo besé en respuesta. Esta vez me derretí en sus brazos, en su cuerpo, porque no podía hacer nada más.

CAPÍTULO 16

TERMINAMOS CON ÉL ENCIMA DE MÍ. SU PELO SE HABÍA desatado y caía a nuestro alrededor como una lluvia de plata, si la lluvia pudiera ser suave como la seda y caliente como el cuerpo de un amante. Nuestra piel brillaba como si nos hubiéramos tragado la luna, y ésta hiciera refulgir cada centímetro de nuestra piel. Sabía que mi pelo era una masa de brillante fuego rojo, porque podía ver su resplandor por el rabillo del ojo. Su pelo comenzó a chispear y a brillar mientras se movía encima de mí, atrapando la luz de la misma manera que la nieve brillaba bajo la luz de la luna. Había tenido otros amantes que traían el sol con ellos al acostarnos, pero Frost era como una noche de invierno, con toda su belleza y dureza.