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Comencé a golpearlos con las manos, intentando alejarlos, haciendo pequeños e indefensos sonidos. No sé lo que estaban haciendo, pero me resultaba insoportable. No podía ver quién me tocaba. No podía ver qué hacían. No entendía qué pasaba. No podía soportarlo.

– Princesa, Princesa Meredith, ¿Puede oírme usted? -Preguntó la Doctora Hardy.

– Sí -dije, con una voz que no se parecía en absoluto a la mía.

– Tenemos que llevarla al hospital -dijo la Doctora Hardy -. Para trasladarla, debemos hacer ciertas cosas. ¿Puede dejarnos que las hagamos?

No era consciente de que estaba llorando, mientras gruesas lágrimas se deslizaban por mis mejillas.

– Necesito saber lo que me están haciendo. Necesito ver quién me está tocando.

Ella miró detrás de mí, hacia la barrera de medios de comunicación; la policía había formado una pared para frenarlos, pero podían oír la mayor parte de lo que decíamos.

La doctora se inclinó muy cerca de mí.

– Princesa… ¿Ha sido usted violada?

– Sí.

El comandante Walters también se inclinó.

– Lo siento, Princesa, pero… ¿Quién lo hizo?

Un guardia sidhe, situado en la puerta, dijo…

– Lo hicieron los Oscuros, igual que violaron a Lady Caitrin.

– ¡Silencio! -Dijo el comandante Walters. Entonces se giró de nuevo hacia mí-. ¿Es cierto?

– No -dije.

– ¿Entonces, quién fue?

– Taranis me golpeó, dejándome inconsciente y desperté desnuda en su cama, con él a mi lado.

– ¡Mentirosa! -dijo el guardia situado tras nosotros.

Shanley, responsable de esos hombres, dijo…

– Ella ha jurado que así fue.

– Entonces fue nuestro rey.

– Ése es otro asunto -dijo él.

– Taranis me hizo daño. Ha sido él, no otro. Lo juro por la oscuridad que destruye todas las cosas.

– Está loca, para hacer ese juramento -Dijo una voz que yo no conocía.

– Sólo si miente.

Creo que fue Sir Hugh. Pero había mucho ruido, muchas voces. La prensa había comenzado a gritarnos. Gritaban sus preguntas, sus teorías. No les hicimos caso.

La Doctora Hardy comenzó a hablarme suavemente, explicándome lo que me sucedía. Empezó presentándome a su equipo. Me los presentaría y sólo entonces, podrían tocarme. Todo eso me ayudó a controlar aquel brote de histeria que me rondaba.

Sólo una voz que sonó ante un micrófono, al que todavía no veía, hizo que se detuvieran.

La voz dijo…

– Ya les hemos contado lo que le pasó a la princesa. Los guardias de la Corte Oscura, que supuestamente la protegen, fueron los que la golpearon y la violaron. Nuestro rey salvó a su sobrina y la trajo al santuario que hay aquí.

Eso fue demasiado. No importaba el estado en el que me encontraba, no podía dejarles que me llevasen a un hospital y permitir que esa mentira cayera en los oídos de los medios.

– Necesito un micrófono, por favor. Tengo que decir la verdad -dije.

A la Doctora Hardy no le gustó eso, pero Hugh y los demás me cogieron y me hicieron avanzar hacia la entrada de la habitación. Insistieron en que permaneciera con el sofocante collarín puesto. Ya estaba conectada a una intravenosa. Por lo visto mi tensión arterial era baja y mi cuerpo estaba en estado de shock.

La doctora se acercó hasta un micrófono.

– Soy la Doctora Vanesa Hardy. La princesa necesita acudir a un hospital, pero insiste en dirigirse a ustedes. Está herida, y tenemos que llevarla a un hospital. Esto será rápido. ¿Ha quedado claro?

Varios periodistas dijeron…

– Está claro.

La secretaria de prensa era toda una belleza sidhe, en rosa y oro. No quería dejar el micrófono. Había escuchado suficiente en la entrada como para sentirse preocupada.

Fue el Agente Gillet quien se lo cogió y lo sostuvo ante mí. Se podía sentir el ansia de la prensa como si fuera una especie de magia en sí misma.

