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Fidelma objetó:

– Exactamente. Para bien o para mal. Y cuando el primer varón resulta ser una opción inadecuada, sufre alguna debilidad mental, o gobierna mal aconsejado, la familia sajona lo manda asesinar. Al menos, nuestro sistema nombra a un hombre preparado para su función, ya sea hijo mayor, tío, hermano, primo o hijo menor.

– Y cuando resulta ser un mal gobernante, ¿acaso no lo matáis? -inquirió Eadulf con picardía.

– No es necesario -explicó Fidelma con cierta indiferencia-. El derbfhine de la familia se reúne, lo destituye, y nombra a otro más adecuado. La ley le permite abandonar ileso el cargo.

– ¿Y no incita a sus partidarios a rebelarse?

– Conoce la ley tan bien como cualquier posible partidario, y saben que se les consideraría usurpadores por y para siempre.

– Pero el hombre es el hombre. Resulta inevitable que suceda.

El rostro de Fidelma adquirió una expresión seria. Inclinó la cabeza para darle a entender que estaba de acuerdo.

– En realidad sí que sucede… ¡pero sólo en raras ocasiones! Por eso es tan importante la reconciliación con los Uí Fidgente. Se han rebelado constantemente contra Cashel.

– ¿Por qué motivo?

– Alegan las mismas razones de las que estamos hablando. Nuestra familia, la familia de Colgú y mi padre Faílbe Fland, desciende de Conall Corc, que era hijo de Luigthech, hijo de Ailill Flann Bec, nieto de Eóghan Mór y el fundador de nuestra casa.

– Confiaré en vuestra palabra al respecto -le dijo Eadulf sonriendo-. Tales nombres me superan.

Fidelma se mostró paciente.

– La línea de sucesión de los Uí Fidgente dice descender de Fiachu Fidgennid, hijo de Maine Muincháin, otro hijo de Ailill Flann Bec, nieto de Eóghan Mór. Si sus genealogistas resultan fidedignos, como he dicho -insistió, torciendo el gesto-. Los nuestros, en cambio, creen que sus linajes se falsificaron a fin de poder reclamar la soberanía de Cashel. Pero, para que éste sea un día de júbilo, no debemos discutir con ellos.

A Eadulf le costaba seguirle el paso.

– Creo que entiendo cuanto decís. El cisma entre vuestra familia y los Uí Fidgente tiene su origen en dos hermanos, Luigthech, el mayor, y Maine Muncháin, el menor.

Fidelma lo miró con cariño y movió la cabeza para repetir:

– Siempre y cuando sus genealogistas sean fidedignos, Maine Muncháin, el progenitor de los Uí Fidgente, era el hijo mayor de Ailill Flann Bec. Nuestro antepasado Luigthech era su segundo hijo.

Eadulf levantó los brazos conformando un gesto de desesperación.

– Si ya cuesta entender los nombres irlandeses, ¿qué podemos decir de los de las generaciones predecesoras…? ¿Decís con ello que los Uí Fidgente tienen más derecho a reclamar la soberanía porque descienden de un hijo mayor?

Aquella falta de comprensión molestó mucho a Fidelma.

– A estas alturas deberíais conocer de sobra nuestras leyes de sucesión, Eadulf. Es asunto de lo más sencillo. El derbfhine de la familia consideró que Maine Muncháin era de naturaleza inadecuada para reinar.

– Me sigue costando bastante seguiros -reconoció Eadulf-. Veamos, por lo que decís entiendo que los Uí Fidgente son descendientes de un primogénito, por lo que se muestran reacios a aceptar la autoridad de vuestra familia en Cashel, ¿no es así?

– Desciendan o no de una primogenitura, ello no les permite acceder a nuestro sistema legal -apuntó Fidelma-. Y el hecho sucedió hace diez generaciones. Hace ya tanto tiempo, que nuestros genealogistas sostienen que los Uí Fidgente en realidad no descienden de los Eóghanacht, sino de los Dáirine.

Eadulf alzó la vista al cielo.

– ¿Y quiénes son los Dáirine? -se quejó, desesperado.

– Un pueblo antiguo del que, según se dice, hace unos mil años compartía la soberanía de Muman con los Eóghanacht. Aún hoy existe en el oeste un clan llamado Coro Loígde que afirma descender de los antiguos Dáirine.

