Выбрать главу

Ash miró al otro hombre.

– Yo me amotinaría esperando que un sidhe supiese tanto de nosotros. -Él me miró y asintió hacia mí-. Excepto la princesa, que parece hacer un estudio de la cultura de toda su gente.

Asentí en respuesta.

– Aprecio que hayas notado mis esfuerzos.

– Los he notado. Es uno de los motivos por los que estoy aquí.

– Luché en las guerras entre trasgos y sidhe -dijo Onilwyn-. Vi a los Gorras Rojas ser enviados a batallas que eran la muerte segura, pero nunca vacilaron. Aprendí que han jurado no desobedecer nunca al Rey Trasgo.

– Estás en lo cierto, hombre verde -dijo Jonty.

– También tienen prohibido competir por la monarquía -dijo Onilwyn.

– También es correcto.

– ¿Por qué estáis todos aquí? -volvió a preguntar Onilwyn.

Miré a Onilwyn. No era propio de él preocuparse tanto por mi seguridad. Tal vez se estaba preocupando de la suya.

Los Gorras Rojas miraron a Jonty. Él me miró a mí.

– ¿Por qué estáis aquí, Jonty? ¿Por qué hiciste que tantos de los tuyos vinieran contigo?

– A ti te contestaré -dijo él con aquella voz profunda, insultando a todos, a Ash y a Holly, a Onilwyn y a todos, excepto a mí.

Él avanzó. Rhys y Frost se movieron un poco delante de mí. Algunos de los otros guardias se movieron de su fila situada detrás de nosotros.

– No -les dije-. Él me ayudó a salvaros a todos. No seáis ahora desagradecidos.

– Se supone que nosotros te protegemos, Merry. ¿Cómo podemos permitir que eso se acerque a ti? -dijo Rhys.

Le dirigí una mirada poco amistosa.

– Él no es “eso”, Rhys. Él es un Gorra Roja. Es Jonty. Es un trasgo. Pero no es un “eso”.

Mi cólera pareció sorprenderlo. Hizo una pequeña inclinación y se movió hacia atrás.

– Como desee mi señora.

Normalmente, yo habría tratado de aliviar sus sentimientos dolidos, pero esta noche tenía otras cosas en la cabeza antes que hacer malabarismos con las relaciones emocionales de mi vida.

Me levanté y la ropa de seda que llevaba puesta rozó el suelo con un sonido que parecía casi vivo. Las sandalias de tiras cruzadas y tacón alto hicieron un sonido agudo sobre el mármol.

Los tacones altos habían sido la única cosa que los gemelos me habían pedido que llevara puesta. La única petición. Moví la ropa de forma que pudieran ver un destello de los tacones de diez centímetros y las tiras que envolvían mis pantorrillas. De la garganta de Holly escapó un sonido. Ash se controló mejor, pero su cara no podía disimularlo. Ellos querían mi carne blanca contra la suya dorada. Querían conocer la carne sidhe, no era sólo un asunto de poder.

Ellos, como yo, sabían lo que era ser un extraño. Ser siempre diferente de aquellos que están a tu alrededor.

Jonty cayó de rodillas delante de mí. Arrodillándose, me miró a los ojos. Me hizo ser consciente de lo pequeña que yo era.

– Jonty -le dije.

– Princesa -me contestó.

Estudié su cara. De cerca el cambio era hasta más alarmante. Su piel era más lisa, de un color gris más suave. Él se rió de mí, y los dientes que yo recordaba como un montón de colmillos parecían más rectos, más blancos, menos espantosos, más la boca de una persona que la de un animal.

– ¿Qué te ha pasado, Jonty? -Pregunté.

– Tú eres lo que me ha pasado, Princesa.

– No lo entiendo.

– Tu mano de sangre nos pasó a todos nosotros aquella noche de invierno.

Fruncí un poco el ceño y traté de pensar en un modo de hacer mi pregunta, pero… ¿cómo haces una pregunta cuando no tienes ni idea de qué preguntar?

– No lo entiendo, Jonty.

– Tu mano de sangre nos ha devuelto nuestro poder.

– Tu poder no ha vuelto del todo -dijo Holly.

Jonty le lanzó una mirada diabólica.

