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– Los tres guardias que han sido acusados por el rey deberían regresar al sithen -dijo Shelby.

– El rey Taranis tenía tanto miedo de que el Embajador Stevens viera que en la Corte Oscura eramos hermosos que hechizó al pobre hombre. Un hechizo que le obligaba a vernos como monstruos. Un hombre que es capaz de hacer tal cosa desesperada haría muchas otras cosas más desesperadas.

– ¿Qué quiere decir, Princesa?

– Mentir equivale a ser expulsado del mundo de las hadas, pero ser rey te permite a veces estar por encima de la ley.

– ¿Está diciendo que los cargos son falsos? -inquirió Cortez.

– Desde luego que son falsos.

– Usted diría cualquier cosa por salvar a sus amantes -expresó Shelby.

– Soy sidhe, y no estoy por encima de la ley. No puedo mentir.

– ¿Es verdad eso? -dijo Shelby inclinándose para preguntárselo a Veducci.

Él asistió.

– Se supone que es verdad, pero una de las dos miente, la princesa o Lady Caitrin.

Shelby se giró para mirarme.

– Usted no puede mentir.

– Poder, puedo… pero si así lo hiciera me arriesgaría a ser expulsada del mundo de las hadas. -Apreté fuertemente la mano de Doyle. -No hace nada que regresé allí. No quiero perderlo todo de nuevo.

– ¿Por qué dejó usted el sithen la primera vez, Princesa? -preguntó Shelby.

Biggs contestó a esto.

– Esa pregunta está fuera de lugar, y nada tiene que ver con los cargos en cuestión. -La reina probablemente le había dado una lista de preguntas a las que yo no podía contestar.

Shelby sonrió.

– Muy bien. ¿Es verdad eso de que los Cuervos fueron forzados al celibato durante siglos?

– ¿Puedo hacer una pregunta antes de contestar a ésta?

– Puede preguntar lo que guste, Princesa, pero puede que no le conteste.

Me reí de él, y él sonrió a su vez. La mano de Doyle apretó mi hombro. Él tenía razón, mejor no coquetear hasta no saber exactamente cuál sería el resultado. Atenué la sonrisa, e hice la pregunta.

– ¿El Rey Taranis dijo que los Cuervos fueron forzados al celibato durante siglos?

– Eso he dicho -dijo Shelby.

– No lo dudo, Señor Shelby. Por favor, tenga en cuenta que hasta una princesa puede ser torturada por ir en contra de las órdenes de su reina.

– Confiesa entonces que torturan a su gente en la Corte de la Oscuridad -dijo Cortez.

– Se tortura en las dos Cortes, señor Cortez. Sólo que la reina Andais no lo esconde, porque ella no se averguenza de ello.

– ¿Declarará usted públicamente que…? -empezó a decir Cortez.

– Será una declaración a puertas cerradas -dijo Biggs- a menos que llegue a los tribunales.

– Sí, sí -dijo Cortez-, ¿pero usted declararía en el juicio que el Rey Taranis permite la tortura como castigo en la Corte Luminosa?

– Conteste a mi pregunta sinceramente, y yo contestaré a la suya.

Cortez miró a Shelby. Intercambiaron una larga mirada, luego los dos se volvieron hacia mí.

– Sí -dijeron al mismo tiempo. Los dos hombres se miraron el uno al otro, y finalmente Cortez asintió con la cabeza hacia Shelby, quién dijo…

– Sí, el rey Taranis nos comunicó el hecho de que los Cuervos habían sido forzados al celibato durante siglos y que esa era la razón por la que eran peligrosos para las mujeres. Tambien declaró que se había levantado el celibato sólo para una joven muchacha, haciendo referencia a usted, Princesa, y que eso era monstruoso. Una sola mujer para satisfacer centurias de lujuria.

– Entonces el celibato es el motivo para la violación -dije.

– Parece ser el razonamiento del rey -comentó Shelby. -No hemos buscado un motivo más usual para la violación.

Usual, pensé.

– He contestado a su pregunta, Princesa. Ahora, ¿declararía en el juicio que la Corte Luminosa tortura a sus presos?

Frost llegó para detenerse al lado de Doyle.

– Meredith, piensa antes de contestar.