Una voz gritó…

– ¿Quién la golpeó?

– Taranis -contesté.

Hubo un suspiro colectivo de entusiasmo y una explosión de destellos. Cerré los ojos ante ellos.

– ¿La violaron los Oscuros?

– No.

– ¿La violaron, Princesa?

– Taranis me golpeó dejándome inconsciente y me secuestró; desperté desnuda en su cama. Me dijo que habíamos tenido sexo. Me haré una prueba de violación en el hospital. Si da positivo con un desconocido, entonces sí, mi tío me violó.

La policía mantuvo alejados a la fuerza a la secretaria de prensa y a algunos sidhe. Algunos nobles, junto con los perros, les ayudaron a contener a la multitud. Oí gruñidos cerca. El más fuerte se colocó justo a mi lado. La gran cabeza negra me tocó la mano. Alcé los dedos para acariciar la piel de Doyle. Aquel pequeño contacto me proporcionó más tranquilidad que cualquier otra cosa.

La doctora Hardy gritó por encima del caos…

– La princesa tiene una conmoción cerebral. Tengo que realizarle una revisión con rayos x, o con un escáner para ver la seriedad de sus lesiones. Por lo tanto, nos marchamos ahora mismo.

– No -le dije.

– Princesa, dijo que iría voluntariamente si decía la verdad.

– No, no es eso. No puedo someterme a rayos x. Estoy embarazada.

El agente Gillet todavía mantenía el micrófono lo suficientemente cerca, como para que toda la habitación hubiera escuchado esto. Si pensábamos que lo de antes había sido un caos, nos equivocamos por completo.

La prensa gritaba…

– ¿Quién es el padre? ¿La embarazó su tío?

La Doctora Hardy se inclinó y me habló por encima de los gritos…

– ¿De cuánto está?

– De cuatro a cinco semanas -dije.

– La trataremos a usted y al bebé como si fueran un tesoro -dijo ella.

Yo hubiera hecho un gesto afirmativo con la cabeza, pero el collarín me lo impidió. Finalmente asentí.

Ella alzó la vista hacia alguien a quien yo no podía ver y dijo…

– Tenemos que llevarla a un hospital ya.

Comenzamos a avanzar hacia la puerta. Teníamos dos problemas para conseguirlo. Uno era la prensa.

Todos querían una última imagen, una última pregunta contestada.

El otro eran los guardias luminosos y los nobles que se oponían a Hugh. Querían que me quedara con ellos. Que me retractara.

La hermosas pero crueles caras continuaron cerniéndose sobre mí, diciendo cosas como…

– ¿Cómo puedes mentir sobre nuestro rey? ¿Cómo puedes acusar a tu propio tío de tal delito? Mentirosa. Puta mentirosa. -Fue lo último que oí antes de que la policía insistiera seriamente en alejar a la multitud dorada lejos de mi cara.

Trataron de ahuyentar al perro negro, pero les dije…

– No, es mío.

Nadie lo cuestionó. Sólo la Doctora Hardy dijo…

– Él no entra en la ambulancia.

No podía discutirlo. Sólo que tener a Doyle a mi lado, en cualquier forma, significaba una mejoría. Cada roce de su piel contra mi mano me hacía sentir un poco mejor.

Había tantas personas alrededor de la camilla, tanta luz, que la única forma en la que supe que estábamos en el exterior, fue por el aire de la noche que rozaba mi cara. Había sido de noche cuando Taranis me capturó ¿Era esa misma noche, o la siguiente? ¿Cuánto tiempo me había tenido en su poder?

Traté de preguntar qué día era, peno nadie me oyó. La prensa nos había seguido fuera del sithen. Nos perseguían gritando preguntas y enfocándonos con sus focos portátiles.

A las ruedas de la camilla no les gustó la hierba. El traqueteo empeoró mi dolor de cabeza. Luché por no gemir de dolor, y pude controlarlo hasta que los médicos se situaron a nuestro alrededor de tal modo que ya no pude tocar la piel de Doyle. En el momento que perdí su contacto el dolor fue mucho peor.

Pronuncié su nombre antes de poder evitarlo.