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– ¿Un hombre y dos mujeres? -preguntó por cuarta vez Price.

– No lo sé, no lo sé. ¿Qué más da? -se obstinó Nan-. Puede ser la misma mujer que llamara dos veces. ¿Qué más da? ¿Qué tiene que ver eso con Nicola?

– Pero ¿sólo un hombre? -dijo el agente.

– Santo cielo, ¿cuántas veces he de…?

– Un hombre -interrumpió Andy.

Nan apretó los labios con irritación. Sus ojos taladraron a Price.

– Un hombre -repitió.

– ¿No fue usted quien telefoneó? -preguntó a Julian.

– Conozco la voz de Julian -dijo Nan-. No fue Julian.

– Pero usted mantenía relaciones con esa joven, señor Britton, ¿no es así?

– Estaban prometidos -dijo Nan.

– No exactamente -se apresuró a clarificar Julian, y maldijo en silencio cuando un sudor acusador se elevó de su cuello hasta sus mejillas.

– ¿Discutieron, tal vez? -preguntó Price con voz artera-. ¿Otro hombre se interponía entre ustedes?

Joder, pensó Julian, malhumorado. ¿Por qué todo el mundo suponía que se habían peleado? No habían intercambiado palabras fuertes. De hecho no habían tenido tiempo.

No se habían peleado, informó Julian con estoicismo, y no sabía nada acerca de otro hombre. Absolutamente nada, recalcó.

– Tenían una cita para hablar de sus planes de boda -dijo Nan.

– Bien, en realidad…

– ¿Conoce a alguna mujer que dejaría pasar semejante oportunidad?

– ¿Y están seguros de que su intención era volver esta noche? -preguntó Price a Andy. Repasó un momento sus notas y continuó-. Su equipamiento sugiere que tal vez previese una estancia más larga.

– No había pensado en eso hasta que Julian apareció para llevarla a Sheffield -admitió Andy.

– Ah. -El agente miró a Julian con más suspicacia de la que Julian consideraba pertinente. Luego cerró su libreta. Un chorro de cháchara incomprensible brotó del receptor de radio que colgaba de su hombro. Bajó el volumen. Guardó la libreta en el bolsillo-. Bien. Ya se fugó de casa una vez, y espero que esto sea parecido. Esperaremos hasta…

– ¿De qué está hablando? -interrumpió Nan-. No estamos denunciando la fuga de una adolescente. Tiene veinticinco años, por el amor de Dios. Es una adulta responsable. Tiene un empleo, un novio, una familia. No se ha fugado. Ha desaparecido.

– De momento, tal vez -admitió el agente-, pero como ya se dio el piro una vez, lo cual consta en nuestros archivos, señora, no emprenderemos su búsqueda hasta estar seguros de que no se trata de una nueva fuga.

– Tenía diecisiete años la última vez que se fugó -replicó Nan-. Acabábamos de llegar de Londres. Se sentía sola y desdichada. Concentramos todos nuestros esfuerzos en poner a punto el hotel y no le prestamos la atención que necesitaba. Solo necesitaba un poco de guía para…

– Nancy.

Andy apoyó una mano con suavidad en su nuca.

– ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!

– No hay otro remedio -dijo el agente, implacable-. Hemos de seguir nuestros procedimientos. Haré mi informe, y si mañana a esta hora no ha aparecido, enfocaremos el problema desde otra perspectiva.

Nan giró en redondo hacia su marido.

– Haz algo. Telefonea a Rescate de Montaña.

Julian intervino.

– Nan, Rescate de Montaña no puede iniciar una búsqueda hasta hacerse una idea…

Señaló hacia las ventanas y confió en que la mujer llenara los puntos suspensivos. Como miembro de Rescate de Montaña, había participado en docenas de casos, pero los rescatadores siempre tenían una idea de por dónde empezar la búsqueda. Como Julian y los padres de Nicola ignoraban el punto de partida de Nicola, la única posibilidad era esperar a que amaneciera, cuando la policía pudiera solicitar un helicóptero.

