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Nada como el hecho de mi nacimiento hizo aflorar el odio y el miedo de los luminosos por los oscuros. No hubo oferta en la corte luminosa para más uniones. Ellos preferirían morir antes de que uno de su gente se mezclase con nuestra sangre sucia.

Examinando la cara de la sanadora, yo no estaba segura de que todos los luminosos estuviesen de acuerdo con esa decisión. O tal vez era el olor de las rosas haciéndose más fuerte. Con todas las flores y las vides que había en la habitación de Taranis, y no había olido nada. Había parecido bonito, pero no… verdadero. Supe en un instante de claridad que así era en su mayor parte la corte luminosa: una ilusión.

Ilusión que podías ver y tocar, pero que no era cierta.

La sanadora se puso en pie y susurró al guardia. Él se situó a mi lado. Dos criados vinieron y comenzaron a limpiar el lío que yo había organizado. Puedes confiar en que la corte luminosa estará más preocupada por las apariencias que por la verdad. Ellos limpiarían el lío incluso antes de que yo estuviese curada, o antes de que ellos estuvieran seguros de si yo podría curarme.

Una de las criadas tenía un corte fresco en su mejilla y los principios de un moratón. Sus ojos eran marrones, y su cara, aunque bonita, parecía demasiado humana ¿Era ella, como yo, en parte de ascendencia humana, o era uno de los mortales atraídos al mundo feérico hacía siglos? Ellos consiguieron la inmortalidad, pero si alguna vez dejaran el sithen, todos sus largos años les alcanzarían al instante. Estaban más atrapados que cualquiera de nosotros ya que dejar el sithen significaría la verdadera muerte para ellos.

Ella me dirigió una mirada asustada mientras limpiaba. Cuando no aparté la mirada, ella sostuvo la mía. Hubo un momento de pánico en su rostro. Miedo por ella misma, y tal vez miedo por mí. Miedo de Taranis. Alguien había dicho que el Cu Sith le había impedido golpear a un criado ¿Dónde estaba el Cu Sith ahora?

Algo arañó en la puerta, no tuve que mirar hacia ella para saber que algo grande deseaba entrar.

La voz de Taranis…

– Echad a esa bestia de mi puerta.

– Rey Taranis -dijo la sanadora-, la princesa Meredith está más allá de mis capacidades de curación.

– ¡Cúrala!

– Muchas de las hierbas que podría usar dañarían a los niños que ella lleva.

– ¿Has dicho niños? -preguntó él, y parecía normal, casi cuerdo.

– Lleva gemelos. -Ella había aceptado simplemente mi palabra. Lo aprecié.

– Mis gemelos -dijo él y su voz volvió a sonar en ese tono arrogante. Él volvió a la cama, se sentó y me hizo saltar. El dolor de cabeza y las náuseas rugieron de nuevo a la vida. Lancé un grito cuando me atrajo a sus brazos. El movimiento era una agonía.

Grité, y el sonido también me hizo daño.

Taranis pareció congelarse ante mi grito, apartando la vista de mí, pareciendo casi infantil en su carencia de comprensión.

– ¿Quieres que tus niños mueran? -dijo la sanadora a su lado.

– No -dijo él todavía frunciendo el ceño y aturdido.

– Ella es mortal, mi rey. Es frágil. Debes permitirnos llevarla a algún sitio donde puedan curarla o tus niños morirán sin llegar a nacer.

– Pero son mis niños -dijo él, y sonó más como una pregunta que como una afirmación.

Ella me miró y luego dijo…

– Cualquier cosa que diga el rey es la verdad.

– Ella lleva a mis niños -dijo él, y todavía parecía un poco inseguro de sí mismo.

– Cualquier cosa que diga el rey es verdad -repitió ella.

Él asintió, abrazándome con un poco más de suavidad.

– Sí, mis niños. Mentiras, todo son mentiras. Yo tenía razón. Sólo necesitaba a la reina apropiada. -Se inclinó y puso el más suave de los besos sobre mi frente,

El arañar en la puerta era más fuerte. Taranis gritó, y se puso en pie conmigo en sus brazos.

