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Yo nunca había confrontado estos hechos anteriormente, nunca había tratado de asimilarlos. Y ahora me parecía imposible que los autores del Evangelio no hubieran incluido la caída del Templo de Jerusalén en su obra, si como los críticos insisten la habían escrito después.

No tenía, y no tiene, ningún sentido.

Estos autores pertenecían a un culto judeocristiano. Eso era el cristianismo; y la historia medular del judaísmo tiene que ver con la redención, redención de Egipto y de Babilonia. Y antes de Babilonia hubo una caída de Jerusalén a raíz de la cual los judíos fueron llevados a Babilonia. Y tenemos aquí esta horrible guerra. Si hubieran sido testigos, ¿no habrían escrito sobre ella los autores cristianos? ¿No habrían visto en la caída de Jerusalén un eco de la conquista babilónica? Por supuesto que sí. Ellos escribían para judíos y gentiles.

Por el modo en que los escépticos descartaban este tema, se entiende que supusieron que los Evangelios eran documentos tardíos debido a las profecías que aparecen en ellos. Esto no convence a nadie.

Antes de dejar de lado el asunto de la guerra de los judíos y la caída de Jerusalén, quiero hacer una sugerencia. Cuando los estudiosos judíos y cristianos empiecen a tomarse en serio esta guerra, cuando empiecen realmente a estudiar lo que sucedió durante los terribles años del asedio a Jerusalén, la destrucción del Templo y las revueltas que siguieron en Palestina durante todo el Bar Kokhbá, cuando se centren en la persecución que padecieron los cristianos en Palestina por parte de los judíos, en la guerra civil en Roma durante la sexta década de nuestra era -tan bien descrita por Kenneth L. Gentry en su obra Before Jerusalem Fell-, así como en la persecución de judíos en la Diáspora durante ese período, en suma, cuando toda esta época oscura sea puesta a la luz del análisis serio, los estudios bíblicos cambiarán.

Ahora mismo, los expertos descuidan o ignoran sin más las realidades de dicho período. A algunos les parece un engorro de hace dos mil años, y no estoy segura de entender por qué.

Sin embargo, estoy convencida de que la clave para comprender los Evangelios es que fueron escritos antes de que todo esto sucediera. Por eso fueron preservados a pesar de que se contradecían: venían de una época que quedó, para los últimos cristianos, irremisiblemente perdida.

Mientras perseveraba en mi investigación, descubrí un autor que se diferenciaba mucho de la obra de los escépticos: John A. T. Robinson, y en concreto su libro The priority of John. Leyendo sus descripciones, que tomaban muy en serio las palabras del Evangelio, vi lo que le ocurría a Jesús en el texto de Juan.

Fue un punto de inflexión. Pude acceder al Cuarto Evangelio y ver a Jesús vivo y en movimiento. Y lo que finalmente me quedó claro a partir de los Evangelios fue su peculiar coherencia, la personalidad de sus autores, la impronta inevitable de cada autor individual.

Por supuesto, John A. T. Robinson explicaba mucho mejor de lo que podría hacerlo yo su teoría de unos Evangelios escritos en fecha temprana. Lo hizo brillantemente en 1975, y luego puso a prueba a los eruditos progresistas y sus suposiciones en Redating the New Testamenta pero lo que decía es tan cierto ahora como cuando escribió esas palabras.

Después de Robinson, hice muchos y grandes descubrimientos, entre ellos Richard Bauckham, quien en The Gospelsfor all Christians refuta con contundencia la idea de que los Evangelios surgieron de comunidades aisladas y demuestra lo que es evidente: que se escribieron para ser divulgados y leídos por todos.

La obra de Martin Hengel echa por tierra todo tipo de hipótesis, y sus logros son enormes. Sigo estudiando sus libros.

Los trabajos de Jacob Neusner nunca serán suficientemente elogiados. Sus traducciones de la Mishná y la Tosefta tienen un valor incalculable, y sus ensayos son brillantes. Es un coloso. Entre los expertos judíos, destacar a Géza Vermes y David Flusser. Este último me hizo ver ciertas cosas del Evangelio según san Lucas en las que no había reparado antes.

