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Él era demasiado alto, o yo era demasiado pequeña para que él pudiera acostarse encima de mí. No era para mí agradable ni fácil respirar, por lo que él sostuvo su torso por encima de mí con la gran fuerza de sus pálidos y musculosos brazos. Miraba fijamente hacia abajo, a lo largo de nuestros cuerpos, miraba cómo se deslizaba dentro y fuera de mí, haciéndome gritar, haciéndome apartar la mirada como si esa vista fuera demasiado maravillosa y tuviera que encontrar algo más en qué fijar la mirada. Lo que encontré fueron sus ojos. Sus ojos eran grises como un cielo de invierno, pero ahora con su poder alzándose había algo más en ellos que sólo gris.

En el gris de sus ojos pude vislumbrar una colina cubierta de nieve con un árbol de invierno desnudo sobre ella. Hubo un momento de vértigo, como si me hubiera precipitado sobre aquel paisaje dentro de sus ojos, y estuviera al mismo tiempo en otro lugar. Cerré los ojos entonces, porque no estaba segura de dónde quedaba aquella colina, o qué significaba aquel árbol.

El ritmo de su cuerpo dentro y fuera del mío, de su tamaño deslizándose en mi cuerpo, comenzaba a llenarme. El primer y débil brillo del orgasmo comenzaba a alzarse.

– Merry, Merry, mírame. -Había urgencia en su voz, una urgencia áspera, que me dijo que él también estaba cercano al clímax.

Abrí los ojos, y los suyos estaban justo encima de los míos, abiertos, mirándome fijamente, exigiéndome que no apartara la mirada. Movió una mano con el fin de sujetar mi pelo, retirándolo de mi mejilla.

– Quiero ver tu cara -me dijo, con voz entrecortada y profunda por el esfuerzo.

Había nieve en sus ojos, nieve que caía sobre aquel solitario árbol y la ladera de más allá. Algo se movió en sus ojos, una figura.

El ritmo de su cuerpo cambió, se hizo más urgente, y profundo. No podía mirarle a los ojos mientras su cuerpo traspasaba el mío. Traté de mirar su cuerpo que se movía encima de mí, pero su presa en mi pelo se hizo más fuerte, obligándome a levantar la cara para mirarle a los ojos. Su rostro era la cara de mi amado, Frost. No había ninguna imagen en sus ojos que pudiera distraerme de la belleza de su cara, de la fiereza de sus ojos.

Susurré…

– Un poco más, más, más. -Entonces recibí un último empuje, y ahora casi llegué.

Grité, y sólo su agarre, casi cruel en mi pelo, impidió que mi cuello se arqueara hacia atrás. Mantuvo nuestros rostros inmóviles, de forma que nos miráramos fijamente el uno al otro, sin tolerar que apartara la mirada. Nos contemplamos el uno al otro mientras nuestros cuerpos se alzaban de placer. Su fuerza exigió que compartiéramos éste, el más íntimo de los momentos, sin estremecimientos, sin apartar la mirada, nada podía salvarnos del salvajismo de los ojos del otro.

Nos sumergimos en aquel desenfreno, aquel salvajismo cerca de la desesperación. Él lanzó un grito encima de mí cuando yo grité de placer, y entonces su cuerpo sufrió un espasmo, y me levantó en sus brazos, con su cuerpo todavía envainado dentro de mí. Se arrodilló, sujetándome contra la cabecera y yo me agarré a la madera para mantenerme donde él parecía quererme. Se había corrido, pero no estaba agotado. Me lo demostró cuando comenzó a aporrearme contra la cabecera, la cama temblando por la fuerza de su empuje, toda la estructura del lecho protestando por el maltrato.

Gemí para él, y luché por mantener mis manos sobre la madera para sostenerme en el mismo lugar mientras él se sumergía dentro de mí tan profundamente como podía. Tan profundamente que el dolor y el placer se confundían mientras Frost me montaba.

Dejé de sujetarme a la cabecera de la cama y arañé su pálida piel con mis uñas. Allí donde le herí, algo brilló en su piel rasgada, pero no hubo sangre que se vertiera. Resplandecientes líneas azules brotaron del trazado que mis uñas habían hecho y pintaron nuestra piel. Por un momento pude ver una vid espinosa rodeando mi antebrazo, y la cabeza de un ciervo surgiendo a través de su pecho. Su cuerpo se estremeció contra el mío, dentro del mío mientras pintaba su cuerpo con mi placer y su dolor.

