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El dolor de cabeza regresó en un rugido que me hizo cerrar los ojos y me produjo una nueva ola de náuseas.

Una voz me dijo:

– ¿Princesa Meredith, puede usted hablar?

Alcé la vista hacia los ojos del Agente Gillett. Vi allí, en su mirada, algo de la antigua compasión que me hizo confiar en él cuando era una jovencita. Examiné aquellos ojos y supe que era sincero. Recientemente me había sentido utilizada por él al comprender que se había mantenido en contacto conmigo con la esperanza de solucionar el asesinato de mi padre, no por mí, sino por un propósito personal. Le había dicho que no se me acercara, pero ahora entendí lo que había visto en él cuando tenía diecisiete años. Como en este momento, él estaba profundamente preocupado.

Quizás recordase la primera vez que me vio, mientras me derrumbaba por la pena, sujetando la espada de mi padre muerto, como si fuera la última cosa sólida del universo.

– Doctor… -susurré-. Necesito un doctor. -Susurraba, porque la última vez que me había sentido tan mal, hablar me había producido un verdadero dolor de cabeza. Pero también susurraba porque sabía que me haría parecer más lastimada y si la compasión me daba una ventaja delante de la prensa, jugaría aquella carta todo lo que pudiera.

Los ojos del Agente Gillet se endurecieron, y de nuevo vi la voluntad que me había hecho creer que encontraría al asesino de mi padre.

Esta noche eso estaba bien. Llevaba a los nietos de mi padre en mi interior. Pero tenía que llegar a un lugar seguro. Los sidhe siempre habían confiado en la fuerza de sus brazos y en la magia, nunca se habían sentido débiles. No entendían el sentimiento de sentirse impotentes. Yo lo entendía porque había vivido sintiéndome indefensa la mayor parte de mi vida.

Dejé de luchar por ser valiente. Dejé de luchar por sentirme mejor. Me dejé invadir por la sensación de dolor y miedo que sentía. Me permití pensar en todo lo que estaba intentando olvidar. Dejé que mis ojos se anegaran de lágrimas.

Los guardias de las puertas trataron de acercarse hacia nosotros, pero el Comandante Walters usó su voz de oficial. Resonó por toda la habitación de mármol y más allá de las puertas.

– Ustedes se apartarán de la puerta, ahora.

El guardia locuaz dijo:

– Shanley, no tenemos a nadie que pueda curar eso. Deja que los humanos la traten. -Tenía el pelo del color de las hojas de otoño, justo antes de caer al suelo, y los círculos de sus ojos eran verdes. Parecía joven, aunque tuviera ya más de setenta años, porque ésa era la edad de Galen, y él era el sidhe más joven después de mí.

Shanley me miró. Sus ojos eran dos perfectos círculos de azul.

Estando en los brazos de Hugh, le miré con los ojos anegados por las lágrimas, y una inflamada contusión que me cubría un costado de la cara desde la sien a la barbilla.

Shanley habló con voz queda…

– ¿Qué historia contarás a la prensa, Princesa Meredith?

– La verdad -susurré.

Una mirada dolorida se reflejó en aquellos encantadores e inhumanos ojos.

– No puedo dejar que entres en esa habitación.

Con sus palabras admitía que sabía que mi verdad y la verdad de Taranis no eran las mismas. Sabía que su rey había mentido, y jurado sobre ello. Lo sabía, pero a pesar de todo había jurado servir a Taranis como guardia. Se encontraba atrapado entre sus votos y la traición de su rey.

Podía haberme compadecido de él, pero estaba segura de que Taranis no podría ser distraído durante mucho tiempo en su baño. Ni siquiera con sirvientas de las que pudiera abusar. Nos encontrábamos a escasos centímetros de la prensa y una relativa seguridad. ¿Pero cómo podríamos salvar aquellos últimos centímetros?

El comandante Walters sacó su radio de un bolsillo del abrigo y golpeó un botón.

– Necesitamos refuerzos aquí fuera.

– Si aparecen, lucharemos contra ellos -dijo Shanley.

– Está embarazada -dijo la sanadora-. De gemelos.

La miró con recelo.

– Mientes.