Entre los libros que tratan todo el desarrollo de Jesús en las artes quiero destacar The Human Christ, de Charlotte Alien, un ensayo que trata de cómo las primeras investigaciones sobre el Jesús histórico afectaron a la iconografía de Jesús en el cine y las novelas. La obra de Luke Timothy Johnson me ha sido siempre de ayuda, lo mismo que los trabajos de Raymond E. Brown y John P.

Meier. La obra de Sean Freyne sobre Galilea es extraordinariamente importante, tanto como la de Eric M. Meyers.

Quiero mencionar también Lord Jesús Christ, de Larry Hurtado; The Historical Reliability of John's Gospel, de Craig Blomberg; y la obra de Craig S.

Keener, que apenas he empezado a leer. Asimismo, admiro mucho a Kenneth L. Gentry, Jr.

Roger Aus siempre me enseña alguna cosa aunque discrepo totalmente de sus conclusiones. Los escritos de Mary S. Thompson son maravillosos.

También muy recomendables, las obras de Robert Alter y Frank Kermode sobre la Biblia en tanto que literatura, así como Mimesis de Erich Auerbach. En general, debo elogiar la obra de Ellis Rivkin, Lee I. Levine, Martin Goodman, Claude Tresmontant, Jonathan Reed, Bruce J. Malina, Kenneth Bailey, D. Moody Smith, C. H. Dodd, D. A. Carson, León Morris, R. Alan Culpepper y el gran Joachim Jeremias. Gracias especiales a BibleGateway.com.

Aprendí algo de todos y cada uno de los libros que examiné.

El experto que tal vez me haya dado las mejores pistas, y que continúa haciéndolo a través de su ingente producción, es N. T. Wright. Es uno de los autores más brillantes que jamás he leído, y su generosidad al estudiar a los escépticos y comentar sus teorías ha sido de gran inspiración para mí. Su fe es tan inmensa como vastos sus conocimientos.

En su libro The Resurrection of the Son of God responde con fundados argumentos a la pregunta que me ha acosado toda la vida. El cristianismo, según N. T. Wright, llegó donde llegó porque Jesús resucitó de entre los muertos. Fue este hecho lo que dio a los apóstoles la fuerza necesaria para crear y divulgar el cristianismo. No habría sido posible sin la resurrección.

Wright va mucho más allá de situar toda la cuestión en una perspectiva histórica. No puedo hacerle justicia en estas pocas líneas, tan sólo recomendarlo sin reservas y seguir estudiando su obra.

Naturalmente, mi búsqueda no ha concluido. Hay miles de páginas de los eruditos ya mencionados que aún debo leer y releer.

Me queda mucho por estudiar de la obra de Josefo, de Filo, de Tácito, de Cicerón, de Julio César. Y hay una ingente cantidad de textos de arqueología: debo volver a Freyney a Eric Meyres, y hay nuevas excavaciones en Palestina, y mientras escribo esto se están imprimiendo más libros sobre los Evangelios.

Pero ahora veo una gran coherencia en la vida de Cristo y en el inicio del cristianismo que antes se me escapaba, y veo también la sutil transformación del mundo antiguo debido a su estancamiento económico y al asalto de los valores del monoteísmo, valores judíos mezclados con valores cristianos, algo para lo que esa sociedad no estaba quizá preparada.

Hay también teólogos que debería estudiar, leer más a Teihlard de Chardin, a Rahner, a san Agustín.

En algún momento de mi viaje particular, mientras me desilusionaba de los escépticos y sus frágiles conclusiones, comprendí algo respecto de mi libro: el reto era escribir sobre el Jesús de los Evangelios. ¡Por supuesto!

Cualquiera podía escribir sobre un Jesús progresista, un Jesús casado, un Jesús gay, un Jesús rebelde. La «búsqueda del Jesús histórico» había devenido una broma debido a las muchas definiciones que se habían adjudicado a Jesús.

El verdadero reto era tomar el Jesús de los Evangelios, esos Evangelios que yo veía cada vez más coherentes, que me atraían como testimonios elegantes en primera persona, dictados sin duda a escribas, pero sin duda también tempranos, los Evangelios confeccionados antes de que cayera Jerusalén; tomar el Jesús de los Evangelios e intentar entrar dentro de él e imaginar qué sentía.