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– Sí, la entiendo -dijo él en voz baja-. Quizá me excedí al creer que apoyaría mis propias fantasías. Una dosis de realidad puede hacer maravillas.

Reaccionó ante su error con una sonrisa y burlándose un poco de sí mismo, y Emily vio que Maggie se tranquilizaba un poco y sonreía a su vez. Aquel momento incómodo pasó.

Daniel se alejó y, cuando al salir de la cocina topó con Emily, se dio cuenta de que debía de haber oído la conversación. No podía saber cuánto tiempo llevaba allí, pero al menos había visto que Maggie le rechazaba. Forzó una mueca un tanto contrita cuando vio que Emily le miraba, y en aquel momento ella se convenció de que él sabía exactamente lo que estaba intentando hacer para resolver el asesinato de Connor Riordan, y por qué sentía el impulso de hacerlo. Pero eso no cambiaba nada. Emily entró en la cocina como si tan solo se hubiera cruzado con él al pasar.

– ¿Cómo está ella? -preguntó Maggie, con un leve rubor en las mejillas como único rastro de su conversación con Daniel.

– Ha mejorado claramente -contestó Emily, satisfecha-. Estoy segura de que ahora que usted ha vuelto está menos inquieta. -Intentó suavizar el tono para eliminar el matiz ofensivo de sus palabras, pero no vaciló al decirlas-: ¿Daniel fue a verla ayer y le contó lo grave que estaba Susannah?

– Sí -contestó Maggie-. Lo siento muchísimo, de haberlo sabido no habría faltado ni un día.

Había tanta tristeza en su cara que Emily la creyó.

– Es difícil saber hasta qué punto una debe obedecer al marido, en contra de la voz de la propia conciencia -repuso, con más franqueza de la que había pensado.

¿Qué haría ella para complacer a Jack, en contra de su propio criterio? ¿Cuántas veces se lo había pedido él? Se dio cuenta de que la primera había sido aquel viaje a Connemara. Salvo que aquello no fue en realidad en contra de su propia conciencia, sino como respuesta a la de él. Debió haber sido ella quien deseara ir y él quien hubiera intentado disuadirla.

Pero si ella hubiera querido ir, y él se hubiera opuesto,

¿qué habría hecho? ¿Usar la obediencia como excusa? ¿O el amor? Ella amaba a Jack, detestaba pelearse con él. Pero ellos casi nunca se peleaban. ¿Por qué? ¿Podía ser por falta de pasión o incluso de convicción? ¿Qué había que le importara lo bastante a ella para hacerlo aunque tuviera que pagar un precio? Y si no había nada, ¿qué indicaba eso de ella? Algo demasiado terrible para asumirlo.

– Fergal no es un hombre cruel, señora Radley -estaba diciendo Maggie, que había interrumpido su trabajo para explicarse. Para ella era importante que Emily no le juzgara con frialdad-. Él no sabía que la señora Ross estaba tan grave, y malinterpretó a Daniel. Todo está relacionado con el otro naufragio. Intuyo que usted no conoce mucho sobre aquello. A Fergal se le metió en la cabeza una idea equivocada, y puede que la culpa fuera mía.

Emily no podía dejar pasar una oportunidad tan buena.

– ¿Quiere decir que a Fergal Daniel le recuerda a Connor Riordan, y pensó que la historia se repetía? -preguntó.

Maggie bajó los ojos.

– Bueno, algo así.

Emily se sentó con parsimonia a la mesa de la cocina.

– ¿Cómo era Connor, en realidad? Por favor, sea sincera conmigo, Maggie. ¿Se está repitiendo la historia con Daniel?

Maggie dejó la ropa y se mordió el labio como si sopesara la respuesta.

– Connor era divertido y listo, como Daniel -contestó-. Nos hacía reír a todos. Nos gustaban sus relatos sobre los sitios donde había estado, las tierras exóticas que había visitado…

– ¿Como Daniel, hace un momento? -interrumpió Emily.

– Sí, supongo que sí. Y se interesaba por todos, igual que Daniel. No paraba de preguntar cosas, y nosotros contestábamos, pues nos parecía que decía esas cosas porque era una buena persona. Ya sabe lo que pasa cuando hablas con alguien que te aprecia, y quiere saber de ti, las cosas que te gustan, cuáles son tus sueños. Y eso te hace pensar. Es bastante raro que alguien quiera saber de ti en lugar de hablar solo de sí mismo.

