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Daniel la estaba observando.

– Pobre Brendan -dijo con tristeza-. ¿Cómo se puede competir con los fantasmas?

– ¿Los fantasmas? -preguntó ella mientras emprendían el camino de vuelta hacia la playa-. ¿Quién más aparte de su padre?

– No lo sé -repuso él con una fugaz sonrisa-. Alguien que le gustaba, y que asusta a su madre.

Tenía razón. Era miedo lo que ella había visto en los ojos de la señora Flaherty. ¿Por qué? ¿Era aquella una amistad inapropiada? ¿Estaba celosa, tenía miedo de perder algo de Brendan, su tiempo, que dejara de estar pendiente de ella, de necesitarla? ¿Alguien podía arrebatarle su papel de protectora?

¿O tenía miedo de algo que Brendan podía hacer? ¿Algo relacionado con la muerte de Connor Riordan? ¿Por eso le había asustado tanto ver que era amigo de Daniel? ¿La historia se repetía?

A media tarde, Emily se las arregló para hablar con Susannah a solas, e intentó dar con las palabras adecuadas para preguntarle.

– Parece que Daniel ha hecho cierta amistad con Brendan Flaherty -comentó sin más. Estaban de pie en el salón, mirando por el ventanal el jardín castigado por la tormenta.

– ¿Ah, sí? -dijo Susannah un tanto sorprendida.

Emily aprovechó la ocasión.

– La señora Flaherty estaba muy enfadada. Se opuso con tanta violencia que prácticamente ordenó a Daniel que se marchara, y la verdad es que eso incomodó muchísimo a Brendan.

Susannah parecía confusa.

– ¿Estás segura?

– Sí. ¿Eso tiene algo que ver con Connor Riordan?

– ¿En qué sentido?

– ¿Ellos también eran amigos?

– ¿Me estás preguntando si Brendan le mató? -dijo Susannah atónita-. No tengo ni idea. No veo por qué iba a hacerlo.

Emily se negó a rendirse.

– Desconocemos las razones de quien fuera, pero es ineludible que alguien lo hizo. ¿Por qué la señora Flaherty protege tanto a Brendan? Tú los conoces. ¿Su padre era realmente tan inconsciente, y Brendan se le parece? A mí me resulta muy agradable, y más dulce que la señora Flaherty.

Susannah sonrió.

– Seamus Flaherty era bebedor, bravucón y mujeriego.

La señora Flaherty tiene miedo de que Brendan sea igual. Él se parece físicamente a su padre, pero no sé si vas más allá.

– Y no está casado, en cualquier caso -señaló Emily-. ¿Tiene chicas en varios pueblos? ¿O una detrás de otra?

Susannah sonrió, divertida.

– No más que la mayoría de los jóvenes, por lo que yo sé. Pero de ser así, quizá le habrían matado a él, pero no a Connor Riordan.

Emily dejó de insistir, y se fue a dar un paseo al caer el sol. Vio cómo se hundía en el mar durante el prolongado crepúsculo invernal. Oyó el crujido de unos pasos sobre la gravilla; Daniel subía por la ribera hacia ella. El viento había añadido algo de color a sus mejillas y tenía el cabello negro enmarañado. Trepó por la pendiente de guijarros hasta donde estaba Emily, y permaneció a su lado unos instantes antes de hablar. La luz evanescente acentuaba sus facciones, el perfil de sus labios, la curva del cuello enjuto, y hacía que sus pómulos parecieran más hundidos. Le daba cierto atractivo.

Emily no estaba consiguiendo nada. Había intentado ser sutil y observadora. Se le estaba agotando el tiempo. Quizá Daniel dentro unos días se habría marchado, o algo peor. La salud de Susannah empeoraría y Emily no sabría qué había pasado con Connor Riordan a tiempo. El pueblo seguía infectado de veneno.

– ¿Acaso Brendan Flaherty le ha hecho insinuaciones sexuales? -dijo sin pensar, escandalizada por su propia franqueza.

Daniel, asombrado, se quedó mirándola con la boca abierta. Luego se echó a reír. Era un sonido alegre, que surgió de su interior con total espontaneidad.

Emily notó que le ardía la cara, pero se negó desviar la mirada.

– ¿Sí o no? -insistió.

Daniel se controló y dejó de reír.

