– Huelo a flores otra vez -dijo el guardia rubio.
– La Diosa se mueve a nuestro alrededor -señaló una mujer.
– Déjanos llevarla con los humanos y ver si ellos pueden hacer lo que no podemos nosotros -dijo Lady Elasaid. -Sacadla de aquí. -Ella se dio la vuelta mostrando sus brillantes ojos tricolores llenos de lágrimas mientras Hugh la ayudaba a ponerse en pie.
Doyle se puso en pie, cuidadosamente, manteniéndome cerca, y tratando de no mover mi cabeza. Tuvo éxito. Me agarré a él, sin querer que me dejara ir, justamente como si supiera que teníamos que separarnos.
Doyle y Hugh se miraron el uno al otro.
– Llevas el futuro de todos los duendes en tus brazos, Sir Hugh.
– Si yo no lo creyera, no estaría aquí ahora, Oscuridad.
Doyle me levantó separándome de su cuerpo, y los brazos de Hugh se deslizaron por debajo. Mis manos se arrastraron sobre la carne desnuda de Doyle, tan caliente, tan real, tan… mío.
Hugh me colocó tan suavemente como pudo en la curva de sus brazos, y contra la fuerza de su cuerpo. No era de su poder como guerrero del que yo dudaba, no en realidad. Era simplemente que sus brazos no eran los que yo quería.
– Estaré cerca de ti, mi Merry -indicó Doyle.
– Lo sé -le dije.
Entonces se convirtió otra vez en el perro negro. Se acercó hasta topetear mi pie con su cabeza. Le rocé con mis dedos, y sus ojos eran todavía los ojos de Doyle.
– Vamos -dijo Hugh.
El resto formó un círculo a nuestro alrededor. Unos se cerraron al frente mientras otros abrían la puerta, de modo que si se producía un ataque, los golpearían primero a ellos y no mí. Arriesgaban sus vidas, su honor, su futuro. Eran inmortales, y esto significaba que ellos tenían más futuro que arriesgar.
Recé.
– Madre, ayúdales, mantennos seguros. No dejes que paguen un precio muy alto por lo que estamos a punto de hacer.
El olor de rosas se hizo más fresco, y tan real que pensé que había sentido un pétalo acariciar mi mejilla. Entonces sentí otro. Abrí los ojos para encontrarme ante una lluvia de pétalos de rosa.
Escuché gritos ahogados de alegría y maravilla de los nobles de la Corte de la Luz. Los perros brincaban y bailaban bajo los pétalos. Los pétalos parecieron más rosados contra la oscuridad de la piel de Doyle.
Lady Elasaid dijo…
– Hubo en tiempo en que la reina de nuestra corte caminaba a todos los sitios bajo una lluvia de flores. -Su voz era suave y maravillada.
– Gracias, Diosa -expresó Hugh. Las lágrimas brillaban en su cara mientras me miraba, lágrimas que llameaban como el agua que refleja el fuego. Y luego susurró… -Gracias, mi reina.
Él avanzó conmigo en sus brazos, con lágrimas de fuego resplandeciendo en su cara. Caminamos hasta la siguiente habitación con pétalos de rosas que venían de ninguna parte formando la lluvia más dulce.
CAPÍTULO 28
NOS MOVIMOS A TRAVÉS DE HABITACIONES DE MÁRMOL Y oro. Habitaciones con paredes de un frío rosa con vetas de plata y columnas de oro. Habitaciones de mármol blanco con vetas rosas y lavanda, y columnas de plata. Habitaciones de mármol en plata y oro con columnas de marfil. Nos movimos bajo una continua lluvia de pétalos, pétalos de un rosa pálido como el primer rubor del alba, oscuros como el último resplandor asalmonado del día, y de un color lo suficientemente profundo como para ser púrpura. Caían a nuestro alrededor, y comprendí que los pétalos eran lo único vivo a nuestro paso. No había nada orgánico en este lugar de mármol y metal. Era un palacio, no era casa para unos seres que habían venido al mundo como espíritus de la naturaleza. Estábamos hechos para ser gente cálida, que amaba la vida y el amor, y aquí no había nada de eso.
