Comencé a gritar para él. Mi cuerpo tuvo un orgasmo simplemente por sentirlo forzar su camino dentro de mí. No fue sólo un orgasmo, sino olas sucesivas de ellos rodando repetidas veces por mi cuerpo, haciéndome retorcer y empujar contra la fuerza y fiereza de él. El placer sacó un grito desigual de mi boca tras otro. Grité, “Sí” y “Dios” y “Diosa” y finalmente grité su nombre, una y otra vez.
– ¡Rhys, oh, Dios, Rhys!
El cuarto se llenó de la luz de nuestros cuerpos, brillando como lunas gemelas con el poder creciente. Él hizo que mi piel fuera recorrida por la luz. Hundió su mano en el granate brillante de mi pelo y arqueó mi garganta hacia atrás cuando me montó. La brusquedad del gesto me hizo gritar otra vez, pero él soltó mi pelo cuando su cuerpo comenzó a luchar casi a punto de perder el control. Su respiración cambió y supe que estaba cerca, cerca, y luchando por durar un poco más, de modo que yo gritara debajo de él un poco más.
Yo estaba a gatas allí donde su empuje me había movido. Mis pechos colgaban, y se movían, chocando entre sí por la furia de su sexo. Grité mi placer, llené la habitación con su nombre como un rezo a algún Dios enojado. Entonces su cuerpo empujó por última vez tan profundamente dentro de mí que supe que debió dolerle, pero había demasiado placer para que fuera verdadero dolor.
Su cuerpo temblaba encima del mío, empujando otra vez profundamente dentro de mí. Lo sentí derramarse en mi interior en una cálida corriente de semilla y poder.
Él había dicho que rezaría mientras me follaba. Había dicho que usaría su poder para hacerme suya. Yo debería haber tenido miedo, pero no lo tenía, no podía temer a Rhys.
Sufrí un colapso bajo él, con su cuerpo todavía sepultado dentro del mío. Rhys estaba encima, ambos demasiado agotados para movernos, nuestra respiración era un sonido desigual, nuestros corazones todavía estaban en nuestras gargantas. El brillo de nuestros cuerpos comenzaba a declinar al tiempo que nuestros pulsos reducían la marcha.
Él finalmente rodó lejos, despacio. Me quedé donde estaba, demasiado floja para moverme aún. Rhys se quedó acostado boca arriba, todavía respirando pesadamente. Habló, con una voz todavía áspera por el esfuerzo.
– El modo en que reaccionas a la brusquedad anima a un hombre, Merry, aún cuando no pensabas que te gustaría así.
– Estuviste asombroso -susurré, mi propia voz un poco áspera debido a los gritos.
Él me sonrió.
– Realmente no tienes ninguna idea de lo buena que eres en esto, ¿verdad?
– Soy buena, o eso me dicen.
Él sacudió la cabeza.
– No, Merry, nada de bromas, eres asombrosa en la cama, y en el suelo, y en una mesa de madera.
Me reí.
Él me sonrió, y casi volvió a parecer el viejo Rhys antes de que se volviera serio respecto a mí. Entonces esa seriedad apareció otra vez.
– Sé que los trasgos te tendrán esta noche, y no hay nada que pueda hacer sobre ello. -Su rostro pasó de serio a enojado-. Pero cuando ellos empujen dentro de ti esta noche, empujarán mi semilla más lejos dentro de ti.
– Rhys…
– No, está bien. Sé que cumples tu deber como reina. Necesitamos a los trasgos como nuestros aliados, y éste es el modo de alargar el tratado. Sé que políticamente es una buena idea, una gran idea. -Él me contempló, y había tal intensidad en su mirada que tuve que luchar para sostenérsela-. Pero la idea de dos de ellos teniéndote esta noche, del modo que ha sido planeado, te excita, ¿verdad?
Vacilé, luego dije la verdad.
– Sí.
– Eso no proviene de la Corte de la Luz. Es definitivamente de la Corte de la Oscuridad. Es la parte de ti que no entiendo. Es la parte que Doyle entiende mejor, mejor incluso que Frost. Él puede ser tu Oscuridad, pero también guarda tu oscuridad como algo precioso para él. No quiero tu oscuridad, Merry. Quiero la luz que hay en ti.
– No puedes separar la luz de la oscuridad, Rhys. Ambas forman parte de mí.
