Выбрать главу

Habíamos planeado usar el comedor de la casa principal para el encuentro inicial con los trasgos. Éste era un cuarto enorme que había comenzado su vida como sala de baile. Así que era luminoso, bien ventilado y lleno de mármol. Parecía digno de un cuento de hadas humano. La corte luminosa lo habría aprobado, pero ya que Maeve había sido desterrada de allí, tal vez el comedor-sala de baile sólo era para ella una estancia más de la casa.

La mayor parte de mis guardaespaldas parecían encontrarse como en casa bajo el resplandor de las rutilantes arañas de cristal que brillaban encima de nosotros. Los guardias que Ash y Holly habían traído no parecían encontrarse en casa en absoluto.

Los Gorras Rojas se erguían sobre todos los demás en el cuarto. Dos metros quince de trasgo eran mucho trasgo. Pero eso era ser bajo para un Gorra Roja. La mayoría estaban cerca de los tres metros y medio. La altura media era de dos metros y medio a tres. Sus pieles eran de matices que iban del amarillo, al gris, y al verde enfermizo. Yo sabía que los trasgos traían Gorras Rojas como guardias. Kurag, el Rey Trasgo, era del parecer que si nos enviaba a Ash y Holly sin guardias y algo les pasara, sería visto como un complot entre él y yo para librarnos de los hermanos. Dado que la única forma posible de que fuera derrocado como rey y ellos ascendieran al trono sería si él muriera a manos de los hermanos, sus muertes serían muy convenientes para él.

¿Entonces, por qué me los ofrecía para hacerlos aún más poderosos? Porque Kurag sabía cómo se terminaría su monarquía, cómo terminaban todos los reyes trasgo. Quería asegurarse de que su gente era fuerte incluso después de muerto. No se ofendía con los hermanos por su ambición. Él sólo quería mantener su poder un poco más.

Si los gemelos murieran a nuestras manos, incluso aunque fuera por accidente, sin haber trasgos a su alrededor, podría ser malinterpretado. Si los trasgos pensaran que Kurag había hecho matar a los hermanos, su vida estaría acabada. Todos los desafíos entre los trasgos eran desafíos personales. Había trasgos que eran asesinos como una actividad complementaria, pero nunca aceptaban "encargos" donde la víctima era otro trasgo. Matarían a un sidhe, o a la pequeña gente o duendes menores, pero nunca a otro trasgo.

La única excepción era si el trasgo fuera uno de los "mantenidos” como había sido el caso de Kitto. Si tú tuvieras un problema con uno de ellos, sus "amos" combatirían contigo. Porque entre ellos ser lo que Kitto era, equivalía a admitir no ser lo suficiente guerrero como para pertenecer a la gran cultura trasgo.

Me senté en una silla grande que había sido dispuesta como una especie de trono temporal. La mesa grande había sido movida hacia atrás contra la pared, junto con la mayor parte de las sillas. Frost estaba a mi espalda. Doyle estaba todavía encerrado en su dormitorio con los perros negros. Taranis casi había matado a mi Oscuridad. Si hubiéramos estado dentro del sithen apropiado, ya podría estar curado. Ninguna de nuestras magias era lo suficientemente fuerte aquí. Éste era uno de los motivos por los que la mayoría temía el exilio, porque nunca eras tan poderoso fuera del mundo feérico.

– Les hemos traído dentro, así los periodistas humanos no podrán difundirlo en la prensa -dijo Frost con una voz tan fría como su nombre-. Pero opino que la prensa no es motivo suficiente para haberles permitido atravesar nuestras defensas con tal ejército a sus espaldas.

Yo realmente no podía discutir con él, pero estaba extrañamente despreocupada. De hecho, me sentía mejor de lo que me había sentido en horas.

– Ya está hecho, Frost -le dije.

– ¿Por qué no estás más preocupada por todo esto? -preguntó él.

– No lo sé -le contesté.

– Si no fueran trasgos, diría que te han hechizado -dijo Rhys.

Ash y Holly estaban impresionados por todo el espectáculo, lo cual los situaba aparte de los otros trasgos y los hacía bastante más sidhe.

– Saludos, Ash y Holly, guerreros trasgos. Saludos también a los Gorras Rojas de la corte trasgo. ¿Quién manda aquí?