No sé qué habrían hecho los otros nobles si no nos hubiéramos movido bajo esa bendición floral. Hacían juego con las habitaciones, vestidos con rígidas ropas de plata y oro, y colores suaves. Nos miraban fijamente, con la boca abierta. Algunos comenzaron a seguirnos, como en un desfile de creciente alegría y admiración.
Cuando oí la primera risa, me di cuenta de que se encontraban allí más por hallarse sometidos al encanto que simplemente por ver la lluvia de pétalos. El contacto de las flores parecía hacerles felices. Acaso no habían llegado con sonrisas y preguntas de protesta del tipo… “¿Dónde está el rey? ¿Qué has hecho?” Y cuando las voces se acallaron, simplemente nos siguieron, sonriendo.
Hugh susurró…
– He recordado cómo amaba a la Reina Roisin. Nunca llegué a comprender que aquel amor era en parte encanto.
Estuve a punto de decirle que yo no hacía eso, pero sólo pensarlo y el olor a rosas se hizo más intenso. Ya había aprendido que por lo general esto significaba ambas cosas, que lo hacía y que no lo hacía. Imaginé que no debía de decirle a Hugh que yo no creaba las flores a propósito, y con aquel pensamiento el olor a rosas se atenuó, por lo que imaginé que significaba que había hecho lo que ella deseaba. Quedé satisfecha con eso.
Doyle se había tenido que quedar atrás, para no ir a mi lado. Comprendía que así no se percatarían de su presencia y nadie ataría cabos, pero tuve que luchar contra mis sentimientos y contra la herida de mi cabeza, para no mirar alrededor buscando al enorme perro negro. Los grandes y peludos sabuesos de Hugh me ayudaban, por un lado bloqueando parcialmente mi visión, y por otra acariciándome con sus hocicos, tocándome los pies desnudos y las manos. Uno era casi totalmente blanco, el otro rojo salvo algunas pequeñas marcas blancas. Cada vez que me tocaban me sentía un poco mejor.
Los pétalos se posaban sobre sus grandes cabezas, luego caían al suelo cuando se movían y me olfateaban. Era como si los perros fueran más reales para mí, que la nobleza con su hermosa ropa. Los perros fueron creados por la magia que se desencadenó cuando estuve con Sholto. Habían llegado con la misma magia que consiguió que quedara embarazada. Los perros llegaron en la misma noche y de la misma magia. Una magia de creación y renacimiento.
Había guardias en las puertas situadas al final de la habitación donde nos detuvimos. Esta habitación era de mármol rojo y naranja, con vetas brillantes de blanco y oro atravesando toda la piedra. Las columnas eran de plata con vides de oro esculpidas que parecían florecer con flores también de oro.
Cuando era niña, pensaba que las columnas eran una de las cosas más bonitas del mundo. Ahora veía la realidad de lo que eran, una suplantación de las cosas reales. La corte Oscura, aún careciendo de la nueva magia, conservó vestigios reales de las rosas. Había existido un jardín acuático en el patio interior, con nenúfares. Sí, también contenía una roca con cadenas sujetas a ella, para que pudieras ser torturado en un escenario natural, pero había vida en la corte. Se había ido atenuando, pero no llegó a desparecer del todo cuando la diosa comenzó a moverse a través de mí, a través de nosotros.
En toda la Corte de la Luz no existía ningún rastro de vida. Incluso el gran árbol situado en la cámara principal estaba fabricado de metal. Era una gran obra, un logro artístico asombroso, pero tales cosas eran para los mortales. No se suponía que los inmortales tuvieran que ser conocidos sólo por su arte. Se suponía que debían ser conocidos por la realidad sobre la que ese arte estaba basado. Aquí no había nada real.
Los guardias estaban vestidos formalmente. Parecían más agentes del servicio secreto, que aristócratas Luminosos. Únicamente su extraordinaria belleza y los ojos formados por anillos de color, les delataban como algo más que humanos.
Hugh me sujetó un poco más fuerte. Sus sabuesos se movían ante mí. Comprendí que eran lo bastante altos como para ocultarme parcialmente de la vista de los guardias.
Lady Elasaid se situó por delante del grupo. Habló con tono resonante.
– Dejadnos pasar.
– Las órdenes del rey son claras, mi señora. No permite que haya nadie más en la rueda de prensa sin su permiso.