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Susannah sonrió.

– Me parece que todos lo estábamos. Y le temíamos. Él también cantaba bien, ¿sabes?, incluso mejor que Seamus. Colleen Flaherty le odiaba por eso, y creo que él sabía también lo pendenciero que era Seamus. -Suspiró-. Pobre Padraic. ¿Pudo haber sido una pelea, o un accidente?

– No lo sé. Pero aunque lo fuera, Padraic dejó que eso envenenara el pueblo.

– Sí… lo sé -Permanecieron en silencio unos minutos-. El padre Tyndale ha venido a verme todos los días. Vendrá mañana y se lo contaré. Hugo lo habría hecho. -Curvó los dedos sobre los de Emily y apretó-. Gracias.

* * *

A la mañana siguiente, cuando llegó el padre Tyndale, Emily lo dejó con Susannah y se fue a pasear sola por la orilla, hacia el lugar donde Connor Riordan había muerto. La señal de piedra estaba más arriba, fuera del alcance del mar, pero ella deseaba detenerse donde él estuvo vivo, y decirle a su alma que la verdad se había aclarado. Algo que no tenía demasiada importancia, salvo para los vivos. Incluso Hugo Ross lo sabía sin que ella se lo dijera. Deseaba sentir que todo había concluido, sencillamente.

Las olas silbaban con fuerza contra la arena, y la erosionaban, la aspiraban de nuevo y la enterraban con evidente violencia. Emily se dio cuenta de que cualquier resbalón sería fatal. Nadie se pondría a andar junto al rompiente. Solo un sentimiento tan poderoso que aniquilara toda sensatez llevaría a alguien a ser tan imprudente. ¿Había sido una pelea?

Levantó la vista hacia la duna y las matas de hierba y vio a la señora Flaherty avanzando con grandes zancadas hacia ella, con la cabeza alta y moviendo los brazos con decisión. Emily siguió paseando. No quería hablar con Colleen Flaherty ahora, sobre todo si Brendan le había dicho que iba a marcharse del pueblo, quizá para siempre. Eso sería un alivio para Fergal e incluso para Maggie, con el tiempo.

Caminó hacia el lugar donde Connor Riordan había muerto. La arena que pisaba era más blanda. La última ola silbó con su lengua blanca, y llegó aproximadamente a un metro de donde estaba ella.

Colleen Flaherty estaba acercándose. Emily sintió un repentino espasmo de temor. Miró tierra adentro y vio que el linde de la duna era demasiado empinado para trepar allí. La única forma de regresar era deshaciendo sus pasos. Había llegado al final de la playa abierta. Vio la piedra que marcaba la tumba. Allí era donde Connor había muerto. El mar que subía cada vez más, esa ola que le humedeció los pies, era la misma resaca que le había arrastrado a él. Le enterró, lo asfixió y lo devolvió solo cuando ya le había arrebatado la vida, como si rectificara aquello que la tormenta no había completado. Ahora Emily estaba helada, temblaba y estaba empapada hasta las rodillas y las pesadas faldas la arrastraban hacia abajo, hacia la arena hambrienta.

Colleen Flaherty se detuvo frente a ella, con una expresión alegre por un triunfo amargo.

– Así es, inglesa. Aquí es donde murió, el joven que llegó del mar para perturbar nuestras vidas. Yo no sé quién le mató, pero no fue mi hijo. Debería usted haber dejado en paz ese asunto, sin entrometerse en algo que no le concierne. -Avanzó un paso más.

Emily se echó hacia atrás y la siguiente ola la atrapó y casi le hizo perder el equilibrio. Se tambaleó ostensiblemente, agitó los brazos y notó cómo la arena la aspiraba.

– Aquí el mar es peligroso -dijo la señora Flaherty-. Se ha ahogado mucha gente. No ha debido usted decirle a Brendan que se marchara. No es asunto suyo. Esta es su tierra y su linaje. Pertenece a este lugar.

Emily intentó despegar los pies y avanzar hacia ella.

– Ya es hora de que le deje marchar -dijo airada-. Le está asfixiando. Esto no es amor, es posesión. Él no es Seamus y no quiere serlo.