Miré hacia atrás, encontrándome con sus preocupados ojos del mismo color que el suave gris de los cielos en invierno. Le ofrecí mi otra mano, y él la tomó.

– Taranis dejó salir a nuestro gato de su cubil, Frost. Ahora dejaremos salir al suyo.

Frost me miró con el ceño fruncido.

– No entiendo esta conversación sobre gatos, pero temo su cólera.

Tuve que reírme de él sobre todo porque también estaba de acuerdo.

– Él comenzó esto, Frost. Yo sólo lo terminaré.

Él apretó mi mano, y Doyle me apretó la otra, de modo que mis manos quedaron entrecruzadas sobre mi pecho, sosteniéndolos. Sostuve sus manos al tiempo que decía…

– Señor Shelby, Señor Cortez, a su pregunta de… ¿si declararía en el juicio que la Corte de la Luz del Rey Taranis tortura como método de castigo? Sí, lo declararía.

Se supone que era una declaración a puertas cerradas, pero si cualquiera de estos secretos llegaba a la prensa… Esta pequeña enemistad familiar se trasformaría en algo feo, muy feo.

CAPÍTULO 2

LOS ABOGADOS DECIDIERON QUE DOYLE Y FROST PODÍAN contestar algunas preguntas generales sobre cómo era ser parte de mi guardia personal, ofrecer alguna idea acerca del ambiente en el cual Rhys, Galen, y Abe habían estado viviendo. Yo no estaba segura de si eso sería de alguna ayuda, pero dado que yo no era abogado, ¿quién era yo para discutirlo?

Doyle se sentó a mi derecha, Frost a mi izquierda. Mis abogados, Farmer y Biggs movieron sus asientos para hacerles sitio.

Shelby consiguió hacer la primera pregunta.

– ¿Y ahora hay dieciséis de ustedes con acceso a la Princesa Meredith para sus, humm, necesidades?

– Si quiere decir para el sexo, entonces sí -dijo Doyle.

Shelby tosió y asintió con la cabeza.

– Sí, quería decir para el sexo.

– Entonces diga lo que quiere decir -dijo Doyle.

– Eso haré. -Shelby se sentó un poco más erguido-. Imagino que debe ser difícil compartir a la princesa.

– No estoy seguro de entender la pregunta.

– Bien, no quisiera ser poco delicado, pero esperar su turno debe ser difícil después de tantos años de abstinencia.

– No, no es difícil esperar.

– Por supuesto que sí -dijo Shelby.

– Está poniendo palabras en boca de los testigos -dijo Biggs.

– Lo siento. Lo que quiero decir, Capitán Doyle, es que después de tantos años de necesidades no satisfechas, debe ser difícil tener relaciones sexuales sólo cada dos semanas más o menos.

Frost se rió, luego se dio cuenta y trató de convertirlo en una tos. Doyle sonrió. Era la primera sonrisa amplia y genuina que había dejado ver desde que las preguntas habían comenzado. El destello blanco de sus dientes en su oscuro, realmente oscuro rostro, era alarmante si no estabas acostumbrado a verlo. Era como si, de repente, una estatua te sonriera.

– No alcanzo a ver el humor que existe en ser obligado a esperar semanas para tener sexo, Capitán Doyle, Teniente Frost.

– Yo no vería ningún humor en eso tampoco -dijo Doyle-, pero cuando el número de hombres aumentó, la Princesa Meredith cambió algunas de las pautas que teníamos asignadas.

– No le sigo -dijo Nelson-, ¿Pautas?

Doyle me miró.

– Quizás sería mejor si lo explicaras tú, Princesa.

– Cuando sólo tenía cinco amantes, parecía razonable hacerles esperar su turno, pero tal como usted ha hecho notar, esperar dos semanas, o más, después de siglos de celibato parecía otra forma de tortura. De modo que cuando el número de hombres aumentó hasta llegar a ser un número de dos dígitos, yo aumenté el número de veces que hago el amor en un día determinado.

No se consigue a menudo ver a tan poderosos y altamente cotizados abogados con el semblante avergonzado, pero yo lo conseguí en ese momento. Se miraban los unos a los otros. Sólo Nelson, de hecho, levantó la mano.