– Doyle… -dije suavemente, en una súplica.
La enorme cabeza negra se abrió camino por debajo del brazo de la doctora. Ella trató de alejarle, diciendo…
– ¡Fuera!
– Por favor, le necesito.
Me miró ceñuda, pero dio un paso atrás para que el perro se pudiera acercar a mí. Se arrimó lo suficiente como para que mi mano pudiera acariciar la piel de la mayor parte de su cuerpo. Nunca había comprendido lo desigual que podía ser una zona de césped, hasta que no necesité una superficie suave y lisa. Siempre me había parecido un terreno nivelado, hasta este momento.
Una de las cámaras se asomó por encima de los hombros de los médicos. La luz me cegó. El dolor se volvió agudo, trayendo las náuseas consigo.
– Voy a vomitar.
Tuvieron que detener la camilla, y ayudarme para que me inclinara hacia un lado. Entre los tubos y el collarín, no hubiera podido moverme por mí misma. Nunca me hubiera podido poner de lado, con tantas manos ayudándome.
La Doctora Hardy gritó mientras vomitaba…
– ¡Tiene una conmoción cerebral! Las luces fuertes le sientan mal.
Vomitar hizo que el interior de mi cabeza estallara, o eso me pareció al menos. Mi visión era una ruina. Una mano me tocó la frente, una mano fresca y sólida, y que me dio la sensación de… conocer.
Mi visión se aclaró, encontrando un hombre con una barba y bigote rubio, que me miraba detenidamente a la cara. Era su mano la que tenía en la frente. Una gorra de béisbol cubría parte de su rostro. Había algo en sus ojos que me resultó… vagamente familiar. Entonces, mientras todavía mantenía la mirada fija en la cara del extraño, sus ojos cambiaron. Uno de ellos mostró tres anillos azules: uno azul púrpura rodeando la pupila, otro azul cielo y después un círculo de un color semejante al cielo invernal.
– Rhys… -susurré.
Él sonrió bajo la falsa barba. Había usado el encanto para esconder sus ojos y otras cosas, pero la barba resultó ser sencillamente un complemento estupendo. Siempre había sido el hombre que mejor trabajaba encubierto cuando estábamos en la agencia de detectives.
Yo lloré y no quería hacerlo, porque me aterrorizaba que al llorar, me doliera aún más.
Escuché una voz a su espalda.
– Recuerde nuestro trato.
Rhys contestó sin girarse…
– Conseguirá su entrevista en exclusiva tan pronto como esté lo suficientemente recuperada. Le di mi palabra.
Debí parecer aturdida porque me dijo…
– Nos han dejado entrar como parte de su equipo, a cambio de prometerles que tendrían una entrevista, o dos.
Elevé hacia él mi mano libre. Él la tomó y me besó la palma. La cámara que me había hecho enfermar antes volvió a grabar, pero a una distancia más tolerable.
– ¿Es uno de sus chicos? -Preguntó la Doctora Hardy.
– Sí -dije.
– Estupendo, pero debemos seguir moviéndonos.
– Lo siento -dijo Rhys, y puso una mano sobre mi hombro cuando me tumbaron de espaldas. Mi otra mano buscó de nuevo el contacto con el pelaje y lo encontré durante un momento, luego otra mano cogió la mía. No me pude girar para ver de quién se trataba y él pareció entenderlo, porque la cara de Galen se cernió sobre la mía. Llevaba sombrero y también había usado el encanto para hacer que su pelo verde pareciera marrón y su piel pareciera la normal en un humano. Dejó que el encanto desapareciera mientras le estaba mirando, y lo hizo de una forma aún más fluida que Rhys. Un momento antes era un humano guapo y al siguiente, Galen. Magia.
– ¿Qué tal? -dijo, y sus ojos se llenaron de lágrimas casi inmediatamente.
– Así, así… -dije contestándole. Pensé lo que podía haber pasado si hubieran sido reconocidos antes, durante la aglomeración, pero sólo lo pensé durante un momento. En aquellos instantes era demasiado feliz de verlos, como para preocuparme por eso. ¿O es que simplemente estaba muy enferma?
La Doctora Hardy dijo…
– ¿Va a aparecer algún otro Romeo en este embrollo?
– No lo sé -dije, lo que era una verdad rotunda.
