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– Yo la ayudaré -prometió él.

Pero cuando Emily bajó la escalera descubrió todos los candiles de la cocina encendidos y un olor a horno en el ambiente. Maggie O'Bannion estaba en el fregadero lavando los platos, después de haber cocido y amasado la pasta.

Al oír los pasos de Emily se dio la vuelta.

– ¿Cómo está la señora Ross? -preguntó ansiosa.

Emily se sentía demasiado aliviada para mostrarle su enfado.

– Muy enferma -dijo con sinceridad-. Esta ha sido la segunda noche realmente mala. Me alegro sinceramente de que el señor O'Bannion cediera. No sabemos cómo arreglárnoslas sin usted.

Maggie pestañeó y apartó la mirada.

– He hecho un pastel de manzana para la cena -dijo, como si Emily le hubiera preguntado-. Y hay un buen pedazo de ternera en el horno. Apartaré un poco para hacerle un caldo a la señora Ross. A veces, cuando no se encuentra bien, es lo único que tolera. ¿Sabe usted si está despierta?

– No, duerme. Anoche casi no durmió. -Emily se alegró al ver que Maggie se sentía culpable-. Traeré la colada -continuó-. Ayer me ayudó Daniel, pero esta mañana hay más sábanas. -Miró la ropa blanca arrugada que colgaba del tendedero cerca del techo-. Nosotros no somos tan eficientes como usted -añadió, algo más amable.

Maggie no dijo nada, pero movió con más energía las manos y golpeó con violencia los platos del fregadero.

Emily puso los calentadores de platos sobre el hornillo, luego inclinó el tendedero hacia abajo y recogió dos sábanas. Maggie se puso automáticamente de espaldas a la pila para ayudarla a doblarlas bien. Sin mirar a Emily a los ojos, tensa y con un gesto de enorme abatimiento en los hombros.

Emily se preguntó si Daniel habría salido el día anterior por la tarde, tal vez mientras el padre Tyndale estaba allí, y fue a decirle a Maggie cuánto la necesitaban. ¿Y Maggie estaba tan tensa esta mañana porque Fergal y ella habían discutido por eso? ¿Qué le habría dicho Daniel para que ella desafiara a su marido?

Cuando las sábanas estuvieron dobladas y listas para la plancha, Emily empezó con las fundas de las almohadas, y después hizo una pequeña pausa para tomarse un té y una tostada. Se estaba preguntando si debía ir a ver si Susannah estaba despierta, cuando Daniel entró en la cocina.

– Buenos días, señora O'Bannion -dijo cordial- Le agradezco que haya vuelto más de lo que se imagina. Sin usted, no nos las arreglábamos demasiado bien.

Maggie le clavó los ojos, y ninguno de los dos miró a Emily.

– Susannah está despierta -prosiguió Daniel-. ¿Puedo subirle algo para desayunar, un poco de pan y mantequilla si hay, o al menos una taza de té recién hecho?

– Coma algo primero -le dijo Emily-. Yo se lo subiré a Susannah, y usted puede encargarse de estas sábanas. Pronto volveremos a necesitarlas. Maggie, si pudiera hablarle con cariño a la caldera y hacer que vuelva a funcionar, debemos lavar la muda de anoche para cuando nos haga falta, por favor.

– Sí, señora Radley, por supuesto -asintió Maggie; un tanto tensa y evitando a Daniel, empezó a cortar rodajitas de pan y mantequilla para Susannah, untó con cuidado la miga con la mantequilla reblandecida y después partió unas rebanadas tan finas que apenas se mantenían unidas. Luego untó y dividió por la mitad una segunda loncha y una tercera y las colocó con mucha delicadeza en un plato blanco y azul.

Emily le dio las gracias y cogió la bandeja. Se sintió muy feliz cuando Susannah se incorporó, tenía un poco de color en las mejillas, y se lo comió todo. Emily decidió que tenía que acordarse de cómo se hacía y prepararlo ella en otra ocasión.

Una hora después, Susannah se quedó adormilada y Emily bajó a adelantar alguna de las tareas domésticas que tenía atrasadas y que le llevaban mucho más tiempo que a Maggie.

Se detuvo en la puerta de la cocina al oír las voces, y después las risas de un hombre y de una mujer. Era un sonido vivaz del que emanaba cierta felicidad.

