Выбрать главу

– Yo no puedo cuidarles a los dos -dijo Maggie con aspereza cuando Susannah intentó insistir para quedarse a ayudar-. Ni la señora Radley tampoco. Ella ha venido a visitarla a usted, no a ver cómo empeora sin motivo.

Susannah obedeció con una débil sonrisa, e intercambió una mirada con Emily antes de darse la vuelta.

– Quizá no debería haberle hablado con tanta brusquedad. -Maggie parecía arrepentida-. Pero está…

– Lo sé -contestó Emily-. Hizo usted lo que debía.

Maggie sonrió un segundo y procedió a envolver unas piedras calientes con franela. Pero Emily había captado que estaba tensa, tenía los hombros rígidos y una mirada huidiza en los ojos.

Más tarde, hacia las seis de la madrugada, el joven seguía sin moverse, pero había recuperado la temperatura corporal y tenía el pulso bastante firme. Aún no había amanecido y Emily bajó a buscar más whisky y comida caliente para los hombres que esperaban en la orilla, vigilando el mar para recuperar más cuerpos.

Los encontró sin demasiada dificultad gracias a la luz amarillenta de sus faroles. Las olas rompían contra la arena, como enormes avalanchas de agua, y rugían cada vez más alto al azote de la marea. Escupían lenguas de espuma sobre la hierba, como si intentaran arrancar las raíces de cuajo.

Emily se dirigió primero al padre Tyndale. Bajo la luz amarilla del farol se le veía exhausto, con los hombros de su enorme corpachón como encorvados, y la expresión sombría.

– Ah, gracias, señora Radley. -Aceptó la bebida caliente, pero dio apenas un sorbo para que quedara suficiente para los demás-. Es una noche dura. -No la miraba a ella, mantenía la vista fija en el océano-. ¿Ya se ha despertado ese chico?

– No, padre. Pero parece que está mejor.

– Ah.

Ella escudriñó su cara, pero la luz era vacilante y engañosa y no le permitió deducir nada. Él le devolvió la petaca, y ella se la llevó a Brendan Flaherty, después a Fergal O'Bannion, y a todo el resto. Finalmente se encaminó de vuelta a la casa; estaba tan cansada que le costaba mantenerse erguida contra el viento. Pensó en Jack, acostado en su casa, en Londres. ¿Hasta qué punto la echaba de menos? De haber tenido siquiera una remota idea de lo que le había pedido, ¿lo habría hecho… o no?

Durmió una hora más o menos. Cuando Maggie la zarandeó y la llamó por su nombre, le resultó casi imposible emerger de las profundidades de la inconsciencia. Al principio ni siquiera pudo recordar dónde estaba.

– Está despierto -susurró Maggie-. Voy a llevarle algo para comer. Tal vez podría usted hacerle compañía. Parece un tanto afligido.

– Por supuesto. -Emily se dio cuenta de que todavía llevaba casi toda la ropa puesta, y estaba tan agarrotada como si hubiera andado kilómetros. El viento aullaba y se colaba por los aleros, pero con menos violencia que antes-. ¿Ha dicho algo? ¿Le ha explicado que solo le encontraron a él?

– Aún no. No estoy segura de cómo se lo tomará -Maggie tenía cierta expresión de culpa, y Emily supo que le daba miedo hacerlo. Sintió un escalofrío y cogió el chal.

Con todo lo que había pasado la noche anterior, había olvidado añadir más turba al fuego, y se había apagado. Hacía mucho frío.

Fue a la habitación donde estaba el joven, llamó, y entró sin esperar respuesta. El estaba tumbado sobre las almohadas, con la cara todavía pálida y los ojos oscuros y hundidos. Ella se acercó y se quedó de pie a su lado.

– Maggie ha ido a buscarle algo para comer -dijo-. Yo me llamo Emily. ¿Y usted?

El se quedó serio y parpadeó pensativo.

– Daniel -dijo finalmente.

– ¿Daniel qué?

Él meneó la cabeza e hizo una mueca, como si le doliera.

– No lo sé. Lo único que recuerdo es el agua que tenía alrededor. Y hombres gritando, luchando por… por sobrevivir. ¿Dónde están?

