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Se eleva sin el menor esfuerzo hasta una altura de diez kilómetros. Observa las comunas agrícolas que se extienden alrededor de la constelación urbana.

Allí están, extendiéndose hasta el horizonte, amplias franjas de color verde bordeadas de marrón. Siete octavas partes de la tierras emergidas del continente, es decir casi la totalidad, son usadas para la producción de alimentos. ¿O serán las nueve décimas partes? ¿O las cinco octavas? ¿O las doce treceavas? Minúsculas figuras de hombres y mujeres se agitan alrededor de las máquinas, trabajando las fértiles tierras. Áurea ha oído historias acerca de los terribles ritos de la gente campesina, las extrañas y primitivas costumbres de los que viven fuera del civilizado mundo urbano. Quizá todo ello no sea más que fantasía; nadie que conozca ha visitado nunca las comunas. Nadie que conozca ha salido nunca a pie fuera de la Monada Urbana 116. Los convoyes de transportes entran y salen constantemente de las monurbs, acarreando sus productos a través de galerías subterráneas: introduciendo alimentos, sacando maquinaria y productos manufacturados. Una economía equilibrada. Áurea se siente arrastrada hacia arriba por su propia alegría. ¡Qué milagro que 75.000.000.000 de almas puedan vivir armoniosamente en un mundo tan pequeño! Dios bendiga, piensa. Todo un hogar para cada familia. Una vida ciudadana significativa y enriquecedora. Amigos, amantes, compañeros, hijos.

Hijos. El desánimo la invade, y empieza a girar sobre sí misma.

En su vértigo le parece que asciende hasta los confines del espacio, tanto que puede ver la totalidad del planeta; todas las constelaciones urbanas apuntan hacia ella como lanzas. Puede ver no tan sólo Chipitts, sino también Sansan y Boswash, y Berpar, Wienbud, Shankong, Bocarac, todas ellas erizadas de inmensas torres. Y puede ver también las llanuras llenas de cultivos, los antiguos desiertos, las antiguas sabanas, los antiguos bosques. Todo es maravilloso, pero también terrible, y por un momento duda si el hombre ha escogido el mejor camino para remoldear su medio ambiente de entre todas las posibilidades que se le ofrecen. Sí, se dice a sí misma, sí; hemos escogido el mejor camino para servir a dios, hemos conseguido eliminar las luchas, y el egoísmo y el desorden, creamos nuevas vidas en todo el mundo, prosperamos, nos multiplicamos. Nos multiplicamos. Nos multiplicamos. Y la duda regresa, y ella empieza a caer, y la cápsula se abre y la suelta, y su cuerpo desnudo e indefenso cae girando vertiginosamente a través del frío aire. Y ve las afiladas cúspides de las cincuenta torres de Chipitt bajo ella, pero ahora hay una nueva torre, la cincuenta y uno, y cae hacia la esbelta aguja de bronce peligrosamente puntiaguda que la remata, y grita fuertemente cuando la aguja penetra en ella y la empala. Y se despierta, temblorosa y empapada, la boca seca, la mente sacudida por la horrible visión que la aferra, y se abraza desesperadamente a Memnon, que murmura algo, aún dormido, y dormido también la toma.

Ahora se empieza a hablar del nuevo edificio entre la gente de la Monada Urbana 116. Áurea lo escucha en las pantallas de la pared y en los corros matutinos del dormitorio. Bajo los diseños de luz y color de la pared aparece la imagen de una torre inacabada. Máquinas constructoras se ciernen sobre ella, con los brazos metálicos moviéndose frenéticamente, los arcos de soldadura brillando vacilantemente al extremo de los octogonales torsos de acero. La voz familiar de la pantalla dice:

—Amigos, lo que veis en la Monurb 158, que será terminada dentro de un mes y quince días. Dios lo quiera, dentro de poco será el hogar de un gran número de felices chipittenses que tendrán el honor de establecer allí la primera generación. Las noticias de Louisville nos informan que 802 residentes de nuestra propia Monurb 116 han firmado ya su traslado al nuevo edificio tan pronto como…

Luego, al día siguiente, es una entrevista con el señor y la señora Dismas Cullinan de Boston que, con sus nueve hijos, son los primeros en la 116 que solicitaron el traslado. El señor Cullinan, un hombre grueso, de cara redonda, es especialista en equipo sanitario.

