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– Diosa, por favor -susurré.

De reojo, vi a Rhys moverse y al niño que llegaba hasta él, pasándole por encima una mano fantasma. Rhys lo percibió, tratando de ver lo que lo había tocado. No era correcto. Tenía a dos niños dentro de mí, no tres.

Pero no por mucho tiempo, a menos que… fui hacia Frost. Galen me cogió en sus brazos, y el anillo palpitó con bastante fuerza como para hacer que me tambaleara. Cuatro padres para dos bebés. Esto no tenía ningún sentido. Yo no había tenido relaciones sexuales completas con Galen desde hacía más de un mes, porque estuvimos de acuerdo en que él sería un mal rey. Él y Kitto habían sido los únicos que me habían dejado complacer mi inclinación por el sexo oral para contentar mi corazón. Pero una no podía quedarse embarazada así.

El olor a rosas se hizo más fuerte. Y por lo general eso significaba un sí. No es posible, pensé.

– Soy la Diosa, y tú te estás olvidando de tu historia.

– ¿Qué historia estás olvidando? -preguntó Galen.

Alcé la vista hacia él.

– ¿Tú lo oíste?

Él asintió.

– La historia de Ceridwen.

Él me miró ceñudo.

– No lo entiendo… -Entonces la comprensión se reflejó en su rostro. Mi Galen, con sus pensamientos tan fáciles de leer en su hermosa cara-. Quieres decir…

Asentí.

Él frunció el ceño.

– Pensaba que Ceridwen se quedó embarazada por comer un grano de trigo y Etain nació porque alguien se la tragó cuando era una mariposa, según la mitología. Una mujer no puede quedarse embarazada por tragar algo.

– Tú oíste lo que ella dijo.

Él tocó mi estómago a través de la seda del vestido. Una sonrisa se extendió a través de su cara. Resplandeció de la alegría, pero yo no podía unirme a él.

– Frost es padre, también -dije.

La alegría de Galen se atenuó como una vela puesta detrás de un cristal oscuro.

– Oh, Merry lo siento.

Sacudí la cabeza, y me aparté de él. Fui a arrodillarme al lado de Frost. Rhys estaba a su otro lado.

– ¿Te oí correctamente? ¿Frost habría sido tu rey?

– Uno de ellos -dije. No tenía ganas de explicarle a Rhys que de alguna forma, también le había tocado el gordo. Era demasiado confuso. Demasiado abrumador.

Rhys puso sus dedos contra el lado del cuello de Frost. Apretó contra su piel. Inclinó la cabeza, su pelo cayendo como una cortina para esconder su rostro. Una lágrima brillante cayó sobre el pecho de Frost.

El azul del tatuaje de ciervo parpadeó más brillante, como si la lágrima hubiera hecho que la magia llameara más intensamente. Toqué la señal, y esto la hizo brillar más aún. Puse mi mano en su pecho. Su piel estaba todavía caliente. La señal del ciervo llameó de color azul alrededor de mi mano.

Recé.

– Por favor, Diosa, no me lo arrebates, no ahora. Déjale conocer a su hijo, por favor. Si he tenido alguna vez tu gracia, devuélvemelo.

Las llamas azules llamearon brillantes, cada vez más brillantes. No quemaban, pero se sentían como si fueran eléctricas, punzantes… justo al filo del dolor. El resplandor era tan brillante que yo ya no podía ver su cuerpo. Podía sentir los lisos músculos de su pecho, pero no podía ver nada excepto el azul de las llamas.

Noté la piel bajo mi mano. ¿Piel? Ya no estaba tocando a Frost. Había algo más dentro de aquel brillo azul. Algo con pelo y que no tenía forma de hombre.

La forma se puso en pie, y se hizo tan alta que yo no podía tocarla. Doyle estaba detrás de mí, cogiéndome en sus brazos, recogiéndome del suelo. El fuego azul se extinguió, y un enorme ciervo blanco se erguía frente a nosotros. Mirándome con ojos grises y plata.

