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Hace mucho tiempo todos los gobernantes eran elegidos por los dioses. Esta es la vieja costumbre. La forma en que tales cosas se suponen que deben ser hechas.

Sacudí la cabeza. Yo nunca había querido menos ser quien gobernara a todas las hadas. El coste, como yo había temido, era terriblemente alto. Demasiado alto.

– Tus palabras son bien intencionadas, pero mi corazón está desconsolado.

– El Asesino Frost no se ha ido.

– Él no me ayudará a criar a su hijo. Es como si se hubiera ido, Jonty. -Comencé a avanzar a través del suelo enorme hacia las puertas lejanas. Las ventanas eran una línea de resplandor. Comprendí con un sobresalto que había sido de noche cuando todo esto comenzó, y era todavía de noche en el exterior de la casa principal, pero por las ventanas se veía un día brillante. La luz del sol se había movido, las sombras habían cambiado sobre el suelo desde la hora en que habían aparecido, pero el tiempo transcurría a un ritmo diferente al del mundo exterior. Era como si las puertas condujeran al corazón de este nuevo sithen. ¿Era éste nuestro jardín? ¿Nuestro corazón del sithen?

Mungo dio un golpe en mi mano. Acaricié su sólida cabeza y examiné aquellos ojos. Aquellos ojos que eran un poco demasiado sabios para ser los de un perro. Minnie se rozó contra mi otra pierna. Ellos me decían del único modo que podían hacerlo que yo tenía razón.

Rhys y Doyle habían dicho que la noche que habíamos concebido a los bebes había sido una noche de magia salvaje, pero esto también era magia salvaje. Esto era la magia de la creación, y era la magia antigua. La magia más antigua inimaginable.

Las puertas se abrieron sin que mi mano se extendiese. La brisa era fresca y caliente al mismo tiempo. Había un olor a rosas.

Traspasé las puertas, que se cerraron detrás de mí y desaparecieron. Esto no me asustó. Yo había querido estar fuera, y los vestíbulos habían cambiado para mí. Dentro del sithen oscuro yo podía llamar a las puertas. No quería una puerta ahora mismo. Quería estar sola. Los perros eran toda la compañía que yo podía soportar. Quería llorar mi pérdida, y aquellos más cercanos a mí estaban demasiado desgarrados entre la felicidad y la pena. Pena por Frost, pero felicidad por ser reyes. Yo no podía aguantar más aquella mezcla de alegría y tristeza. Ya estaría contenta más tarde. Pero por el momento, tenía que dedicarme a otras cosas. Me quedé de pie en el centro de un claro bañado por el sol con los perros a mis costados. Levanté mi cara al calor de aquel sol y dejé que mi control se desmoronara. Me entregué a mi pena, sin manos que me sostuvieran e hicieran feliz. Me abracé a la tierra cubierta por la hierba, a la cálida piel de los perros, y finalmente lloré.

CAPÍTULO 25

UNAS MANOS SE DESLIZARON SOBRE MIS HOMBROS. ME giré, y cuando me di la vuelta me encontré con Amatheon. Su pelo color cobre le rodeaba de un halo de luz del sol y brillaba de tal modo, que por un instante su cara pareció desaparecer entre el resplandor. Parecía estar hecho para este nuevo mundo mágico lleno de luz de sol y calor.

Le dejé sostenerme, cansada de llorar, agotada mental y físicamente; en el día de hoy había recibido las noticias más importantes de toda mi vida, y algunas de ellas eran también las más tristes. Era como las caras de una misma moneda, por un lado te conceden el deseo más preciado y por el otro tienes que pagar con aquello que más quieres. No era justo, y en el momento en que lo pensé, supe que éste era el pensamiento de una cría. Ya no era una cría. La vida no era justa, y ésa no era más que la pura verdad.

Amatheon levantó mi cara hacia él acunando mi barbilla suavemente en su mano. Y me besó. El beso fue gentil y yo se lo devolví, muy suavemente también. Entonces sus manos en mi espalda me presionaron para acercarme más a él. Su boca se hizo insistente sobre la mía, pidiéndome con la lengua y los labios que me abriera a él.

Empujé contra su pecho para así poder verle la cara.