Emily tuvo que admitir que eso era verdad.

Maggie continuó.

– A Connor le interesaba todo el mundo. Yo le apreciaba. Era diferente. Nos contaba historias nuevas, no esas viejas de siempre. Me hizo pensar, verlo todo de un modo un poco distinto. Pero yo no era la única que a veces tenía la sensación de que él era capaz de leer lo que había en el fondo de la mente con demasiada facilidad. Hay cosas que es mejor no saber.

– ¿Cosas sobre el amor, los celos y los compromisos? -preguntó Emily.

Maggie bajó la voz.

– Supongo. Y sueños que no se deben contar.

– Sin sueños, moriríamos -replicó Emily-. Pero tiene razón, algunos no debemos contárselos a nadie.

– Yo quiero a Fergal -añadió Maggie enseguida, y en aquel instante Emily supo que eso era en parte mentira, y terminó la frase por ella:

– Pero Connor tenía una mente fogosa y Fergal, que era aburrido en comparación, acabó por darse cuenta. -Entonces Emily temió estar demasiado cerca de la verdad, y de destruirle la vida a Maggie si llegaba hasta fondo.

– Fergal es un buen hombre -repitió Maggie con tozudez, como si al decirlo lo convirtiera en cierto-. Claro que me gustaban las historias de Connor, pero nada más. Yo no le quería. En eso se equivoca, señora Radley. Me hacía reír y me hacía pensar, simplemente. Nos enseñó a todos que el mundo era mucho más grande que este pueblo con sus amores y sus odios.

– Pero se dio cuenta de que usted se sentía sola, e hizo que Fergal se diera cuenta también. -Emily tenía que insistir. La situación empezaba a aclararse.

Maggie parpadeó para evitar las lágrimas.

– Tener que afrontar una verdad que te has estado ocultando puede ser muy doloroso. Yo tengo parte de culpa. Le dije a Fergal lo que quería oír, y después, cuando él me creyó sin mirar más allá, me sentí engañada. Supongo que dejé que pensara que estaba enamorada de Connor y él de mí, que Dios me perdone.

De modo que Maggie permitió que Fergal pensara que estaba enamorada de Connor. ¿Temía que de hecho fuera Fergal quien le había matado, y que sin quererlo ella hubiera sido responsable? ¿Y ahora le protegía, por ese sentimiento de culpa?

¿O había amado a otro? Si no era Connor, entonces ¿quién?

¿Hasta qué punto Susannah había visto o supuesto todo aquello? ¿Y había dicho la verdad cuando se había proclamado convencida de que Hugo Ross no había estado al corriente de las pasiones y las debilidades de esa gente cuyas vidas, para bien y para mal, estaban tan entremezcladas con la suya?

* * *

El padre Tyndale volvió a visitar a Susannah por la tarde, y se quedó una hora aproximadamente. Emily le acompañó durante casi todo el camino de vuelta a su casa. Soplaban rachas de un viento frío, cargado de humedad del mar, pero a pesar de su violencia, ella descubrió que la sal y el olor a algas poseían una especie de pureza amarga que la complació.

– Me parece que ya no vivirá mucho -dijo con tristeza el padre Tyndale, esforzándose por hacerse oír por encima del viento.

– Lo sé -corroboró Emily-. Espero que no sea antes de Navidad.

Entonces no supo por qué había dicho eso. La cuestión no era Navidad, sino averiguar la verdad sobre Connor Riordan, y fuera cual fuese, convencer a Susannah de que eso tenía un sentido, que beneficiaba a la gente que ella amaba.

– Hábleme más de Hugo, padre -pidió.

El sonrió mientras ambos bajaban entre las malas hierbas, cubiertas todavía con los restos de la tormenta, y llegaban a una franja de playa limpia. No era el camino más corto para llegar a su casa, pero a ambos les apeteció cogerlo.

– Qué difícil es decir algo que dé una idea de cómo son ellos realmente -contestó el sacerdote con aire pensativo-. Era un hombre grande y no solo en un sentido físico, con esa dulzura tan característica, pero tenía un espíritu abierto. Amaba esta tierra y a su gente, ya que su familia había vivido aquí desde tiempos inmemoriales. Ganó dinero con los negocios, pero su verdadero placer era pintar, y si hubiera intentado ganarse la vida con eso, quizá habría llegado a ser realmente bueno. Dios sabe que Susannah nunca exigió riquezas. Le bastaba con estar con él para ser feliz.