– No doy miedo. Eso lo sé, Tía Andais.
– Te miro y veo el futuro de mi Corte, y me desespero.
– Si el amor es el futuro de nuestra Corte, Tía Andais, eso al menos me llena de esperanza.
Ella miró una vez más hacia Frost, como si él fuera algo comestible y ella estuviera famélica.
– Te odio, Meredith. Realmente lo hago.
Luché por no decir lo que yo pensaba, pero ella lo dijo.
– Tu cara te traiciona. Di lo que pasa por tu mente, sobrina. Te odio, Meredith. ¿Qué deseas contestarme?
– Que yo también te odio.
Andais sonrió como solía. El lecho tras ella había sido desprovisto de las ropas de cama. Por lo visto la tortura de Crystall había provocado demasiada sangre para que ni siquiera ella durmiera allí.
– Creo que tendré a Mistral esta noche, Meredith. Haré con su fuerte cuerpo lo que le hice antes a Crystall.
– No puedo detenerte -le contesté.
– No, todavía no puedes.
Y con esto el espejo quedó en blanco otra vez. Me quedé contemplando mi propia cara asustada.
Frost no miraba al espejo. Sólo se levantó lentamente de la cama y comenzó a vestirse. Sin molestarse en limpiarse primero. Sólo parecía necesitar estar vestido, y pienso que no podía culparle.
Habló sin mirarme, toda su concentración puesta en cubrir su desnudez lo más rápidamente posible.
– Te dije una vez que prefiero morir antes que regresar con ella. Y quería decir justamente eso, Meredith.
– Sé que lo hiciste -le dije.
Él comenzó a ceñirse las armas.
– Lo reitero.
Me alcé hasta él. Frost tomó mi mano, besándola, y me dirigió la sonrisa más triste que hubiera visto alguna vez.
– Frost, yo…
– Si vas a estar con Rhys más tarde, yo usaré otra habitación. No querría volver a tener audiencia en el día de hoy.
– Así lo haré.
– Voy a comprobar cómo está Doyle.
Llevaba toda la ropa puesta y todas sus armas. Era alto y hermoso, un monumento de frialdad. Era mi Asesino Frost, tan arrogante e ilegible como cuando yo lo había encontrado por primera vez. Recordé sus ojos sorprendidos y frenéticos cuando se hundió en mi cuerpo aquella primera vez. Yo sabía lo que había dentro de aquel helado, controlado hombre, y apreciaba ver cada parte del verdadero Frost. Ver al hombre que había caído enamorado de la hija de un campesino, y que había dejado todo lo que alguna vez conoció por estar con ella.
Caminó por la habitación, alto y firme, y para la mayoría de los ojos, imperturbable. Pero yo sabía porqué me abandonaba, allí en la cama. Se marchaba porque estaba aterrorizado de que su reina volviera para echar una segunda ojeada.
CAPÍTULO 17
ACEPTÉ EL CONSEJO DE FROST, Y ME FUI A UNA DE LAS habitaciones más pequeñas de la enorme casa de invitados de Maeve Reed. Ella nos había ofrecido la casa principal mientras estaba en Europa, a donde había huido porque Taranis había tratado de matarla dos veces con magia. Tal vez pronto podríamos decirle que Taranis ya no era una amenaza para ella, o para nadie, pero hoy todavía tenía que sobrevivir. Me habría gustado haber encontrado ya un lugar propio, pero con casi veinte hombres que alojar y alimentar no podía permitírmelo. Todavía me negaba a aceptar la ayuda de mi tía. Sabía demasiado bien cuán largas y peligrosas eran las cuerdas con las que ella ataba todos sus favores.
La adrenalina había desaparecido, y estaba más cansada que cuando había comenzado el día. Estaba incubando algo. Demonios.
Creía que Frost me amaría, pero no estaba segura de cómo me sentiría al envejecer mientras todos ellos permanecían jóvenes y bellos. Había momentos en que no estaba segura de ser una persona lo bastante buena como para tomarme el tema con espíritu altruista.
