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Se había movido para que pudiera verlo con facilidad, cuando las ruedas de la ambulancia se pusieron en movimiento sobre el camino de grava. Miré hacia aquella oscuridad, su cara oscura. Examiné aquellos ojos oscuros. Había destellos de color en aquella oscuridad que no eran reflejos. Había colores en las profundidades negras de sus ojos, que no provenían de las luces de la ambulancia.

Una vez había utilizado esos colores para intentar forzarme a obedecer unas órdenes de mi tía. Una prueba para ver lo débil o fuerte que yo era.

Los colores parecían luciérnagas multicolores revoloteando y bailando en sus ojos.

– Puedo hacer que duermas hasta que lleguemos al hospital -dijo él.

– No -dije. Cerré los ojos para bloquear las preciosas luces.

– Estás dolorida, Merry. Deja que te ayude.

– Aquí la doctora soy yo -dijo Hardy-, y no permito ningún tipo de magia sobre la herida, hasta que se me explique.

– No sé si puedo explicarlo -dijo Doyle.

– No -dije con los ojos todavía cerrados-. No quiero quedar inconsciente, Doyle. La última vez que lo estuve, desperté en la cama de Taranis.

Su mano tembló alrededor de la mía, sujetándome como si fuera necesario para su tranquilidad. Me hizo abrir los ojos. Los colores desaparecían mientras le miraba.

– Te fallé, mi princesa, mi amor. Te fallamos. No soñamos que el rey pudiera viajar a través de la luz del sol. Pensamos que era un arte perdido.

– Nos sorprendió a todos -dije. Entonces se me ocurrió algo que necesitaba saber-. Mis perros. Les hizo daño.

– Vivirán. Minnie tendrá una cicatriz durante un tiempo, pero se curará. -Elevó mis dedos hacia sus labios y los besó-. El veterinario al que la llevamos nos ha dicho que va a tener cachorros.

Clavé los ojos en él.

– ¿No perjudicó a los cachorros?

Él sonrió.

– Están bien.

Sin ningún motivo pensé que aquella pequeña noticia me hacía sentir mejor. Mis sabuesos me habían defendido, y el rey había tratado de matarlos. Pero había fallado. Vivirían y tendrían cachorros. Los primeros sabuesos duende que nacerían, desde hacía más de cinco siglos.

Taranis había tratado de hacerme su reina, pero yo ya estaba embarazada. Ya tenía mis reyes. Taranis había fallado totalmente. Si las pruebas de violación daban positivo, aunque positivo pareciera una palabra equivocada, vería como el Rey Taranis, el Rey de la Luz y la Ilusión, terminaba en la cárcel por violación.

La prensa iba a comérselo vivo. Acusado del rapto, maltrato y violación de su propia sobrina. La Corte de la Luz había sido la brillante estrella de los medios de comunicación humanos. Eso estaba a punto de cambiar.

Era el momento de que la Corte de la Oscuridad brillara, aunque fuera con una luz oscura. Esta vez seríamos los chicos buenos.

Los luminosos me habían ofrecido su trono, pero yo tenía mejor criterio. Hugh y los otros me podían querer, pero la multitud dorada nunca me aceptaría como reina. Llevaba bebés cuyos padres eran señores Oscuros. Yo había sido la hija de un príncipe de la Oscuridad, y me habían tratado peor que a cualquier otro.

No habría ningún trono dorado para mí. No, si tenía que tener un trono, sería el trono de la noche. ¿Tal vez el trono necesitaba un nuevo nombre? El trono de la noche parecía tan siniestro. Taranis se sentaba en el Trono dorado de la Corte de la Luz. Parecía mucho más alegre. Shakespeare dijo que una rosa aunque se llamara de otra forma, seguiría oliendo como una rosa, pero yo no lo creía así. El trono dorado, el trono de la noche. ¿En qué trono preferirías sentarte?

Sobreviviría a esta noche. Sabía que estaba intentando pensar en algo, en cualquier cosa que me impidiera pensar en lo que Taranis me había hecho, y en que Frost no me iba a esperar en el Hospital. Finalmente estaba embarazada y era incapaz de sentirme feliz. Por motivos políticos estaría bien que las pruebas de violación dieran positivo. Eso significaría que tendríamos a Taranis. Pero por mis propios motivos, esperaba que hubiera mentido. Esperaba que no se hubiera salido con la suya mientras estaba inconsciente. Salirse con la suya, era un eufemismo amable. Esperaba que no me hubiera violado mientras estaba inconsciente. Esperaba que no me hubiera violado mientras mi cabeza sangraba por el golpe que me había dado.

Comencé a llorar, sin esperanzas, impotente. Doyle se inclinó, susurrando mi nombre y diciéndome que me amaba.

Sepulté mi mano en el calor de su pelo, le atraje hacia mí para poder inspirar el olor de su piel. Me hundí en la sensación y el olor de su cuerpo, y lloré.

Había ganado la carrera para sentarme en el trono de la Corte Oscura, y en mi lengua tenía el amargo sabor de las cenizas.

LAURELL K. HAMILTON

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