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—Pues eso es todo. Nadie vio nada, nadie oyó nada. Nada. Tengo que esperar a que tus colegas acaben antes de poder saber algo más.

—Inspectora —dijo una voz a nuestra espalda. Se acercaba el capitán Matthews, envuelto en una nube de loción para el afeitado Aramis, lo que significaba que la prensa no debía de andar muy lejos.

—Hola, capitán —dijo LaGuerta.

—He pedido a la agente Morgan que colabore en este caso —dijo él. LaGuerta se sobresaltó—. Su experiencia en la zona como operativo encubierto y sus contactos entre la comunidad de prostitutas podrían sernos útiles a la hora de acelerar la resolución del caso. —El hombre hablaba con un diccionario en la mano. Demasiados años redactando informes.

—No estoy segura de que sea necesario, capitán —dijo LaGuerta.

Él parpadeó y apoyó una mano en el hombro de la inspectora. La capacidad de liderazgo también se aprendía.

—Relájese, inspectora. No va a interferir en sus prerrogativas de mando. Se limitará a informarla si consigue algún dato relevante. Testigos, ese tipo de cosas. Su padre fue un gran policía. ¿De acuerdo? —Sus ojos se posaron sobre algo que estaba en el extremo opuesto del aparcamiento. La furgoneta del noticiario del Canal 7 acababa de llegar—. Discúlpenme —dijo Matthews. Se ajustó la corbata, compuso una expresión seria y se dirigió hacia la furgoneta.

—Puta —dijo LaGuerta resoplando.

No sabía si se trataba de una expresión genérica o si hablaba concretamente de Deb, pero pensé que era un buen momento para esfumarme antes de que LaGuerta recordara que la agente Puta era mi hermana.

Cuando me reuní con Deb, Matthews estrechaba la mano de Jerry González del Canal 7. Jerry era el campeón del periodismo de sucesos sangrientos en el área de Miami. Mi tipo de hombre. Esta vez se iba a llevar una decepción.

Sentí que un ligero escalofrío me recorría la espalda. Ni una gota de sangre.

—Dexter —dijo Deborah, intentando hablar como un poli aunque sin poder ocultar su nerviosismo—. He hablado con el capitán Matthews. Quiere que participe en la investigación.

—Eso he oído —dije—. Ten cuidado.

Parpadeó incrédula al escuchar mi consejo.

—¿A qué viene esto?

—LaGuerta —dije.

—¡Ésa! —exclamó Deb con un bufido.

—Sí. Ésa. No le caes bien y no te quiere en su grupo.

—Allá ella. Recibe órdenes del capitán.

—Ya. Y lleva ya cinco minutos pensando en cómo esquivarlas. Así que no te confíes, Deb.

Ella se limitó a encogerse de hombros.

—¿Qué has descubierto? —preguntó.

—Todavía nada —dije, sacudiendo la cabeza—. LaGuerta no tiene nada. Pero Vince dijo… —Me detuve. Incluso decirlo en voz alta me parecía un insulto a la intimidad.

—¿Qué dijo Vince?

—Es sólo un dato, Deb. Un detalle. ¿Quién sabe lo que significa?

—Desde luego nadie lo sabrá si no lo dices, Dexter.

—Al parecer… al cuerpo no le queda sangre. Ni una gota. Deborah permaneció un minuto en silencio, pensando. No se trataba de una pausa de admiración como la mía. Sólo pensaba.

—Muy bien —dijo al final—. Me rindo. ¿Qué significa?

—Es pronto para decirlo.

—Pero crees que significa algo.

Significaba una ligera curiosidad. Significaba una comezón que me impulsaba a saber algo más de este asesino. Significaba un gesto de aprecio por parte del Oscuro Pasajero, que a estas horas debería estar calladito y satisfecho con su cura. Pero no podía explicar todo eso a Deborah, ¿no creen? De modo que sólo dije:

—Tal vez, Deb. ¿Quién sabe?

Me miró fijamente durante un segundo y luego se encogió de hombros.

—De acuerdo —dijo— ¿Algo más?

—Oh, muchas cosas. Un trabajo de corte perfecto. Las incisiones son casi quirúrgicas. A menos que encuentren algo en el hotel, lo que sería una sorpresa, la víctima fue asesinada en otro lugar y tirada aquí.

