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– ¿No ves la bendición de la Diosa ante ti?

– Somos inmunes a la ilusión gracias a la magia del rey.

– ¿Ves la lluvia de pétalos? -preguntó.

– Vemos esa ilusión, mi señora.

No pude ver lo que hizo, pero dijo…

– Tócalos.

– El rey también puede hacer que una ilusión sea tangible, Lady Elasaid.

Comprendí que habían visto mentiras durante tanto tiempo que no reconocían la verdad. Desconfiaban de todo.

El guardia rubio se colocó un paso por delante de nosotros, colaborando con nuestros perros para escondernos de la vista. Se giró hacia Hugh y susurró:

– ¿Llamo?

Hugo hizo un pequeño gesto afirmativo.

Esperé a que el guardia sacara un espejo de mano o usara la brillante superficie de su espada, pero no lo hizo. Metió la mano en la bolsa de cuero que llevaba a su lado y sacó un teléfono móvil muy moderno.

Debí parecer sorprendida, porque me dijo…

– Tenemos cobertura alrededor de esta habitación. Es la razón por la situamos aquí a la prensa.

Era totalmente lógico. Se echó hacia atrás, y otro se movió, con toda naturalidad, para ayudar a esconderle de la vista de los guardias situados ante las puertas.

Habló en susurros:

– Estamos al otro lado de las puertas con la princesa que está herida. Los guardias no nos dejan pasar.

Uno de los guardias apostados cerca de la puerta dijo:

– Volved a vuestras habitaciones. Ninguno de vosotros tenéis nada que hacer aquí.

El guardia rubio dijo…

– Sí, Sí. No. -Cerró el teléfono, lo devolvió a su bolso de cuero, y tomó su lugar a nuestro lado. Le susurró algo a Hugh, tan bajo que ni siquiera yo pude oírlo.

El grupo de nobles, junto con sus perros, se apiñaban a mi alrededor. Si esto degeneraba en una pelea con espadas y magia, no tendrían espacio para maniobrar. Entonces comprendí lo que habían hecho. Me protegían. Me protegían con sus cuerpos altos y delgados. Me protegían con su belleza inmortal. A mí, a la que una vez habían despreciado, y arriesgaban todo lo que eran, todo lo que habían tenido en su vida, por protegerme.

No eran mis amigos. La mayoría ni me conocían. Algunos dejaron claro, cuando yo era niña, que no les gustaba. Me encontraban demasiado humana, con la sangre demasiado mezclada como para ser sidhe. ¿Qué les había hecho Taranis para volverlos tan desesperados que le desafiaban de esta manera por mí?

Hubo una agitación delante de la brillante multitud que me rodeaba, casi como un movimiento de flores ante un fuerte viento.

Escuché al guardia situado junto a la puerta, su voz lo suficientemente ruda como para reconocerla entre las demás voces más dulces.

– No os permitiré ir más allá en nuestro sithen, señor, son ordenes del rey.

– A menos que quieran luchar contra nosotros, atravesaremos esta puerta.

Reconocí la voz. Era el Comandante Walters, jefe de la división especial del Departamento de Policía de St. Louis, encargado de las relaciones con las hadas. Había sido un título honorario durante muchos años, hasta que volví a casa. No sabía cómo se había infiltrado en la rueda de prensa, pero no me importaba.

Se escuchó una segunda voz de hombre.

– Tenemos una autorización federal para llevarnos a la princesa en custodia preventiva. -Era el Agente Especial Raymond Gillett; el único agente federal que se mantuvo en contacto conmigo después de que la investigación sobre la muerte de mi padre se paralizara. Cuando era más joven había pensado que se preocupaba por lo que me ocurría. Últimamente había comprendido que se trataba más bien de no dejar un caso tan importante sin resolver. Todavía estaba enfadada con él, pero en aquel momento su voz familiar me sonó estupendamente.

– La princesa no está aquí, oficiales -dijo un segundo guardia-. Por favor, regresen al área de prensa.

– La princesa está aquí -dijo Lady Elasaid-, y necesita asistencia médica humana.