– Amatheon, por favor, acabo de perder a Frost. Yo…

Él presionó su boca contra la mía con bastante más fuerza, dejándome como única opción el abrir mi boca para él o cortarme los labios contra sus dientes. Empujé contra él, más fuerte.

Los perros emitieron un suave gruñido todos a la vez.

Sentí algo alrededor de su boca que no debería haber estado allí, casi como un bigote y una barba. La luz del sol deslumbró mis ojos, y la sensación desapareció.

Él me presionó contra el suelo. Le empujé una vez más, y grité:

– ¡Amatheon, no!

Mungo se precipitó hacia él y le mordió en el brazo. Amatheon le maldijo, pero no era la voz correcta.

Clavé los ojos en ése alguien que estaba encima de mí. La pena había desaparecido barrida por el miedo. Quienquiera que fuera, no era Amatheon.

Él se inclinó para forzarme con un beso una vez más. Levanté mis manos y traté de apartar su cara de la mía. En ese momento el anillo de la reina tocó su piel desnuda, y la ilusión desapareció. La luz solar pareció atenuarse durante un instante, y entonces al mirar hacia arriba vi el rostro de Taranis, Rey de la Luz y la Ilusión.

No malgasté el tiempo con la sorpresa. Acepté lo que mis ojos me dijeron e interpretaron. Y dije…

– Puerta, tráeme a Doyle.

Una puerta apareció a nuestro lado. Taranis pareció conmocionado.

– Tú me deseas. Todas las mujeres me desean.

– No, yo no.

La puerta comenzó a abrirse. Él levantó una mano y la luz del sol golpeó la puerta como una barra de acero. Oí la voz de Doyle, y la de los demás, gritando mi nombre.

Los perros se abalanzaron contra él, que se puso de rodillas derramando luz dorada de sus manos. Esto me puso el vello de punta y me hizo gritar otra vez.

Mis ojos quedaron deslumbrados por la luz. Luego pude vislumbrar la ruina chamuscada de mis perros yaciendo abrasados. Mungo se tambaleaba sobre sus patas, intentando levantarse otra vez.

Taranis estaba de pie, con mi muñeca atrapada en su mano. Luché por permanecer sobre el suelo, para no ir con él. Doyle y los demás estaban sólo al otro lado de la puerta. Ellos vendrían. Ellos me salvarían.

El puño de Taranis salió de entre la luz, y mi mundo se volvió todo oscuridad.

CAPÍTULO 26

DESPERTÉ LENTA Y DOLOROSAMENTE. EL LADO DE MI CARA dolía, y notaba la cabeza como si alguien tratase de salir de mi cráneo a golpes. La luz era demasiado brillante. Tuve que cerrar los ojos y protegerlos con la mano. Atraje la sábana de seda sobre mis pechos… ¿Seda?

La cama se movió, y supe que alguien estaba conmigo.

– He atenuado las luces para ti, Meredith.

Aquella voz, oh Diosa. Parpadeé abriendo los ojos y lamenté no poder creer que era un sueño. Taranis estaba apoyado sobre un codo a mi lado. La sábana blanca de seda apenas cubría su cintura. El vello que ascendía por su pecho era de un rojo más sólido que el color de puesta de sol de su pelo. Una línea de vello se arrastraba más abajo, y realmente no quería que él me demostrara si era un pelirrojo natural.

Sostuve las sábanas contra mis pechos como una virgen asustada durante su noche de bodas. Pensé en una docena de cosas que decir, pero finalmente dije…

– Tío Taranis, ¿dónde estamos? -Así, le recordaba que yo era su sobrina. No iba a ceder al pánico. Él ya había demostrado que estaba loco en la oficina del abogado. Lo había vuelto a demostrar otra vez golpeándome, dejándome inconsciente y trayéndome aquí. Iba a estar tranquila, mientras pudiese.

– Vamos, Meredith, no me llames “Tío”. Me hace sentirme viejo.

Miré a aquella hermosa cara, tratando de encontrar un poco de cordura con la que poder razonar. Él bajó la mirada y me sonrió, pareciendo encantador y un poco hermosamente mundano, pero no había indicio alguno de que lo que sucedía estuviese mal o fuese extraño. Él actuaba como si nada estuviese mal. Y eso era más espantoso que casi cualquier otra cosa que pudiese haber hecho.