– Creo que mi corta sesera está saturada, con tanta genealogía y tanto nombre irlandés.

Fidelma soltó una leve risilla al ver la cómica expresión de aflicción en su rostro, pero conservó la gravedad en la mirada.

– Sin embargo, es importante que tengáis un conocimiento general de la política de este reino, Eadulf. No olvidéis que el invierno pasado descubrimos un complot de los Uí Fidgente para fomentar la rebelión en Muman y que mi hermano tuvo que ponerse al frente de un ejército para enfrentarse a ellos en combate en Cnoc Áine. Todavía no han pasado nueve meses desde entonces.

– Recuerdo muy bien los acontecimientos. ¿Cómo voy a olvidarlos? ¿Acaso no me capturaron los conspiradores? Pero, decidme, ¿no murió en el campo de batalla el gobernante de los Uí Fidgente?

– Así es. Ahora su primo Donennach es príncipe de los Uí Fidgente, y una de sus primeras tareas ha sido la de enviar emisarios a mi hermano a fin de negociar un tratado con él. Donennach viene a Cashel para negociar la paz. Será el primer acuerdo de paz entre los Uí Fidgente y Cashel en siglos. Por eso resulta tan importante.

Habían bajado desde la entrada principal de la fortaleza por un empinado camino que conducía a los pies de la Roca de Cashel, hasta llegar a las inmediaciones del mercado de la población. La ciudad en sí se extendía algo más de un kilómetro desde la Roca de Cashel.

Hallaron a los habitantes de la ciudad congregándose para presenciar la entrada del rey con el príncipe de los Uí Fidgente y su cortejo. La columna de jinetes había llegado ya a la entrada oeste de la población, cuando Fidelma y Eadulf alcanzaron la entrada este para coger sitio entre un grupo que esperaba de pie a un lado de la amplia plaza del mercado.

Un grupo de siete guerreros a caballo rompía la marcha de la comitiva. A ellos les seguía el portaestandarte de Colgú. La ondeante bandera azul de seda mostraba el ciervo real dorado, símbolo de los Eóghanacht de Cashel. Tras el abanderado iba el rey de Muman sobre una hermosa montura. Era un hombre alto de cabello rojo y bruñido. Eadulf apreció, aunque no por vez primera, la similitud de facciones entre él y su hermana. Era innegable que a Fidelma y Colgú los unía el vínculo del parentesco.

A continuación venía otro abanderado. El estandarte que empuñaba era una tela blanca con un místico jabalí rojo estampado en el centro. Eadulf supuso que sería la enseña del príncipe de los Uí Fidgente. Tras el estandarte iba un joven jinete de rasgos recios y oscuros, pero tan lozanos como el del bermejo rey de Muman. Pese a sostener su común linaje, Eadulf no encontró ningún rasgo de consanguinidad entre el príncipe de los Uí Fidgente y el rey de Muman.

En pos de los jinetes que encabezaban la marcha iban varios guerreros, muchos de los cuales empuñaban emblemas de la orden de la Cadena de Oro, la élite guerrera de los reyes Eóghanacht. A la cabeza de estos guerreros iba un hombre a caballo, no mucho más joven que el propio Colgú. Se parecía un poco a éste, aunque mostraba facciones más toscas, y el cabello negro, aun siendo príncipe de los Uí Fidgente. Montaba a sus anchas, pero con un porte soberbio. Su vestimenta también le concedía cierta presunción. Vestía una larga capa de lana teñida de azul, sujeta a un hombro con un broche reluciente de plata, con la forma de un símbolo solar de cinco rayos, rematados cada uno con un minúsculo granate en la punta.

Donndubháin, como bien sabía Eadulf, era el tanisto presunto heredero del rey de Cashel, y primo de Colgú y Fidelma.

Era innegable la alegría del pueblo al recibir al cortejo, ya que les tributaron aplausos y los vitorearon nada más llegar. Para muchos, ver al rey de Muman y al príncipe de los Uí Fidgente cabalgando mano a mano significaba el fin de siglos de enemistades y de sangre derramada; representaba la llegada de una nueva era de paz y prosperidad para todos los pueblos de Muman.