Me apretó entre sus brazos de forma que yo viera el brillo sobre su hombro, ése signo de poder que ya había visto antes como la vid en mi brazo. Comprendí que el tatuaje que primero apareció en el sithen era el mismo que la imagen que pude ver en sus ojos.

Nos quedamos congelados por un momento, apoyados contra el cabecero. El latido de su corazón era tan rápido y tan fuerte que lo sentí contra mi mejilla como si fuera una mano. Él me movió despacio hasta que finalmente descansamos sobre la cama encima de las almohadas que no habían caído al suelo.

– Había olvidado lo magnífico que podías ser, Frost. -Ésa voz no era la mía; ésta llegaba del espejo. Mientras que un segundo antes yo no hubiera podido moverme, ahora el miedo me hizo sentarme y agarrar las sábanas caídas.

– No te cubras -dijo Andais desde el espejo.

Extendimos las sábanas sobre nosotros.

– He dicho que nos os cubráis, o… ¿es que ya he dejado de ser vuestra reina? -Había un tono tan maligno en su voz que nos hizo empujar las sábanas para abajo. Había visto el final de nuestro encuentro sexual; suponía que no había razón para ser tímidos ahora.

Frost se tapó presionándose contra mí, quedando tan oculto como le fue posible. Yo encontré mi voz primero, y dije:

– Mi reina, ¿qué te trae a nuestro espejo?

– Pensé que vería a Rhys contigo, o… ¿me mentiste cuándo me dijiste que estarías con él?

– Rhys espera su turno, mi reina.

Ella contemplaba a Frost, como si yo no estuviera allí. Le miré, su cuerpo estaba rociado con el sudor del esfuerzo, su pelo era un glorioso enredo de plata, decorando sus pálidos y fuertes músculos. Era hermoso. Hermoso de una manera que ni siquiera entre los sidhe había casi nadie tan bien parecido. Qué ironía que alguien que no había nacido siendo sidhe pudiera estar entre unos de los hombres más hermosos. Pero ahora que yo sabía que él había sido creado por amor, no por ansias de poder, sino por un amor desinteresado, lo entendía. Ya que el amor hace que todos nosotros seamos hermosos.

– Esa mirada en tu cara, Meredith, cuando le observas, ¿en qué piensas?

– En el amor, Tía Andais, pienso en el amor.

Ella hizo un sonido de asco.

– Quiero que sepas esto, sobrina. Si el Asesino Frost no llega a ser tu rey, le obligaré a volver y veré si es tan bueno como parece.

– Él fue tu amante una vez, hace cientos de años.

– Lo recuerdo -me dijo, pero no parecía que eso la hiciera feliz.

No entendí la mirada en su cara, o el tono de su voz. La verdad no entendí por qué estaba tan determinada a atraparme con Rhys, o… ¿estaría también impaciente por atraparme sin él? ¿Buscaba una excusa sólo para ordenar que Rhys regresara al sithen? Si era así, ¿por qué? Ella nunca le había tratado como a uno de sus favoritos, no que nadie recordara.

– Veo el miedo en tus ojos, mi Asesino Frost -dijo ella.

Mis brazos se tensaron a su alrededor. Pero en esto no podía ayudarle.

– ¿Podrás protegerle de mí, Meredith?

– Protegería a toda mi gente de cualquier daño.

– Pero éste es especial para ti, ¿no es así?

– Sí -contesté, porque decir otra cosa sería una mentira.

– Frost, mírame -le ordenó.

Él levantó la mirada.

– ¿Te doy miedo, Frost?

Él tragó tan fuerte que pareció dolerle, y dijo con una voz muy áspera…

– Sí, mi reina, te temo.

– Amas a Meredith, ¿verdad?

– Sí, mi reina -respondió.

– Él te ama, sobrina, pero a mí me teme. Pienso que descubrirás que el miedo es una amenaza más poderosa que el amor.

– No quiero amenazarle.

– Un día lo querrás. Un día te darás cuenta que todo el amor en el mundo feérico no es suficiente para obtener la obediencia del hombre que amas. Querrás tener al miedo de tu lado, y serás demasiado blanda para llevarlo a cabo.