– No lo sé -dijo ella con sinceridad-. Lo siento, pero usted es el único que encontramos. Estuvimos en la playa toda la noche, pero nadie más llegó a la orilla.

– ¿Se ahogaron todos? -dijo él despacio.

– Me temo que eso parece.

– Todos. -Habló en voz muy baja y su cara expresó un profundo dolor-. No recuerdo cuántos éramos. Cinco o seis, creo. -La miró-. Ni siquiera me acuerdo del nombre del barco.

– Seguro que lo recordará. Dese un poco de tiempo. ¿Le duele algo?

Él sonrió con amarga ironía.

– Todo, como si me hubieran dado la paliza de mi vida. Pero se me pasará. -Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos estaban llenos de lágrimas-. Yo estoy vivo. -Sacó las manos, delgadas y fuertes, se aferró a la colcha suave y esponjosa y las clavó allí.

Maggie entró con una bandeja de gachas y leche.

– Deje que le ayude -se ofreció-. Imagino que lleva mucho tiempo con el estómago vacío.

Se sentó, sostuvo el cuenco con las manos y le ofreció la cuchara. Emily vio que aunque estaba sonriendo, tenía los nudillos blancos.

Daniel la miró y cogió la cuchara. La llenó despacio y se la acercó a la boca. Tragó, y luego cogió un poco más.

Maggie seguía observándole, pero tenía la vista concentrada en algo más lejano, como si ya no necesitara enfocar para saber lo que vería. Seguía agarrando el plato con firmeza y Emily vio que el pecho se le movía, arriba y abajo, y que tenía pulsaciones en el cuello.

* * *

Emily volvió a acostarse un rato, y esta vez se durmió enseguida. Al despertar descubrió que Susannah estaba a su lado sosteniendo una bandeja con té y un par de tostadas. La dejó sobre la mesilla y abrió las cortinas de par en par. El viento gemía y vibraba con mucha velocidad, pero se veían grandes manchas azules en el cielo.

– He mandado a Maggie a casa para que durmiera un poco -dijo Susannah con una sonrisa mientras servía una taza de té para cada una-. Las tostadas son para ti -añadió-. Daniel ha comido un poco más y se ha vuelto a dormir, pero cuando he ido a verle estaba inquieto. Estoy segura de que tiene pesadillas.

– Supongo que las tendrá durante años. -Emily bebió un sorbo de té y cogió un pedazo de la crujiente tostada con mantequilla caliente-. Ahora entiendo por qué todo el mundo tenía tanto miedo de la tormenta.

Susannah levantó la vista, entonces sonrió y no dijo nada.

– ¿Suelen ser así a menudo? -continuó Emily.

Susannah apartó la mirada.

– No, a menudo en absoluto. ¿Te encuentras bien para ir a la tienda y comprar algo de comida? Ahora que hay una persona más, necesitaremos algunas cosas.

– Por supuesto -afirmó Emily-. Pero él no se quedará mucho tiempo, ¿verdad?

– No lo sé. ¿Te molesta?

– Claro que no.

Pero más tarde, mientras paseaba frente al mar en dirección al pueblo, Emily se preguntó por qué Susannah había pensado que el joven se quedaría. Seguro que en cuanto hubiera descansado lo suficiente, querría seguir su camino hacia Galway, para ponerse en contacto con su familia y con los propietarios de su barco. En cuanto descansara un poco más, recuperaría la memoria y estaría ansioso por irse.

Llegó a la leve pendiente que bajaba hasta la playa y contempló el mar agitado, salpicado por restos de espuma blanca. Ahora que había amainado el viento, las olas ya no tenían cresta, pero seguían escarpadas, rugían sobre la orilla y la hierba con una velocidad terrorífica, horadando la arena y consumiéndola en su interior. Tenía un tono gris sin matices parecido a la lava, e igual de sólido.

En la tienda se encontró con Mary O'Donnell y con la mujer que se había presentado como Katheleen. Ambas dejaron de hablar cuando Emily entró.

– Vaya, ¿cómo está usted? -preguntó Katheleen con una sonrisa, como si Emily formara parte del pueblo, ahora que había soportado la tormenta.