Debido a la hora y la falta de información, Julian sabía que la única diligencia posible que habría podido derivarse de su encuentro con Price habría sido una llamada de éste a la organización de rescate más cercana para pedir que reunieran voluntarios al amanecer, pero estaba claro que no habían logrado impresionar al agente. Si hubiera experimentado alguna preocupación, se habría puesto en contacto con sus superiores y solicitado la intervención de Rescate de Montaña. Como no lo había hecho, estaban atados de pies y manos. Rescate de Montaña solo respondía ante la policía. Y la policía, al menos de momento, y en la persona del agente Price, tampoco respondía.

Hablar con aquel hombre era perder el tiempo. Julian leyó en la expresión de Andy que había llegado a la misma conclusión.

– Gracias por venir, agente -dijo, y continuó antes de que su mujer protestara-: Le telefonearemos mañana por la noche si Nicola no ha aparecido.

– ¡Andy!

Rodeó su espalda con el brazo y ella se apretó contra su pecho. No habló hasta que el agente salió por la puerta de la cocina, subió al coche y encendió el motor y los faros delanteros. Y entonces habló a Julian, no a Nan.

– Le gusta ir de acampada al Pico Blanco, Julian. Hay planos en recepción. ¿Quieres ir a buscarlos, por favor? Cada uno querrá saber dónde está buscando el otro.

2

Julian regresó a Maiden Hall poco después de las siete de la mañana siguiente. Si no había explorado todos los lugares posibles desde Consall Wood hasta Alport Height, se sentía como si lo hubiera hecho. Con la linterna en una mano y el altavoz en la otra, había recorrido el sendero boscoso que partía de Wettonmill y ascendía hasta Thor's Cave. Había explorado la orilla del río Manifold, iluminado con su linterna la pendiente de Thorpe Cloud y seguido el río Dove hasta el antiguo caserón medieval de Norbury. En el pueblo de Alton había caminado un buen tramo por la Vía de Staffordshire. Había recorrido en coche todas las pistas de un solo carril que tanto gustaban a Nicola, al menos todas las que pudo. Y se había detenido de vez en cuando para gritar su nombre por el megáfono. Había hecho notar su presencia a propósito en cada población, y despertado ovejas, granjeros y excursionistas durante sus ocho horas de búsqueda. En el fondo, creía que no existía la menor posibilidad de encontrarla, pero al menos estaba haciendo algo, en lugar de esperar en casa al lado del teléfono. Al final, se sintió vacío y angustiado.

Y también hambriento. Habría podido devorar una pierna de cordero, si alguien se la hubiera ofrecido. Era raro, pensó. La noche anterior, presa de los nervios y la impaciencia, apenas había sido capaz de tocar su cena. De hecho, Samantha no había encajado muy bien su inapetencia. Se había tomado su falta de apetito como algo personal, y mientras el padre de Julian comentaba con sorna que un hombre también ha de ocuparse de otros apetitos, Sam, y nuestro Julie va a resolverlo esta noche con quien todos sabemos, Samantha había apretado los labios y despejado la mesa.

Ahora podría hacer justicia a uno de sus abundantes desayunos, pensó Julian, pero tal como estaban las cosas… Bien, no le parecía apropiado pensar en comida, y mucho menos pedirla, pese a que los huéspedes de Maiden Hall se pondrían a devorar de todo dentro de media hora, desde cereales a salmón ahumado.

No tendría que haberse preocupado por la corrección de desear comida en tales circunstancias. Cuando entró en la cocina de Maiden Hall, vio una bandeja intocada de huevos revueltos, champiñones y salchichas al lado de Nan Maiden. Ella se la ofreció.

– Quieren que coma, pero no puedo. Haz los honores, por favor. Espero que tengas apetito.