—Para mí —explica—, veo en este traslado una auténtica oportunidad de elevar el nivel de mi status en la 158. Calculo que puedo dar un salto de ochenta o noventa plantas hacia arriba en un abrir y cerrar de ojos.

La señora Cullinan palmea complacida su vientre. Está esperando al número diez. Ronronea algo acerca de las inmensas ventajas sociales que el traslado reportará a sus hijos. Sus ojos son demasiado brillantes; su labio superior es mucho más grueso que el inferior, y su nariz muy afilada.

—Se parece a una ave de presa —comenta alguien en el dormitorio. Y otro añade:

—Obviamente se siente miserable aquí. Está esperando subir allí los peldaños de dos en dos y lo más rápidamente posible.

Los hijos de los Cullinan se alinean entre los dos y los trece años de edad. Desgraciadamente, se parecen a sus padres. Una chica de goteante nariz muerde a su hermano, sin preocuparse por el hecho de estar en pantalla.

—El edificio ganará sin gente como ellos —dice firmemente Áurea.

Siguen entrevistas con otros peticionarios del traslado. Al cuarto día de la campaña, la pantalla ofrece una completa visita al interior del 158, mostrando las ultramodernas comodidades que ofrece. Irrigación térmica para todo, ascensores y descensores ultrarrápidos, pantallas de tres paredes, un nuevo sistema de programación para la entrega de comidas desde las cocinas centrales, y muchas otras maravillas, representativas de los últimos perfeccionamientos del progreso urbano. El número de voluntarios es ya de 914.Quizá piensa Áurea esperanzadamente, se presenten suficientes voluntarios como para cubrir la cuota.

—Están engañándonos —dice Memnon—. Siegmund me ha dicho que hasta ahora sólo tienen once voluntarios.

—Pero, entonces…

—Quieren animar a la gente.

La segunda semana, las transmisiones acerca del nuevo edificio indican que el número de voluntarios se ha elevado a 1.062. Siegmund admite entre ellos que las cifras actuales se hallan por debajo de las que declaran, pero no mucho. Sin embargo, no se espera que se presenten muchos más voluntarios. Las pantallas empiezan a introducir suavemente la posibilidad de que sea necesario acudir al sorteo para cubrir el resto. Dos administradores de Louisville y un par de genéticos de Chicago aparecen en la pantalla discutiendo las necesidades de que se aporte una apropiada mezcla genética en el nuevo edificio. Un ingeniero moral de Shanghai habla sobre la importancia de mostrarse conscientes de las necesidades de todos en cualquier circunstancia. Es bendecido el obedecer los planes divinos y a sus representantes en la Tierra, dice. Dios es vuestro hermano y quiere vuestro bien. Dios ama a los puros de corazón. La calidad de la vida en el Monurb 158 amenaza con verse disminuida si su población inicial no alcanza los porcentajes previstos. Sería un crimen hacia aquellos que se han presentado voluntarios para ir a la 158. Un crimen hacia tu prójimo es crimen hacia dios, ¿y quién quiere injuriarle a él? Es por ello por lo que el deber de cada uno de nosotros hacia la sociedad es aceptar el traslado, si este traslado nos es ofrecido.

Luego hay una entrevista con Kimon y Freya Kurtz, de catorce y trece años de edad, en un dormitorio de Bombay. Acaban de casarse. No se han presentado voluntarios, admiten, pero no lo lamentarán si son escogidos.

—En lo que a nosotros respecta —declara Kimon Kurtz—, podría ser una gran oportunidad. Porque, cuando tengamos niños, podremos alcanzar fácilmente un buen status para ellos. Aquello es un mundo totalmente nuevo… no hay nadie ya establecido que pueda frenar tu ascensión. Se necesitará un período de adaptación, por supuesto, pero no será muy largo. Y cuando nuestros niños estén en edad de casarse tendremos la certeza de que no necesitarán meterse en un dormitorio hasta que tengan su primer hijo. Tendrán derecho automáticamente a un alojamiento personal incluso antes de tener familia. Es por eso por lo que, aunque no deseemos abandonar a nuestros amigos y a todos los demás que nos une a este lugar, no lamentaremos irnos si la suerte nos designa.—Sí, es cierto —dice Freya Kurtz a su lado, soñadora, sumida en éxtasis.