Pude sentir el aumento de la tensión en el grupo de nobles, como una primavera a la que hubieran herido demasiado a menudo. Para los oficiales humanos parecían hermosos e impasibles, pero sentí cómo la energía aumentaba en ellos, de la misma forma que la primera chispa de calor prende en una cerilla. Los guardias de la puerta también lo notaron.

El gran perro negro se situó a un lado de Hugh. No me hizo sentir mejor. Desarmado contra los guardias sidhe, lo único que podía hacer era morir por mí. No quería que muriera por mí. Quería que viviera por mí.

– Entre nosotros hay médicos -dijo el Comandante Walters-. Déjenlos que vean a la princesa, y que la llevemos hasta allí.

– El rey ha ordenado que no la devolvamos a los brutos que la hirieron. No puede volver a acercarse a los Oscuros.

– ¿Ha prohibido que se acerque a los humanos? -Preguntó el agente Gillet.

Hubo un momento de silencio hasta que un murmullo de poder comenzó a tomar forma entre los sidhe que me rodeaban. Lentamente, como si susurraran su magia.

– El rey no dijo nada de ella refiriéndose a los humanos -dijo la voz de otro guardia…

– Nos dijeron que la mantuviéramos alejada de la prensa.

– ¿Por qué tendría que ser alejada de la prensa? -Preguntó el agente Gillet-. Podría decirles en persona que fue rescatada de los “perversos” Oscuros por su “valiente” rey.

– No sé si…

– A menos, claro está, que crea que la princesa pueda dar una versión diferente… -dijo el Comandante Walters.

– El rey juró que fue así -dijo el guardia más locuaz.

– Entonces no tiene nada que perder dejando que nuestros doctores la vean -dijo el Agente Gillett.

El guardia que parecía más agradable dijo:

– Si el rey ha dicho la verdad, no hay nada que temer, Barry, Shanley… ¿No lo creéis así? -Se percibía una franca duda en su voz, como si hasta entre los más leales al rey, las mentiras se hicieran demasiado pesadas de llevar.

– Si realmente ella está aquí, entonces que avance -dijo Shanley. Parecía cansado.

Hugh me acercó aún más a él cuando la nobleza se separó como una brillante cortina. Sólo los perros y el guardia rubio se mantuvieron delante de mí. Doyle se quedó a nuestro lado. Creo que él, al igual que yo, estaba preocupado por si los guardias sospechaban quién era. Podrían dejarnos entrar en la sala de prensa, pero si llegaban a sospechar que la Oscuridad estaba en el interior de su sithen, se volverían locos.

Al final Hugh dijo…

– Dejad que la vean.

Tanto el guardia como los grandes perros se movieron. Doyle se situó algo detrás de Hugh de modo que pudiera mezclarse con los otros perros, si no se tenía en cuenta su color. Él era el único negro entre ellos. A mis ojos se destacaba casi dolorosamente, de lo negro que era entre tanto color Luminoso.

Debía parecer aún peor de lo que me sentía, porque ambos hombres me miraron con los ojos muy abiertos. Se controlaron después de la primera impresión, pero ya la había visto. E incluso lo entendía. Y fue como si aquella mirada me hubiera hecho revivirlo. No sé si fue por la magia, el miedo por Doyle, o el miedo a que Taranis nos encontrara. O tal vez… tal vez fuera esa pequeña voz en mi cabeza, que había ido creciendo hasta ser cada vez más estridente. La voz que finalmente me hizo pensar en lo sucedido, preguntarme, al menos para mí misma… ¿Me violó? ¿Me violó después de golpearme y dejarme inconsciente? ¿Era eso lo que el gran rey de la Corte de la Luz consideraba seducción? Diosa, permite que estuviera desorientado cuando pensó en la posibilidad de que el hijo que yo llevaba fuera suyo.

Fue como si aún sabiendo que te habías cortado, sólo notaras el dolor después de ver la sangre. Yo había visto “la sangre” en las caras de los policías. Lo vi en el modo en que se acercaron a mí. El lado izquierdo de mi rostro estaba dolorido e hinchado. Estaba segura de que me debía doler desde antes, pero fue como si hubiera empezado a sentir todo el dolor ahora.