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Barbara apartó la vista en dirección a la casa. No sabía muy bien qué decir. Quería decirle que había esperado días y noches el momento en que él diría que comprendía y aprobaba su comportamiento en Essex, pero ahora que el momento había llegado por fin, descubrió que era incapaz de pronunciar las palabras.

– Gracias, inspector -murmuró-. Gracias. -Tragó saliva.

– ¡Barbara! ¡Barbara! -El grito llegó desde la zona embaldosada delante del piso de la planta baja. Hadiyyah estaba sobre el banco de madera que había delante de las puertaventanas del piso en que vivían con su padre-. ¡Mira, Barbara! -graznó, y bailó una jiga-. ¡Tengo zapatos nuevos! Papá ha dicho que no debía esperar hasta el día de Guy Fawkes. ¡Mira! ¡Mira! ¡Tengo zapatos nuevos!

Barbara bajó la ventanilla.

– Estupendo -gritó-. Estás preciosa, nena.

La niña giró y rió.

– ¿Quién es? -preguntó Lynley.

– La niña en cuestión -contestó Barbara-. Veámonos, inspector. O llegaremos tarde al trabajo.

AGRADECIMIENTOS

Quienes conozcan Derbyshire y el distrito de los Picos darán fe de que Calder Moor no existe. Pido perdón por las libertades que me he tomado al adaptar el paisaje a las necesidades de mi historia.

Dedico mi más sincera gratitud a las personas que me ayudaron en Inglaterra durante mis investigaciones para escribir esta novela. Sin ellas no habría podido llevar a cabo el proyecto. En el norte, doy las gracias al inspector David Barlow, de Ripley, y a Paul Rennie, de los Servicios de Actividades al Aire Libre de Disley, por informarme sobre Rescate de Montaña; a Clare Lowery, del laboratorio forense de la policía científica de Birmingham, por un curso acelerado sobre botánica forense; a Russell Jackson, de Haddon Hall, por permitirme contemplar las interioridades de una joya arquitectónica del siglo xiv. En el sur, doy las gracias al inspector jefe Pip Lane, de Cambridge, por su colaboración a la hora de enriquecer mis conocimientos sobre todos los aspectos de la policía, desde el Servicio de Información sobre Denuncias Criminales hasta las órdenes judiciales de registro; a James Mott, en Londres, por la información sobre la facultad de derecho de Londres; a Tim y Pauline East, de Kent, por información y demostraciones sobre el tiro con arco moderno; a Tom Foy, de Kent, por su lección sobre la fabricación de flechas y su aguda comprensión del crimen relatado en la novela; y a Bettina Jamani, de Londres, por las habilidades detectivescas más extraordinarias que he tenido ocasión de conocer. También quisiera dar las gracias a mi editor de Hodder & Stoughton, Sue Fletcher, por el entusiasmo con que abrazó un proyecto ambientado en su patio trasero, y por prestarme a Bettina Jamani siempre que la necesitaba. Deseo extender mi gratitud a Stephanie Cabot, de la agencia William Morris, por haberse pateado las sex shops del Soho conmigo.

En Francia, me siento en deuda con mi traductora al francés, Marie-Claude Ferrer, no solo por la información adicional que me proporcionó sobre sadomasoquismo, sino por haberme puesto en contacto con una dominatrix, Claudia, que accedió a hablar conmigo.

En Estados Unidos, doy las gracias al doctor Tom Ruben por la información médica que siempre me facilita; a mi editora de Bantam desde hace mucho tiempo, Kate Miciak, no solo por arrojar el guante del desafío con tres sencillas y enloquecedoras palabras, «Veo dos cuerpos», sino también por su buena disposición a hablar durante interminables sesiones para confeccionar el argumento, mientras llevaba esos dos cuerpos a la página escrita; a mi maravillosa ayudante Dannielle Azoulay, sin cuyos innumerables servicios no podría haber pasado las horas que necesitaba ante un ordenador; y a mis estudiantes del taller de escritura, por mantenerme incisiva y honesta en mi abordaje del trabajo.

Por último, deseo extender mi gratitud a Robert Gottlieb, Marcy Posner y Stephanie Cabot, de la William Morris Agency, extraordinaires agentes literarios.

Elizabeth George

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