– No, como dice el mestizo, no. Pero es más poder del que hemos conocido en siglos. -Volvió a mirarme, la cólera desvaneciéndose de sus ojos mientras me contemplaba. Había una suavidad en su mirada que no veías en los ojos de la mayoría de los trasgos. Los Gorras Rojas eran conocidos por su ferocidad, no por su bondad.

– ¿Por qué habéis venido todos vosotros, Jonty?

– Ellos quieren que les toques como me tocaste a mí. Quieren que también a ellos les restituyas su poder.

– ¿Por qué no me lo preguntaste antes?

– ¿Lo habrías hecho?

– Tú nos salvaste, Jonty. Lo sé. Pero más que esto, mi trabajo, mi tarea como princesa debe ser devolver el poder a las hadas. A todas las hadas. Esto os incluye a ti y tus hombres.

Jonty miró al suelo, y habló tan suavemente como su profunda voz se lo permitía.

– Yo sabía que no nos rechazarías si nos presentábamos ante ti. Yo sabía que tu mano de sangre nos llamaría con intensidad si nos acercábamos a ti, pero no pensé que dirías simplemente sí a distancia.

Él alzó la vista y sus ojos rojos brillaban. Los Gorras Rojas no lloraban, nunca.

Una única lágrima se deslizó de su ojo. Una lágrima del color de la sangre fresca. Hice lo que yo sabía era costumbre entre los trasgos. Las lágrimas son preciosas, la sangre más preciosa aún. Toqué con mi dedo su cara y capturé aquella única lágrima antes de que pudiera mezclarse y perderse en la sangre que se deslizaba hacia abajo por su cara.

La lágrima tembló en mi dedo como una lágrima verdadera, pero era roja como la sangre. La levanté hasta mi boca, y bebí su lágrima.

CAPÍTULO 21

HAY MOMENTOS EN LOS QUE PARECE QUE EL MUNDO contiene el aliento. Cuando el mismo aire parece hacer una pausa, como si el tiempo en sí mismo hubiera tomado un profundo y último aliento antes de…

El sabor salubre y metálico tirando a dulzón se deslizó por mi lengua. El líquido pareció crecer, incluso cuando se deslizó por mi garganta igual que una bebida fría, clara como el agua, si ésta pudiera contener la sal de los océanos y el gusto de la sangre.

Vi la habitación fragmentada, como si las cosas no estuvieran sincronizadas. Una nube de semi-duendes volaba por la habitación, aunque sabía que ellos tenían prohibido estar. Los trasgos pensarían que eran un bocado sabroso. Pero los duendes alados inundaron la habitación como una nube de mariposas y polillas, libélulas u otros similares, e insectos que nunca habían aparecido en la naturaleza. Parecía haber muchos más de los que yo sabía que nos habían seguido en el exilio.

El aire parecía vivo con el revoloteo colorido de sus alas, había tantos que crearon una brisa que jugaba con mi pelo y rozaba mi cara.

Los perros llegaron después. Pequeños terriers que se agolpaban alrededor de los pies de los trasgos, como si a los perros no les preocupara, o los trasgos no los vieran. Después noté el paso garboso de los galgos, recorriendo un estrecho camino entre la habitación atestada. Caminaban entre los Gorras Rojas como si estuvieran atravesando un bosque en vez de moverse por entre la gente. Pasando desapercibidos, ya que los Gorras Rojas no reaccionaron ante los perros.

Los perros fueron hasta sus amos. Los terriers junto a Rhys. Algunos sabuesos fueron con los otros guardaespaldas. Mis dos perros se me acercaron. Minnie con su cara mitad roja y mitad blanca como si alguien hubiera dibujado una línea a lo largo de su cara. Mungo con su oreja roja y el resto blanco como el ala de un cisne.

Todos ellos habían estado esperándonos… a nosotros.

La voz de Frost llegó hasta mí.

– Merry, ¿qué es todo esto?

Pero fue la voz de Royal, que se cernía por encima de mí con sus alas de polilla, el que contestó…

– Es el momento de la creación, Asesino Frost.

Levanté la vista para mirar al hombre diminuto.

– No te entiendo.

Me sonrió, pero había una impaciencia en él que me hizo desconfiar. Siempre hubo algo sensual, incluso sexual, en Royal. Desde que había crecido hasta el tamaño de una muñeca Barbie grande, era inquietante por no decir algo más.