—¿Dónde?

—Buena pregunta. La mitad del trabajo policial consiste en formular las preguntas adecuadas.

—Y la otra mitad consiste en responderlas —repuso Deb.

—Bueno. Nadie lo sabe aún, Deb. Y desde luego yo no tengo suficiente información forense para…

—Pero empiezas a tener un presentimiento de los tuyos —dijo ella.

La miré. Me devolvió la mirada. La verdad es que en el pasado había tenido alguna inspiración, lo que me había hecho merecedor de una cierta reputación. Mis intuiciones solían ser acertadas. ¿Y por qué no iban a serlo? A menudo sé cómo funciona la mente de un asesino. Piensan igual que yo. No siempre tenía razón, claro. En ocasiones metía la pata hasta el fondo. No quedaría bien que siempre acertara. Y tampoco quería que la pasma atrapara a todos los asesinos en serie. ¿Con quién iba a entretenerme yo si los pillaban a todos? Pero éste… ¿Qué debería hacer con este ejemplar tan interesante?

—Dime, Dexter —presionó Deborah—. ¿Tienes algún presentimiento?

—Es posible —dije—. Aún es pronto.

—Bueno, Morgan —dijo LaGuerta acercándose por detrás. Ambos nos giramos—. Veo que se ha vestido de policía de verdad.

Algo en el tono de voz de LaGuerta sonaba como un bofetón en plena cara.

—Inspectora —dijo Deborah poniéndose en guardia—. ¿Ha descubierto algo? —Lo dijo en un tono que presuponía cuál sería la respuesta.

Fue un golpe bajo. Pero falló. LaGuerta agitó una mano en el aire.

—No son más que putas —dijo, clavando la mirada en el escote de Deb, realzado gracias al atuendo de calle—. Sólo putas. Aquí lo que importa es evitar que la prensa se ponga histérica. —Sacudió lentamente la cabeza, en un gesto que indicaba casi incredulidad, y levantó la vista hacia nosotros—. Teniendo en cuenta lo que usted es capaz de hacer con la gravedad, eso no debería resultarle difícil. —Y, guiñándome un ojo se marchó de la zona acordonada, dirigiéndose al lugar donde el capitán Matthews hablaba, muy digno, con Jerry González del Canal 7.

—Zorra —dijo Deborah.

—Lo siento, Debs. ¿Preferirías que te dijera: Ya verá lo que es bueno? ¿O tiro por la línea del Ya te lo advertí?

—A la mierda, Dexter —dijo, mirándome fijamente—. Quiero ser la persona que atrape a este tipo.

Y, mientras, yo pensaba en ese ni una gota de sangre…

Yo también. También yo quería encontrarlo.

4

Aquella noche salí en mi lancha después del trabajo, en parte para escapar de las preguntas de Deb y en parte para aclarar mis propios sentimientos. Sentimientos. Yo. Qué idea.

Enfilé lentamente el canal con mi Whaler, sin pensar en nada, en un perfecto estado zen, avanzando por delante de las grandes casas, separadas unas de otras por setos altos y vallas sujetas con cadenas. Lancé un saludo vigoroso y automático, acompañado de una amplia sonrisa, a todos los vecinos que estaban en los jardines que crecían pulcramente a orillas del canal. Niños jugando en un césped muy cuidado. Papá y mamá ocupándose de la barbacoa, o descansando, o abrillantando la alambrada, vigilando a los niños como halcones. Saludé a todo el mundo. Algunos incluso me devolvieron el saludo. Me conocían, me habían visto pasar antes, siempre alegre, siempre con un gran hola para todos. Era un hombre tan agradable. Muy simpático. No puedo creer que hiciera esas cosas horribles…

Aceleré en cuanto salí del canal, y me dirigí hacia el sudeste, hacia Cabo Florida. El viento en la cara y el sabor a sal contribuyeron a despejarme la cabeza, haciéndome sentir limpio y un poco más fresco. Me resultaba mucho más fácil pensar ahora. En parte se debía a la calma alma y la paz del agua. Y en parte se debía a que, siguiendo la más antigua tradición de los navegantes de Miami, la mayoría de las otras lanchas parecían tener intenciones de matarme. Era algo que encontraba muy relajante. Estaba en casa. Éste es mi país; ésta es mi gente.