– Ha venido otro más -dijo Galen.
No pude imaginar qué otro podía usar el suficiente encanto como para arriesgarse a aparecer ante las cámaras y los luminosos. El encanto de algunos no se mantenía lo suficiente ante las cámaras, y la Corte de la Luz estaba gobernada por un maestro de la ilusión. Era un bastardo, pero podría verles a través de sus disfraces. Me dolió el pecho con el simple pensamiento de lo que podría haber pasado. Sujeté la mano de Galen aún más fuerte, y lamenté no poder girar la cabeza para mirar a Rhys.
En lugar de eso quedé atrapada en la contemplación del cielo nocturno. Era un cielo precioso, negro y lleno de estrellas. Estábamos a finales de enero, casi febrero.
¿No debería tener frío? Esa idea fue suficiente para dejarme saber que no estaba tan consciente como yo pensaba. ¿No había dicho alguien que estaba en estado de shock? ¿O lo había soñado?
Estábamos en la ambulancia. Era como si hubiera aparecido de repente. No era mágico, era debido a la herida. Perdía pequeños fragmentos de tiempo. No podía estar bien.
Estaba ante la puerta de la ambulancia cuando averigüé quién poseía el encanto suficiente para afrontar a la prensa y los sidhe luminosos.
Tenía el pelo rubio y corto, ojos marrones, y una cara anodina, hasta que se inclinó. Dejó que la ilusión del pelo corto se convirtiera en una larga trenza, que yo sabía que llegaba hasta el suelo. Los ojos marrones eran realmente de tres tonos diferentes de dorado. Ese rostro ordinario se convirtió de repente en uno de los más hermosos en todas las cortes. Sholto, el Rey de los Sluagh, me besó muy suavemente.
– La Oscuridad me habló de su visión de la Diosa. Voy a ser padre. -Parecía tan contento, con toda su arrogancia suavizada.
– Sí. -Le dije suavemente. Se le veía tan contento, tan silenciosamente feliz. Lo había arriesgado todo para venir y rescatarme, aunque no necesitara ser rescatada. Pero yo apenas conocía a Sholto. Había estado con él una vez. No era que no resultara encantador, pero hubiera hecho cualquier cosa porque fuera Frost el que se inclinara ante mí, para hablar de nuestro niño.
– No sé quién es usted exactamente, pero la princesa necesita ir al hospital -dijo la Doctora Hardy.
– Soy tonto. Perdóneme. -Sholto me acarició el pelo con mucha ternura. La ternura que no habíamos tenido como pareja. Yo sabía lo que él quería decir, pero de algún modo, parecía incorrecto.
Entonces me levantaron y me deslizaron dentro de la ambulancia. La doctora y un enfermero se quedaron conmigo. El resto iría en una segunda ambulancia o se acercarían por sus propios medios.
– Te seguiremos hasta el hospital -dijo Galen.
Levanté una mano, porque no podía incorporarme para despedirme de ellos. El perro negro me miró desde abajo. Había brincado dentro. La mirada de aquellos ojos oscuros no era la de un perro.
La Doctora Hardy dijo…
– No, absolutamente no. Fuera perro, ahora.
Un aire fresco como la niebla me alcanzó, entonces Doyle apareció en forma humana arrodillado a mi lado. El enfermero dijo…
– ¡Qué demonios?
– He visto su foto. Usted es Doyle -dijo la Doctora Hardy
– Sí -dijo él con su profunda voz.
– ¿Y si le digo que se marche?
– No lo haré.
Ella suspiró.
– Dale una manta, y diles que nos saquen de aquí antes de que aparezcan más hombres desnudos.
Doyle se cubrió un hombro y gran parte de su cuerpo con la manta, lo suficiente como para no incomodar a los demás. Con el otro brazo que no cubrió, pudo sostenerme la mano.
– ¿Qué habrías hecho si no hubiera funcionado el plan de Hugh? -Pregunté.
– Te hubiéramos rescatado.
No intentado. Simplemente… “Te hubiéramos rescatado”. Tal arrogancia. Tal seguridad. No era humana. Más que magia, más que desaparecida belleza, era sidhe, y para nada humano. La arrogancia no era fingida. Ciertamente no lo era para ninguno. Era la Oscuridad. Una vez fue el Dios Nodons. Era Doyle.