Él asintió con la cabeza.
– Lo sé, lo sé. -Se sentó y se movió hacia el borde de la cama-. Voy a lavarme.
– Eres magnífico -le dije.
– Realmente me hice una herida.
– Te lo advertí, las caricias no son sólo para la comodidad de mi cuerpo.
– Realmente me lo advertiste. -Rhys recogió su ropa del suelo, pero no hizo movimiento alguno para ponérsela.
– Disfruta de tu ducha -dije.
– ¿Quieres unirte a mí?
Sonreí.
– No, creo que necesito algo de sueño antes de esta noche.
– ¿Te agoté?
– Sí, pero de un modo maravilloso. -Me acurruqué de lado, tirando de la sábana.
Rhys fue hacia la puerta. Le oí hablando con alguien fuera. Oí que decía…
– Pregúntale tú mismo.
La voz de Kitto llegó desde la puerta.
– ¿Puedo entrar?
– Sí -contesté.
Entró, la puerta cerrándose detrás de él. Debía de haber estado sentado en el vestíbulo todo el rato.
– ¿Quieres abrazarme mientras duermes? -me preguntó.
Miré su rostro serio, tan serio. Siempre estaba serio, nuestro Kitto.
– Sí -dije.
Él sonrió entonces, y fue una buena sonrisa. Una sonrisa que sólo habíamos descubierto que tenía recientemente. Avanzó lentamente bajo la sábana y deslizó su cuerpo contra mi espalda. Presionó su desnudez contra mi cuerpo, y fue simplemente consolador. Yo habría rechazado casi a cualquier otro hombre en la puerta en ese momento.
Kitto sabía que no sería rey, por lo que el sexo no era una presión para él. Pero más que eso, valoraba abrazarme suavemente más que el tener sexo. Después de todo, él había tenido sexo antes, pero yo no estaba segura de si lo habían amado realmente alguna vez. Yo lo amaba realmente. Los amaba a todos, pero Rhys tenía razón, no los amaba a todos de la misma forma.
La constitución de nuestro país dice que todos los hombres son creados iguales, pero es una mentira. Nunca seré capaz de hacer un tiro como Magic Johnson, o conducir un coche como Mario Andretti, o pintar como Picasso. No somos creados iguales en talento. Pero el lugar donde somos aún menos iguales es en el corazón. Puedes trabajar un talento, tomar lecciones, pero amar…, el amor funciona o no. Amas a alguien o no. No puedes cambiarlo. No puedes deshacerlo.
Me quedé allí, a la deriva en el borde tibio del sueño con el maravilloso recuerdo del buen sexo cubriendo mi cuerpo. La calidez del cuerpo de Kitto, firmemente pegado al mío me sostuvo cuando me dejé ir lejos a la deriva. Me sentí segura, amada, y resguardada. Deseé que Rhys se sintiera tan bien sobre esta tarde como yo, pero sabía que era un deseo que no se realizaría.
Yo era una princesa de las hadas, pero las hadas madrinas de los cuentos no existían. Había sólo madres y abuelas, y no había ninguna varita mágica para agitar sobre el corazón de una persona y hacer que todo se volviera mejor. Los cuentos de hadas mentían. Rhys lo sabía. Yo lo sabía. El hombre que respiraba sobre mi espalda mientras comenzaba a dormirse profundamente también lo sabía.
Malditos hermanos Grimm.
CAPÍTULO 20
MIENTRAS MAEVE REED ESTABA EN EUROPA INTENTANDO mantenerse fuera del alcance de Taranis, nos había concedido el uso pleno de su casa. Nos dijo que era un pequeño precio a pagar por haberle salvado la vida y por ayudarla a quedarse embarazada antes de que su marido humano muriese de cáncer. De modo que, por una vez, las buenas acciones habían sido recompensadas. Teníamos una mansión en Holmby Hills, con casa independiente para los invitados, piscina cubierta, y una casita más pequeña cerca de la puerta para el jardinero-conserje.
Yo todavía dormía en el dormitorio principal de la casa de huéspedes, pero ahora éramos bastantes para llenar los dormitorios de ambas casas. Los hombres tuvieron que compartir algunos dormitorios.
Kitto había conseguido un cuarto para él solo porque la habitación era demasiado pequeña para compartirla con alguien de mayor tamaño que Rhys o yo misma. Lo cual significaba nadie.