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Había dejado atrás el lago y se dirigía hacia Oughterard, el viento abría agujeros azules en el cielo agitado y el sol brillaba sobre las colinas. Las laderas eran casi doradas y las piedras negras y húmedas de las ruinas relucían con nitidez, cuando Emily vio a un hombre en el camino que tenía delante. Caminaba con paso firme, como si quisiera mantener un buen ritmo para llegar lejos. Ella se preguntó si viviría en Oughterad. No se veía ninguna casa ni ninguna granja a ambos lados del camino.

¿Debía ofrecerse a llevarle? No parecía prudente. Y aun así era inhumano pasar a su lado y dejar que siguiera su camino, con el viento en contra y en aquel sendero angosto.

Hasta que llegó a su altura no vio que se trataba de Brendan Flaherty. Detuvo el poni.

– ¿Quiere que le lleve, señor Flaherty? -dijo-. Me dirijo a casa.

– A casa, ¿eh? -contestó él sonriendo-. Claro, muy amable por su parte, señora Radley. Y me encantaría hacerme cargo de las riendas, si usted quiere. Aunque Jenny conoce el camino tan bien como yo.

Ella aceptó porque estaba cansada, y aunque era una buena amazona no tenía la menor experiencia conduciendo, y estaba convencida de que Jenny era consciente de eso.

Habían recorrido casi dos kilómetros cuando Brendan habló.

– No debí haber huido -dijo en voz baja, mirando al frente, evitando su mirada.

– Ahora vuelve -repuso ella. Como sabía la verdad sobre Padraic Yorke, ya no tenía miedo de Brendan.

Él emitió un pequeño gruñido, sin palabras, pero cargado de sentimiento.

Ella notó en él el peso de la tristeza, como si regresara a una cárcel.

– ¿Por qué vuelve? -le preguntó impulsivamente-. ¿Teme que si se queda en Galway acabará bebiendo demasiado, metiéndose en peleas, y al final solo como su padre?

– Yo no soy mi padre -dijo él sin apartar la vista del camino.

Ella le miró y vio que en su cara no había rabia, sino una disculpa, como si hubiera fallado, y en cierto modo hubiera traicionado las expectativas de su linaje.

– ¿Cómo era él? -preguntó ella-. Sinceramente. No en las fantasías de su madre, sino de verdad. ¿Cómo le veía usted?

– Yo le quería -contestó él; escogía las palabras una a una-. Pero también le odiaba. Era perezoso y cruel, pero se salía con la suya porque hacía reír a la gente. Cantaba como un ángel. Al menos por lo que yo recuerdo. Tenía una de esas voces dulces y melodiosas, que hacen que entonar parezca fácil. Y contaba unas historias tan reales sobre Connemara, la tierra y la gente, que al oírle parecía que el pasado fluyera en la sangre, como el vino; era un poco borrachín quizá, pero muy vital. De hecho ahora pienso que en realidad la mayoría de las historias eran de Padraic, pero a él nunca pareció importarle que las contara mi padre.

– ¿Él conocía bien a Padraic? -preguntó ella.

El cielo estaba cubriéndose ligeramente de nubes que lo encapotaban, de modo que el sol ya no brillaba sobre las colinas y la hierba estaba perdiendo color. Empezaba a refrescar. Había una cortina de lluvia en el noroeste, sobre Maumturk Hills.

– No lo sé. No creo. Pero eso no habría cambiado nada.

Él las habría contado de todas formas. Un día le pregunté a Padraic si le molestaba, y dijo que mi padre las mejoraba y que eso era algo bueno, para todos nosotros, para Irlanda.

– Él ama a Irlanda, ¿verdad? -Era un comentario; Emily no pretendía formular una pregunta.

Brendan la miró.

– Usted no fue a Galway a buscarme, ¿o sí? Al principio creí que sí. Pensé que pudo haberse preguntado si yo maté a Connor Riordan… por Maggie. No le maté. -Lo afirmó con vehemencia, como si en cierto modo la duda persistiera.

Emily supo qué era lo que asustaba tanto a su madre. Ella conocía la violencia de Seamus, quizá incluso la había sufrido alguna vez, y la imaginaba en Brendan también, como si para ella incluso los defectos de Seamus, repetidos, pudieran mantenerle con vida en cierto modo. No era sorprendente que Brendan hubiera huido a Galway, o a cualquier parte, para librarse de la cárcel de sus sueños.

