Lo miré, pero no le pregunté en voz alta si podía hacer magia. Kitto no creería que podía hacer magia ni aunque así fuera. Él creía que no tenía poderes, y eso era todo.
– Quizás debería dejaros solos -dijo él.
– Éste es tu cuarto y tu cama -dijo Rhys.
– Sí, pero lo compartiré con mi amigo, aunque no esté incluido.
Rhys extendió la mano más allá de mí y acarició el hombro del otro hombre.
– Es una oferta generosa, Kitto, pero creo que no habrá sexo esta tarde.
– ¿Qué? -pregunté.
Él me sonrió.
– Tu mente está ocupada por todo lo que ha pasado hoy, tal como la mente de una reina debería estarlo. Eso hace a una buena gobernante, pero mal sexo.
Comencé a protestar, pero él levantó mi barbilla con su mano.
– Está bien, Merry. Tal vez lo que necesitamos ahora mismo es abrazarnos el uno al otro. Tal vez se trata de proximidad.
– Rhys…
Su mano se movió de modo que cubrió mi boca, ligeramente, con su mano.
– Está bien, realmente.
Besé la palma de su mano, luego la alejé de mi boca.
– Ahora entiendo por qué no Galen. Él es un desastre político. Pero tú, tú eres un buen político.
– Gracias por el elogio.
– ¿Y por qué? -pregunté.
– ¿Por qué no me eligió tu padre? -preguntó.
Asentí con la cabeza.
Kitto salió de la cama.
– Éste es un asunto sidhe.
– Quédate -dijo Rhys.
Kitto vaciló.
– El príncipe Essus me dijo que había bastante muerte en su vida. Él quería que te unieras con alguien cuya magia tuviera que ver con la vida.
– La magia de Griffin versaba sobre la belleza y el sexo.
– Tu padre creía que ese tipo de poder era lo que faltaba para provocar la aparición de tu magia. -Rhys jugó con las puntas de mi pelo-. Tenía razón.
– Si fueras trasgo -dijo Kitto-, la belleza y el sexo serían inútiles. Eso te condenaría a ser un esclavo de alguien más fuerte y más capaz de luchar. Tus poderes, Rhys, serían valorados por encima de tales cosas suaves.
– Essus quería algo más suave para su hija -dijo Rhys.
– Él nunca habría elegido a Doyle, ¿verdad? -pregunté.
– Nunca se le habría ocurrido que la Oscuridad de la reina podría ser separada alguna vez de su lado. Pero no, creo que si yo ya era demasiado duro para su hija, desde luego Doyle lo habría sido también.
– No había pensado antes en quién mi padre podría haber elegido para mí de entre mis guardias.
– ¿No? -preguntó.
– No.
Kitto había recogido sus vaqueros del suelo donde los había dejado caer.
– Os dejaré para que podáis hablar.
– Quédate -dijo Rhys-. Ayúdame a entender por qué Merry viene a ti cuando quiere relajarse. No soy el deseo más ferviente de su corazón. Ni siquiera soy el que hace que su corazón lata más rápido por un simple roce. También necesito encontrar un lugar en su vida. Ayúdame enseñándome a cómo ser algo más en su vida.
– No te enseñaré mi lugar, porque me sustituirías.
– Nunca podré conformarme con exigirle tan poco a Merry como tú. No tengo, ni tu personalidad, ni tu paciencia. Pero puedes enseñarme a presionarla menos, de modo que ella pueda volverse hacia mí en busca de algo.
– Oh, Rhys -dije.
Él sacudió la cabeza, haciendo que todo su cabello blanco y rizado se deslizara alrededor de sus hombros.
– Me gustas. Siempre me gustaste. Disfrutas del sexo conmigo, pero no ardes por mí. Extrañamente, ardes por cosas más frías que mis poderes.
– Soy una sidhe de la Oscuridad.
– También eres sidhe de la Luz.
– En parte sí, pero también soy humana en parte, y en parte brownie. Pero si me empujas a elegir, soy sidhe de la oscuridad.
Él sonrió, una triste sonrisa.
– Lo sé.
– Andais me acusó de rehacer la corte de la Oscuridad a semejanza de la Corte de la Luz. No lo hago a propósito.