– ¿En serio?-dijo Maggie sin dar crédito.

– Lo juro -contestó Daniel-. El problema es que no recuerdo cuánto tiempo hace, ni por qué estaba yo allí.

– Suena maravilloso -dijo Maggie con melancolía-. A veces sueño con ir a sitios como ese, pero no creo que lo haga nunca.

– Podría, si quisiera -le aseguró Daniel.

Emily se quedó quieta, sin hacer ruido. Veía la cara con la que Maggie miraba a Daniel. Sonreía, pero en sus ojos había una nostalgia que revelaba sus sueños, y que los consideraba imposibles de alcanzar.

– No basta con pedir para conseguir las cosas -le dijo a él-. Lo prudente es saber a qué agarrarse, y distinguirlo de lo que solo puede perjudicarte.

– Eso no es ser prudente -replicó Daniel con suavidad-. Es aceptar el fracaso incluso antes de haberlo intentado. ¿Cómo sabe usted hasta dónde puede llegar si no alarga la mano?

– Habla usted como un soñador -dijo ella con tristeza-. Como alguien que no tiene responsabilidades ni los pies en el suelo.

– ¿Es eso lo que la mantiene firme, con los pies en la tierra? ¿O se refiere a los pies de Fergal? -replicó él.

Maggie vaciló.

Emily seguía inmóvil en la entrada. ¿Daniel le había estado contando anécdotas de aventuras y viajes, perturbando su bienestar con un hambre que jamás podría satisfacerse?

– ¿Quizá podría irse a Europa? -sugirió Daniel-, encontrar un aliciente que alimentará su corazón por siempre jamás. Hay lugares mágicos, Maggie. Lugares donde sucedieron cosas maravillosas, grandes batallas, ideas que iluminan el mundo, e historias de amor que te rompen el corazón y después lo reconstruyen con una forma nueva. ¡Habrá música y se reirá tanto que se le cortará la respiración! Hay comidas que no puede imaginar y leyendas capaces de acompañarla durante las noches de invierno de todos los años venideros. ¿Le gustaría eso?

Emily se dispuso a entrar con la intención de interrumpirlos, pero entonces vio la cara de Maggie y cambió de idea. Expresaba una vulnerabilidad que resultaba alarmante, pero no estaba mirando a Daniel, sino que meditaba algo en su interior.

De pronto Emily se quedó helada. Recordó lo amable que Daniel había sido con ella cuando volvieron paseando de la iglesia, lo delicadas y naturales que fueron sus preguntas. Y no obstante habían penetrado en su interior más de lo que deseaba, revelando debilidades de sí misma que ella nunca había admitido. Ahora él estaba haciendo lo mismo con Maggie. Sacaba a la luz lo sola y decepcionada que estaba. Emily había visto a Fergal O'Bannion, un hombre bueno pero sin imaginación, que se mostraba posesivo con Maggie. ¿Era porque la había visto reírse con Connor Riordan, escucharle, participar de sus historias y sus sueños? ¿Y ahora Maggie escuchaba a Daniel, a pesar de que Fergal le había ordenado que no fuera a aquella casa, y ella le había desobedecido?

Emily recordó comentarios extraños y muy sutiles, tan solo miradas, pero ¿eran indicios de un hecho desagradable? ¿Se había saltado Maggie las fronteras que delimitaban su vida por una pasión fugaz con Connor, y Fergal lo había sabido? ¿Por eso había asesinado a Connor? ¿Por el motivo más antiguo de todos?

¿Maggie lo sabía? ¿O lo temía, al menos?

Y sin embargo la señora Flaherty temía que fuera Brendan quien había matado a Connor, y Brendan había desaparecido.

– ¿No le gustaría ir, Maggie? -repitió Daniel, con voz dulce.

Emily dio un paso al frente y le vio. Estaba sonriendo y cuando dobló la sábana, mantuvo un momento su mano enjuta sobre la de Maggie.

Emily sintió arder un fuego interior y reprimió el impulso de hablar.

– Yo ya tengo con qué llenar mis noches de invierno, y muchos sueños -repuso Maggie-. No quiero que usted forme parte de ellos. Me gustan esas historias sobre los sitios donde ha estado, y confío en que al contarlas pueda recordar un par de cosas sobre quién es. Eso es todo. ¿Me entiende?