– Sé que no fue usted -le contestó ella.

Él se volvió para mirarla.

– ¿Lo sabe? ¿Lo sabe o le da miedo que yo piense que sospecha de mí, y le haga daño?

– Sé que no fue usted -le dijo ella-, porque sé quién le mató, por una razón de mucho más peso que la suya.

– ¿Lo sabe? -Él analizó el rostro de Emily, y debió de haber descubierto cierta sinceridad en ella, porque sonrió y dejó de aferrarse a las riendas.

– Debería despedirse de su madre como corresponde, y luego volver a Galway, o a Sligo o incluso a Dublín. A cualquier parte adonde quiera ir.

– Y ¿qué pasa con el pueblo? -preguntó él-. Hemos defraudado nuestros propios sueños. Padraic se ha apropiado de nuestros mitos y los ha embellecido para que fueran como él cree que deben ser, y nosotros hemos terminado creyendo que esa es la verdad.

– ¿Y no lo es? -Pero Emily ya sabía la respuesta.

Él sonrió.

– Él les da más encanto del que tienen. Inventa santos que nunca existieron, y transforma a hombres corrientes que eran mezquinos y egoístas en héroes con defectos tan fascinantes como sus virtudes. Y nosotros hemos aceptado el engaño porque nadie se atreve a romper la imagen que aparece en el espejo.

– ¿Y Connor Riordan se dio cuenta de eso?

Él la miró con un destello de comprensión mutua.

– Sí. Connor lo veía todo. Vio que yo amo a Maggie, y que Fergal no sabe reír y llorar y ganársela. Y que mi madre no puede permitir que mi padre descanse en la tumba como la persona que era realmente. Y que el padre Tyndale piensa que Dios le ha abandonado, porque no es capaz de salvarnos en contra de nuestra voluntad. Y más cosas: me atrevería a decir que conocía a Kathleen y a Mary O'Donnell y a la pequeña Bridie, y a todos los demás.

No mencionó a Padraic Yorke, y ella tampoco. Recorrieron el resto del camino en un silencio amigable, o charlando sobre aquella tierra y sus peculiaridades, y de las viejas historias de los Flaherty y los Conneely.

* * *

Emily dejó a Brendan en el centro del pueblo, después devolvió a Jenny y el carro al padre Tyndale. Él no le preguntó lo que había averiguado, y ella no se lo dijo. Daniel, con su petate a cuestas, volvió andando a casa con ella. La miraba intrigado, pero no preguntó. Ella pensó que quizá ya lo había adivinado.

Esa tarde, cuando Maggie y Fergal ya se habían marchado y Daniel estaba leyendo en el estudio, finalmente se sentó a solas con Susannah. Parecía que había vuelto a recuperarse temporalmente, volvía a tener algo de color en la cara, pero la mirada ausente que había en sus ojos seguía allí, como si estuviera preparándose para marcharse. Pronto llegaría la Nochebuena, y ansiaba el regalo que Emily tenía para ella.

– Hugo sabía la verdad -dijo Emily con afecto, posando la mano en los dedos escuálidos de Susannah, apoyados en el cubrecama. Estaban en el piso de arriba, donde Daniel no podía oírlas-, posiblemente mejor de lo que nosotros sabremos nunca. No la dijo porque no se dio cuenta de que el miedo envenenaría el propio pueblo y le devoraría el alma. Yo creo que si lo hubiera entendido, se lo habría contado al padre Tyndale, y habría dejado que él se ocupara de que se hiciera justicia.

Susannah sonrió lentamente y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– ¿Se lo has contado al padre Tyndale?

– No. Te lo contaré a ti y tú decidirás lo que consideres mejor, lo que creas que Hugo habría hecho si estuviera aquí -contestó Emily.

Entonces le dijo lo que había averiguado en Galway, y también añadió algunas de sus conclusiones sobre Brendan Flaherty.

– Yo tenía miedo de que hubiera sido Brendan -reconoció Susannah-. O Fergal. El creía que Maggie estaba enamorada de Connor.

– A mí me parece que ella estaba enamorada de las ideas de Connor, de su imaginación -dijo Emily.