– Nosotros -dijo Ash, mientras él y su hermano caminaban hasta situarse ante mi silla. Llevaban puesta la ropa de corte que habían llevado anteriormente, Ash en verde para hacer juego con sus ojos, Holly en rojo para hacer juego con los suyos. La ropa era de satén, y a la moda si estuviéramos entre el 1500 y el 1600.

Su corto pelo amarillo rozó sus oídos cuando se inclinaron. Habían comenzado a dejarse crecer el pelo, aunque no había pasado el tiempo suficiente como para meterlos en problemas con la reina. El pelo les tendría que rozar el cuello para esto.

– Os habéis dejado crecer el pelo durante el mes que no os he visto -les dije.

Ellos cambiaron una mirada, entonces Ash dijo…

– Lo hacemos en previsión de que tu magia haga renacer en nosotros poderes de nuestro lado sidhe.

– Es mucha confianza por tu parte -dije.

– Tenemos confianza en tus poderes, Princesa -dijo Ash.

Miré a Holly. No había ninguna confianza en sus ojos, sólo impaciencia. Él conseguiría acostarse conmigo esta noche; todo lo demás era sólo un pretexto. Holly me dejaría entrever lo que sentían realmente los hermanos. Ash era casi tan bueno en los juegos cortesanos como un señor sidhe. No confiaba en ninguno de ellos, pero Ash podía mentir con sus ojos y con su cara; Holly no podía. Era bueno saberlo.

Miré hacia los Gorras Rojas. A algunos los conocía de la lucha que había tenido lugar semanas atrás. Me habían apoyado a mí, no a los hermanos, o a Kurag, su rey. Los Gorras Rojas me habían obedecido más allá de lo que el tratado requería. En ese momento yo no había examinado aquella extraña obediencia, tan diferente de la actitud usual de los Gorras Rojas hacia los sidhe o las mujeres, porque no estaba segura de cómo se lo tomaría Kurag. No quise dar la impresión de que estaba tratando de seducir, ni aunque fuera políticamente, a los guerreros más poderosos de la raza de los trasgos para ponerlos a mi servicio.

Kurag quería desesperadamente dar fin al tratado que tenía conmigo. Temía que la guerra civil estallara entre los sidhe oscuros, o entre ambas cortes. No quería formar parte de las próximas batallas, incluso aunque el tratado lo ligara a mí. Yo no le daría una excusa para dejarme de lado. Lo necesitábamos demasiado. Así que no había profundizado demasiado en los motivos que tenían los Gorras Rojas para ser tan leales a mí.

Ahora estaban erguidos frente a mí, más de ellos de los que yo había visto alguna vez en un mismo lugar a la vez. Parecían una pared viva de carne y músculo. Todos ellos llevaban puestos pequeños gorros redondos. La mayoría estaban cubiertos de sangre seca de modo que parecía que la lana de sus ropas era de colores marrones y negros. Pero aproximadamente a un tercio de ellos les caía sangre desde sus gorras, goteando sobre su cara y manchándoles los hombros y la pechera de su ropa.

En un tiempo lejano, ser un líder de guerra entre ellos quería decir que tenías que ser capaz de conseguir que la sangre de tu gorra permaneciera fresca. La alternativa era matar a un enemigo lo bastante a menudo como para mantener tu sombrero rojo. Este pequeño hábito cultural los había convertido en los guerreros más sanguinarios del mundo feérico.

Sólo había encontrado un Gorra Roja capaz de mantener su gorro empapado en sangre fresca: Jonty. Él estaba de pie entre ellos, en el frente cerca del centro. Medía unos tres metros, tenía la piel gris, y el color de su mirada era el color de la sangre fresca. Todos los Gorras Rojas tenían ojos rojos, pero había diferentes matices de rojo, y los de Jonty eran tan brillantes como su gorra.

Cuando yo lo conocí, su piel me había recordado el color gris del polvo, pero ahora su piel no parecía seca o áspera. De hecho parecía como si usara una buena y potente crema hidratante y se la hubiera aplicado en toda la piel que estaba al alcance de mi vista. Y ya que los trasgos no iban a balnearios, no entendía el cambio de tono de su piel.