– No, desde luego que no. Tiene más paciencia con su madre que ningún otro hombre, pero no hay nada de eso.

– Yo no pensaba en su madre -dijo Emily cortante-. A ella le aterra que él se convierta en un mujeriego y un borracho, como su padre. Aunque ella le admiraba. Quiere que Brendan sea igual que él, y a la vez no quiere. No hay forma de que la complazca.

– ¡Ah! ¡Está muy equivocada, pero tiene toda la razón! -dijo Daniel con admiración-. Pregúntele a la señora O'Bannion, aunque dudo que se lo cuente. Venga, volvamos a la casa. Se juega la vida si se queda aquí. Este viento que viene del mar corta como un cuchillo. -Le ofreció la mano para que mantuviera el equilibrio y ella bajó por la pendiente a la arena.

Cuando llegaron a la casa, Susannah estaba en la cocina. Parecía pálida y sin fuerzas.

– ¿Qué pasa? -preguntó Emily de inmediato Se acercó a ella y la rodeó con el brazo para sostenerla.

– Estoy bien -respondió Susannah con impaciencia, pero era evidente que no era cierto-. Solo estaba preparando las cosas del desayuno.

– Maggie lo hará mañana -le dijo Emily.

– ¡No! -protestó Susannah con la voz un poco tomada-. Fergal ha venido a decir que ya no volverá. Lo siento. Eso significa que tú tendrás más trabajo, hasta que encuentre a otra persona.

Emily se quedó pasmada, pero intentó disimularlo.

– No te preocupes -dijo con tanta firmeza y convicción como pudo-. Nos las arreglaremos muy bien. Yo antes sabía cocinar un poco. Seguro que me espabilaré. Estaremos bien. Ahora ve a acostarte, por favor.

Susannah le sonrió débilmente, apenas movió las comisuras de los labios, y juntas subieron lenta y trabajosamente la escalera.

* * *

Emily se despertó en plena noche con cierta inquietud. Se había vuelto a levantar viento y creyó oír unos golpes. Salió de la cama, se abrigó con el chal y salió de puntillas al rellano. Seguía oyendo el traqueteo, pero entonces le pareció que era el viento en las chimeneas, y si había un trozo de pizarra suelto, ella no podía hacer nada.

Al darse la vuelta vio luz bajo la puerta de Susannah. Vaciló un momento, preguntándose si entrometerse o no, entonces oyó algo se movió, vio sombras en la luz y supo que Susannah estaba levantada. Se acercó a la puerta y llamó. No hubo respuesta. Sintió una creciente tensión interior y un miedo incontrolable por Susannah. Giró el picaporte y entró.

Susannah estaba de pie al lado de la cama, con la cara lívida y el pelo enmarañado y húmedo. Tenía unas sombras oscuras alrededor de los ojos, como moratones, y el camisón mojado pegado a su cuerpo esquelético.

Emily no necesitó preguntar si tenía fiebre, ni si había vomitado. La ropa de la cama estaba revuelta, colgaba de un lado y llegaba hasta el suelo, y Susannah estaba temblando.

Emily se quitó el chal y se lo puso a Susannah alrededor de los hombros, y luego la llevó a la butaca del dormitorio.

– Siéntate aquí unos minutos. Yo iré a vestirme y luego calentaré agua, traeré toallas limpias y volveré a hacer la cama. Sé dónde está el armario de la ropa. Espérame aquí.

Susannah asintió, demasiado exhausta para discutir.

Emily no sabía muy bien qué estaba haciendo, salvo intentar que Susannah se sintiera lo más cómoda posible. No tenía la menor experiencia cuidando enfermos. Incluso para los ocasionales resfriados o problemas de estómago de sus hijos, había contado con la niñera. Susannah se estaba muriendo. Emily sabía que no podía hacer nada para evitarlo, y se dio cuenta de lo mucho que le importaba. Cuidarla ya no tenía nada que ver con el deber, ni con ganarse el favor de Jack.

Cuando estuvo vestida, bajó la escalera encendiendo los candiles a su paso, y avivó el fuego para calentar agua. Imaginó que si ella estuviera tan enferma como Susannah, ansiaría hallarse en una cama limpia y lisa, y quizá tener compañía. No para hablar, únicamente para que hubiera alguien si abría los ojos.