– ¿Recuerdas lo que te dije sobre cuando tenías dieciséis años? ¿Que yo quería ver a qué lado de tu familia te acercarías después? -preguntó Rhys.
– Sí.
– Quería que te acercaras al lado luminoso de tu familia.
– Mi abuelo es un bastardo abusivo. Mi tío está loco. Mi madre es una advenediza fría y envidiosa. ¿Por qué querrías eso en tu vida?
– No me refiero a sus personalidades, y no me refería a esos parientes que recuerdas. Recuerda, conocí a tus antepasados antes de que se perdieran en las grandes guerras en Europa. Conocí a algunas mujeres de la línea de tu madre. Eran diosas de la fertilidad, el amor, y la lujuria. Eran un grupito cálido, Merry, de esa forma sencilla y terrenal.
– Entonces qué, ¿te preguntabas si yo me parecería a mi bis-bis-bisabuela?
– Tías -dijo Rhys-, y una bisabuela o dos. Me las recordabas. El pelo, los ojos. Las vi en ti.
– Nadie más lo hizo -le dije.
– Nadie más miraba.
Me elevé y le di un beso. El beso creció hasta que yo sentí su cuerpo ponerse duro otra vez, donde toda la conversación lo había vuelto suave. Se separó de mis labios con un sonido que era casi de dolor.
– No puedo seguir siendo un caballero si sigues besándome así.
– Entonces no seas un caballero, sé mi amante.
Kitto terminó de abrocharse los vaqueros.
– Os dejaré para que hagáis lo que los sidhe hacéis mejor, además de la magia. Eres mi amigo, Rhys, te creo cuando dices eso, pero no te sientes cómodo si estoy en la cama contigo y la princesa.
Rhys comenzó a protestar. Fue mi turno de poner mis dedos sobre sus labios.
– Él tiene razón.
Él movió mi mano.
– Lo sé. Demonios, lo sé. Pensé que si podía tener sexo contigo y con Kitto, podría protegerte esta noche con los trasgos, pero no puedo.
– Has recorrido un largo camino en el tema de los trasgos, Rhys. Es bueno.
– ¿Quién te protegerá esta noche si Doyle está herido y mi sensibilidad está demasiado a flor de piel?
– No lo sé -dije-, y en este preciso momento no me importa. Hazme el amor, Rhys, ahora, sólo tú. Quédate conmigo, ayúdame a calmar mis pensamientos. -Me elevé y lo besé otra vez y lo atraje hacia abajo con brazos, manos e impaciencia.
No oí la puerta cerrarse silenciosamente detrás de Kitto, pero cuando abrí los ojos, estábamos solos.
CAPÍTULO 19
RHYS ME TUMBÓ BOCA ABAJO Y COMENZÓ A RESPIRAR SU camino descendiendo por mi espalda. Yo habría dicho besado, pero era demasiado suave para eso. Acariciaba mi piel con el más ligero roce de sus labios y aliento. Cuando llegó bastante abajo, comenzó a rozar y a respirar sobre ese delicado vello, casi invisible, de la parte más baja de mi espalda, de forma que se me puso la piel de gallina y comencé a temblar involuntariamente.
Levanté un poco las caderas de la cama en una invitación silenciosa para que hiciera algo más.
Él se rió, con esa risa que era en parte placer masculino y diversión. Pero por una vez no había nada de burla hacia sí mismo en ella. Dejó un beso más fuerte contra mi espalda. Me retorcí para él, haciéndole saber sin palabras lo maravilloso que era.
Hizo descender su peso sobre mí, descansando su longitud dura y larga entre mis nalgas. Esa sensación me hizo lanzar un grito.
Me rodeó con sus brazos separándome de la cama, hasta poder acunar mis pechos en sus manos. Me sostenía firmemente con la fuerza de su cuerpo.
– Si yo realmente te amara -susurró él- haría lo que Kitto ha hecho. Rechazaría tener sexo contigo. Me apartaría de la carrera para ser rey. Kitto lo hizo porque sabe que ninguna corte dejaría nunca a un medio trasgo sentarse en el trono como su rey. Antes lo matarían.