– Es cierto que tengo pocos poderes, pero tengo suficiente magia para poder sentirlo. Está embarazada. Pude sentir los latidos de sus corazones como el revoloteo de las aves.

– No es posible que pudieras captar los latidos de sus corazones tan rápidamente -dijo el guardia.

– Ella entró en este sithen embarazada de gemelos. Fue violada en la cama del rey, embarazada de los niños de otro.

– No diga esas cosas, Quinnie -dijo él.

– Soy sanadora -dijo ella-. Debo dejar esto claro. Por todo lo que soy, por todo lo que tengo, te juro que la princesa está embarazada al menos de un mes, y de gemelos.

– ¿Lo jurarías? -preguntó él.

– Lo juraré por todo lo que quieras.

Se contemplaron el uno al otro durante un largo momento. Se escucharon golpes y lucha tras los guardias situados en la puerta. El resto de los policías y agentes intentaban entrar. Los guardias luminosos no querían herir a los policías delante de la prensa, mientras les enfocaban con cámaras en directo.

Pero parecía como si la policía no tuviera los mismos remordimientos con los guardias. La puerta se estremeció bajo el peso de los cuerpos que la golpeaban.

El guardia locuaz intentó ayudar a su capitán.

– Shanley, escúchala.

– El rey también prestó juramento -dijo él-. Y nada lo ha roto.

– Él cree lo que dice -dijo la sanadora-. Sabe que es así. Lo cree, por lo tanto no miente, pero eso no lo hace verdadero. Lo hemos visto en estas últimas semanas.

Shanley miró a su compañero, luego a la sanadora y finalmente a mí.

– ¿Te violaban los Oscuros cuando nuestro rey te salvó?

– No -contesté.

Sus ojos brillaron, pero no debido a la magia.

– ¿Te tomó en contra de tu voluntad?

– Sí -susurré.

Una lágrima surcó cada uno de sus hermosos ojos. Se inclinó levemente.

– Estoy a tus órdenes.

Esperaba entender lo que él quería que yo hiciera. Hablé tan fuerte como me atreví, ante las palpitaciones de mi cabeza.

– Yo, la Princesa Meredith NicEssus, poseedora de las manos de la carne y la sangre, nieta de Uar el Cruel, te ordeno que te apartes y nos dejes pasar.

Él se inclinó todavía más, y se apartó mientras permanecía en aquella posición.

El comandante Walters se dirigió de nuevo a la radio.

– Llegamos. Repito, traemos a la princesa. Despejen las puertas.

Los ruidos de enfrentamiento se hicieron más fuertes. El guardia de los ojos azules habló en voz alta.

– Retiraos, hombres. La princesa se marcha.

Los enfrentamientos redujeron su intensidad, hasta que no se oyó sonido alguno. El guardia de los ojos azules hizo un gesto con la cabeza hacia los otros guardias y ellos abrieron las grandes puertas.

Doyle se situó más cerca mientras Hugh me llevaba. Durante un momento pensé que estábamos siendo agredidos por un ataque mágico de luz, pero después comprendí que eran las luces en movimiento de las cámaras y los flashes. Cerré los ojos contra las deslumbrantes y cegadoras luces, y Hugh me llevó a través de las puertas.

CAPÍTULO 29

LAS LUCES ME CEGABAN. MI CABEZA PARECÍA QUE ME IBA A estallar en trozos. Quise gritar que me soltaran, pero tuve miedo de que eso sólo me produjera más dolor.

Cerré los ojos y traté de protegérmelos con una mano. Una sombra se recortaba contra la luz, y la voz de una mujer dijo…

– Princesa Meredith, soy la Doctora Hardy. Hemos venido a ayudarla.

La voz de un hombre…

– Princesa Meredith, vamos a ponerla un collarín. Es sólo por precaución.

Una camilla rodó a nuestro lado de repente, como si simplemente hubiera aparecido de la nada. El equipo médico comenzó a revolotear a mi alrededor. La Doctora Hardy colocó una luz ante mis ojos, tratando de conseguir que yo la siguiera. Hubiera podido seguirla, pero el resto de manos que no podía ver, comenzando a hacerme cosas, me producían pánico.