– Frost -dije, extendiendo la mano, pero él corrió. Corrió por la vasta extensión de mármol hacia las lejanas ventanas. Corrió como si la superficie resbaladiza no fuera un obstáculo para sus pezuñas. Corrió como si fuera ingrávido. Pensé que chocaría contra el cristal, pero las puertas de un balcón que nunca había estado allí antes se abrieron para que el gran ciervo pudiera salir corriendo hacia la nueva tierra que se extendía más allá.

Las puertas se cerraron tras él, pero no desaparecieron. Por lo visto, la habitación era flexible todavía.

Me giré en los brazos de Doyle para poder verle la cara. Era él quien miraba a través de sus ojos, no el Consorte.

– Es Frost…

– Él es el ciervo -dijo Doyle.

– ¿Pero esto significa que él, como Frost, se ha ido?

La mirada en su cara oscura fue suficiente.

– Él se ha ido -dije.

– No se ha ido, pero ha cambiado. Si volverá a ser otra vez el hombre que conocíamos, sólo la Deidad lo sabe.

Él no estaba muerto, no exactamente. Pero estaba perdido para mí. Perdido para nosotros. No sería un padre para el niño que habíamos concebido. Nunca volvería a estar en mi cama.

¿Qué había rogado yo? Que volviera a mí. ¿Si yo lo hubiera pedido de forma diferente se habría transformado también en un animal? ¿Habían sido mis palabras incorrectas?

– No te culpes -dijo Doyle-. Donde hay vida de cualquier clase hay siempre esperanza.

Esperanza. Era una palabra importante. Una palabra buena. Pero en aquel momento, no me pareció suficiente.

CAPÍTULO 24

– NO ME IMPORTA A CUÁNTOS GALLYTROTS LLAMES CON TU magia -dijo Ash-. Juraste que estarías con nosotros, y no lo has hecho -dijo mientras caminaba por la habitación, con sus manos tirando de su corto pelo rubio como si se lo fuese a arrancar.

Holly se sentaba en el gran sofá blanco con el gallytrot acostado boca arriba sobre su regazo, o al menos tan en su regazo como era posible, lo que significaba que el perro llenaba una gran parte del enorme sofá. Holly acarició a contrapelo el pecho y la barriga del can. Holly, el del carácter ardiente, parecía estar más relajado de lo que yo lo había visto jamás.

– El sexo era para poder recuperar nuestros poderes. Ella nos ha devuelto el poder.

– No un poder sidhe -dijo Ash, acercándose hasta detenerse delante de su hermano.

– Prefiero ser trasgo -dijo Holly.

– Yo prefiero ser el rey de los sidhe -dijo Ash.

– La princesa os ha dicho que está embarazada -dijo Doyle.

– Has llegado demasiado tarde a la fiesta -dijo Rhys.

– ¿Y de quién es la culpa? -preguntó Ash, acercándose a mí-. Si sólo te hubieras acostado con nosotros hace un mes, entonces habríamos tenido una oportunidad.

Levanté la mirada hacia él, demasiado entumecida como para reaccionar a su cólera y desilusión. Alguien me había envuelto en una manta. Me acurruqué en ella, helada. Con un frío que yo sabía y podía curar. Era tan gracioso, Frost se había ido y yo le lloraba soportando el frío.

Había respuestas diplomáticas que yo podría haber dado. Había muchas cosas que podría haber dicho, pero simplemente no me importaba. No me importaba lo suficiente como para decir algo.

Levanté la mirada hacia él. Galen se dejó caer en el sofá a mi lado. Me rodeó los hombros con su brazo. Me acurruqué contra él. Dejé que me sostuviera. Él había estado entre los hombres a los que Doyle había llamado a la sala de estar, para que estuvieran en guardia por si la cólera de Ash superaba su sensatez. La cólera del trasgo había sido tan grande que Doyle y Rhys todavía estaban en tensión. Querían estar preparados y alertas en el caso de que este… Ah… tan sensato hermano perdiera la cabeza.

Galen me sostuvo, más cerca ahora, pero no era por miedo a Ash. Pienso que él tenía miedo de lo que yo pudiera hacer. Tenía razón en tener miedo, porque yo me sentía inconmovible. No sentía nada.