– ¡Vete, sucio perro!

El movimiento fue demasiado brusco y vomité sobre él. Me dejó caer en la cama mientras aún vomitaba. La criada de ojos marrones me sujetó y me estabilizó, de forma que no me caí de la cama al suelo. Me sostuvo mientras devolvía hasta que sólo quedó la bilis y la amargura. La oscuridad trató de tragarse el mundo otra vez, pero el dolor era demasiado grande.

Yacía en los brazos de la criada y gemía de dolor. ¡Diosa y Consorte, ayudadme!

El olor de rosas llegó como una oleada calmante. La náusea se alivió. El dolor se amortiguó en vez de ser una cosa cegadora.

La criada de ojos marrones y la sanadora comenzaron a limpiarme otra vez. La mayor parte había ido a parar sobre el rey, pero no todo.

– Permite que te ayudemos a limpiarte, mi señor -dijo la otra criada.

– Sí, sí, debo limpiarme.

La criada de ojos marrones alzó la vista hacia la sanadora y el guardia. La sanadora dijo…

– Ve con tus compañeros sirvientes, ayuda al rey en el baño. Asegúrate de que disfruta de un baño largo y relajante.

El cuerpo de la criada se tensó un poco, entonces dijo…

– Como desee la sanadora, esos serán también mis deseos.

La sanadora ordenó al rubio guardia que me recogiese de los brazos de la mujer. Él vaciló.

– Tú eres un guerrero endurecido en las batallas. ¿Un poco de enfermedad te hace estremecerte?

Él frunció el ceño ante ella. Sus ojos llamearon con un indicio de fuego azul antes de decir…

– Haré lo que sea necesario -él me tomó bastante suavemente, mientras la sanadora decía…

– Apoya su cabeza con cuidado.

– He visto antes heridas de cabeza -dijo el guardia. Él hizo todo lo posible por mantenerme inmóvil. Cuando la lejana puerta del cuarto de baño se cerró detrás del rey y de las criadas, el guardia se puso cuidadosamente en pie conmigo en sus brazos.

La sanadora fue hacia la puerta, y él la siguió sin una palabra. El arañar en la puerta se había convertido ahora en un gemido, y cuando ellos abrieron la puerta el Cu Sith estaba ahí parado como un poni verde. Dejó escapar un suave ladrido cuando nos vio.

La sanadora susurró…

– Silencio.

El perro gimió, pero silenciosamente. Fue al lado del guardia, de modo que su piel rozara mis pies desnudos. Su toque envió un estremecimiento por mi cuerpo. Esperé que mi cabeza doliese, pero no lo hizo.

Realmente me sentí un poquito mejor.

Estábamos de pie en un largo pasillo de mármol delineado con espejos de gran calidad. Había dos filas de nobleza luminosa delante de aquellos espejos. Cada hombre y mujer tenían al menos a un perro mágico a su lado. Unos eran elegantes galgos como mis propios pobres perros. Recé porque Minnie estuviese bien. Ella había estado tan quieta.

Algunos perros eran enormes perros lobos irlandeses, tal como eran antes de que la raza casi se hubiera extinguido. Nunca se mezclaron con otras razas. Eran gigantes, enormes cosas feroces, algunos de piel lisa, otros áspera. La mirada de sus ojos no tenía nada que ver con el aspecto y todo que ver con la batalla. Eran los perros de la guerra que los romanos habían temido y habían criado para luchar en la arena.

Dos de las damas, y uno de los hombres sostenían pequeños perros blancos y rojos en sus brazos. Toda la nobleza ama a un buen perro faldero.

No entendí por qué estaban ellos allí, pero había algo en la presencia de los perros que me calmó. Era como si una voz dijese “Estarás bien. No temas, estamos contigo”.

Reconocí a Hugh por el pelo encendido.

– ¿Cuál es la magnitud de sus heridas? -Él tenía una pareja de enormes sabuesos irlandeses. Ellos eran lo bastante altos como para mirarme a los ojos mientras estaba en los brazos del guardia.