El cuarto estaba oscuro. Habíamos puesto cortinas oscuras en la única ventana del cuarto. Se había sacado el espejo que había sobre el aparador, de modo que la pared estaba en blanco y en paz. No habría ninguna llamada inesperada aquí. Era uno de los motivos por los que había elegido el cuarto. Tenía que descansar, y ya había tenido suficientes llamadas de espejo por sorpresa durante el día de hoy.
Kitto se había unido a mí, y estaba enroscado a mi lado, bajo la suave blandura de las sábanas de algodón limpias. Sus rizos oscuros descansaban en la curva de uno de mis hombros, su aliento tibio en el montículo de mi pecho. Su brazo estaba sobre mi estómago, su pierna sobre mi muslo, su otro brazo allí donde podía jugar ociosamente con mi pelo. Él era el único hombre de entre los de mi guardia que era más bajo que yo, lo bastante bajo como para poder acurrucarse contra mí tal como yo me acurrucaba contra los hombres más altos. Él fue uno de los primeros hombres en unirse a mí en el exilio. En las semanas que había estado lejos del mundo de las hadas, Doyle lo había obligado a usar el gimnasio. Ahora había músculos bajo la blanca suavidad de su piel de luz de luna. Músculos que nunca habían estado allí antes.
Apenas llegaba al metro y medio con la cara de un ángel que nunca hubiera salido completamente de la pubertad. Los trasgos no tienen que afeitarse, y en ese sentido, su cuerpo había adoptado esa mitad de su herencia. Jugué con los rizos suaves de su pelo, que había crecido hasta rozar sus ensanchados hombros. El pelo era tan suave como el de Galen, tan suave como el mío.
Mi otra mano rodeaba su espalda. Mis dedos remontaron la suave línea de piel escamada que corría a lo largo de su columna. Las escamas parecían oscuras bajo la débil luz, pero con una luz más brillante su piel se veía como un arco iris. En la besable boca que descansaba contra mi pecho había colmillos retráctiles, conectados a glándulas venenosas. Su padre había sido un trasgo serpiente. El hecho de que su padre hubiera violado a su madre en vez de comérsela era algo extraño. Por lo visto los trasgos serpiente eran bastante fríos en todos los aspectos. No los movía la pasión, pero algo en la madre de Kitto había despertado el calor en el frío corazón de su padre.
Ella había abandonado a su bebé al lado de una colina de trasgos cuando comprendió lo que era. Los trasgos eran conocidos por comerse a sus propias crías, y la carne sidhe era sumamente apreciada. Su propia madre lo había abandonado allí para ser asesinado. En vez de eso, fue recogido por una hembra de trasgo que había pensado criarlo hasta que creciera un poco y luego comérselo. Pero algo en Kitto la había conmovido también, y no había tenido corazón para matarlo, había algo en él que realmente provocaba el deseo de preocuparse, de cuidar, de proteger. Él había ofrecido su vida para salvar la mía más de una vez, aunque yo todavía no podía verlo como mi protector.
Él levantó sus enormes ojos almendrados hacia mí, una piscina de puro azul, igual que los ojos de Holly y Ash que también eran de un solo color. Excepto por el hecho de que los ojos de Kitto eran azules, un maravilloso azul claro como un zafiro pálido, o un cielo de mañana.
– ¿De quién te escondes hoy, Merry? -preguntó, con voz suave.
Le sonreí desde mi nido de almohadas.
– ¿Cómo sabes que me escondo?
– Es por eso que vienes aquí, a esconderte.
Acaricié la curva de su mejilla. Si no fuera por unos pocos genes, podría haberse parecido a Holly y Ash, altos y hermosos sidhe con el añadido de la fuerza y energía de los trasgos.
– Te lo dije, no me siento bien.
Él sonrió, y se apoyó en un codo para poder mirarme ligeramente desde arriba.
– Es cierto, pero hay una tristeza en ti que yo podría aliviar si sólo me dices cómo.
– Sólo no me hagas hablar de política. Tengo que descansar si debo cumplir con mi deber esta noche.
Él trazó con su dedo la forma de mi rostro, desde la frente a la barbilla. Fue un movimiento largo y lento que me hizo cerrar los ojos y contener la respiración.
– ¿Es así como ves a los trasgos que traerás a tu cama esta noche, como un deber?