– ¡Usted no sabe lo que él quiere! -gritó la señora Flaherty y dio una zancada hacia ella.

Emily luchó desesperadamente y otra ola inundó e invadió la arena, agarrándola por encima de las rodillas, y la lanzó, empapada de agua helada, luchando por respirar. Eso debía de haberle pasado a Connor Riordan, como una repetición del naufragio.

Vio a Colleen Flaherty abatirse sobre ella; entonces sintió que sus brazos la agarraban y apenas le quedaban fuerzas para luchar. Otra ola las cubrió a ambas y la dejó sin aliento. Entonces, de pronto, Emily estaba libre y Padraic Yorke la estaba levantando. La señora Flaherty estaba a unos metros de distancia. Emily aspiró con dificultad. Estaba tan aterida que tenía todo el cuerpo entumecido.

Llegó otra ola y Padraic Yorke la arrastró más hacia la playa. Ella dio un paso más. Allí había más gente, pero estaba demasiado maltrecha para saber quiénes eran. Sentía un dolor insoportable en el pecho. Alguien la sujetó. Llegó otra ola, pero esta vez no la atrapó. Estaba mareada, trastabilló y entonces se sumió en la oscuridad.

* * *

Despertó en su propia cama en la casa de Susannah. Aún le costaba respirar y estaba muerta de frío.

– No pasa nada -le dijo el padre Tyndale con cariño-. Ya ha terminado todo. Está a salvo.

Ella parpadeó.

– ¿Terminado?

– Sí. Colleen se avergonzará el resto de su vida, creo. Y Padraic Yorke pagó su culpa, que en paz descanse. -Se persignó.

Ella se le quedó mirando y poco a poco comprendió.

– ¿Está vivo?

– No -dijo él en voz baja-. Dio su vida para salvarla a usted. Era lo que quería hacer.

Ella notó el escozor de las lágrimas en los ojos, pero no discutió.

– Gracias, señora Ridley -susurró él, acariciándole la mano-. Usted ha puesto punto final a un dolor que arrastrábamos hace tiempo. Quizá nos ha dado una segunda oportunidad, en cierto sentido. Esta vez no rechazaremos a un forastero que nos traiga una verdad sobre nosotros mismos que tal vez prefiramos no saber.

Ella meneó la cabeza.

– No fui yo, padre, fueron las circunstancias que trajeron a Daniel al pueblo, y nos dieron la oportunidad de enfrentarnos a nosotros mismos, a todos incluida yo, y hacerlo mejor esta vez. Puede que la Navidad sea eso, otra oportunidad. Pero si usted no le cuenta a todo el mundo quién mató a Connor Riordan y por qué, no servirá de nada.

Él tenía la angustia impresa en la cara.

– ¿No podemos dejar que Padraic muera con sus secretos? El pobre hombre ya ha pagado. Pudo haber sido un accidente. Connor no era Daniel, ¿sabe? Tenía una lengua cruel a veces. Puede que fuera la crueldad ciega de la juventud, pero duele. Las palabras hieren igual.

– No, padre, si no saben quién le mató, no olvidarán sus sospechas, y dese cuenta de que el daño lo causaron las mentiras. Nadie necesita saber cuál era el secreto de Padraic Yorke, pero nosotros debemos saber los nuestros.

– Quizá sí -admitió él de mala gana-. Puede que si yo hubiera sido sincero conmigo mismo, nos habríamos ahorrado todos estos años de amargura. Yo quería evitar el dolor, pero lo que hice fue incrementarlo. Hugo también tuvo parte en esta deuda. Debo agradecer a Susannah que la haya pagado.

* * *

La víspera de Navidad, cuando las campanas de la iglesia sonaron a medianoche, Emily y Susannah estaban sentadas junto al fuego oyendo el viento en los aleros. Daniel había asistido a la ceremonia, y se habían quedado solas en casa.

Susannah sonrió.

– Me alegro de oírlas -dijo con dulzura-. No sabía si podría. Mañana será un buen día. Gracias, Emily.

Anne Perry

***