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– ¡Alba! ¡Querido Alba! ¿No ha venido Cayetana?

– Ha tenido un disgusto de muerte con uno de nuestros perros y le he dicho: Cayetana, tú disgustada eres una bomba de relojería dinástica. Un enfado tuyo puede cargarse al Gobierno y, por supuesto, el premio. No vengas. ¡Se lo he prohibido!

Reía el duque solazado por su capacidad de prohibirle algo a la duquesa y reía el académico por la mucha gracia que le hacía todo lo que dijera Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, duque de Alba consorte.

– ¿No cenas, Mudarrito?

– Calla… calla…, estoy muerto de hambre pero me ha tocado una mesa de infarto y sólo faltaba que me sirvieran champán fenicio catalán. ¡Qué compañeros! El premio Nobel realmente existente, el posmarxista de Sánchez Bolín, un pescador de calamares completamente borracho y una tía siniestra, traductora de Sir Orfeo.

– ¡Mona!

– ¿Tú también trivolizando a base de epítetos?

– Mona d'Ormesson de los Fresnos de Ruiseñada. ¿No caes? Es la prima de la condesa de los Cantos, la amante de Paco Umbral y de Unión de Explosivos de Riotinto.

– ¿Esa excéntrica es una D'Ormesson?

– Hija del mismísimo Pocholo d'Ormesson.

– ¿Y por qué le ha dado por la materia órfica?

– Porque se separó del marido y ahora va por los infiernos detrás de ese escritor del que se dice que es el mejor escritor inglés en lengua española.

– ¿Javierito Marías?

– Frío, frío, querido. Además, se dice el pecado pero no el pecador. En cuanto al ex joven Sagazarraz, el pescador de calamares como tú le llamas, no lo descuides. Su padre tiene una de las fundaciones culturales más interesantes de España.

– ¿El padre de ese piripi?

– La Fundación Saudade.

– ¿La Saudade de ese borracho?

– La saudade, querido, invita a beber.

Rió el duque su propia gracia, pero sus ojos móviles no perdían los saludos que le llegaban desde otras mesas a los que correspondía con un alzamiento de copa, ceja o nariz de mayor a menor aceptación del homenaje recibido. Le había dedicado una ceja a un ex joven que reconocía pero no lo suficiente como para asociar su cara con su apellido.

– Oye, Mudarrito, ¿aquél no es Sagalés?

– ¿Catalán?

El mohín de asco del sillón W bis de la Real Academia de la Lengua constituía su declaración de principios étnicos.

– Pero qué te pregunto a ti, si te has quedado en el Arcipreste.

– En el Arcipreste y en Valle Inclán. De ellos abajo, ninguno.

El duque borró de un manotazo lo dicho por el académico y fue suficiente el ademán para cerrar la audiencia.

– Nos vemos en la Academia, Mudarrito.

Se volvió Alba hacia sus compañeros de mesa.

– ¿De qué hablaba?

– De los marqueses de San Simón.

– No. De un tal Lucas -insistió Beba Leclerq.

– Continuaré por Lucas, como tú dices, y luego seguiré con el majadero de Hermosilla, el marqués de San Simón. Venía a cuento Lukács a propósito del problema del conocimiento y la distinción entre el conocimiento filosófico y el literario. ¿Cierto? Yo estoy con Lukács, no siempre, pero esta noche sí, en que el espíritu confisca aquello que no se le asemeja, asemejándolo para poseerlo.

Sagalés se había sentido insuficientemente reconocido por Alba. Siempre se sentía insuficientemente reconocido, mucho peor que serlo poco o nada. Los camareros preparaban el desfile ocupacional previo al segundo plato.

– Ni una votación todavía -se quejó la esposa del fabricante de sanitarios Puig.

– Supongo que respetarán un cierto ritual antes de dar el fallo.

– Seguro. Pero me han dicho que en ésta, como en todas las demás actividades, Lázaro Conesal es una apisonadora. Ganará el premio quien él elija.

– ¿Tiene buen gusto literario?

Sagalés tenía sed de vino tinto, y lo reclamó a un camarero pasando por encima de la mirada irónica de su mujer. Apuró la copa en cuanto se la llenaron y le arrancó una vibración con un golpe de dedo para que el camarero volviera a llenarla.

– En España los premios siempre se fallan contra alguien. Siempre hay que preguntarse no a quién se lo han dado, sino a quién han conseguido quitárselo. En cuanto al gusto de Conesal, sí, tiene buen gusto literario, sí. Redacta los mejores balances de gestión de todas las sociedades anónimas de España.

– ¿Su padre tiene buen gusto literario?

Alvarito Conesal se inclinó hacia la señora ministra y compuso una sonrisa enigmática.

– Tiene las colecciones completas de La Pleiade, Bompiani, Aguilar.

La ministra se reía.

– Pues ya tiene mérito, porque yo he querido tener las de Aguilar y no las he conseguido.

– Mi padre se las enviará al ministerio.

Alvarito se apuntó el pedido en el puño de la camisa con un rotulador Ferrari.

– No sé si aceptarlo. Los del diario Mundo lo considerarían prevaricación o una muestra más de mi escaso continente y contenido ministerial. Por cierto. He observado que este hotel se llama Venice y dudo que sea un error del rotulador. ¿De dónde viene el nombre?

– De Jim Morrison. Es un homenaje a Jim Morrison.

– El hotel es de su padre. ¿A su padre le gusta Jim Morrison?

– Mi padre tiene unas reservas culturales imprevistas. Conseguí aficionarle a Jim Morrison y en los últimos viajes a París siempre va a ver su tumba en el cementerio del Père Lachaise. El avión particular de mi padre se llama Père Lachaise. Otro homenaje a Morrison. Tenemos toda la discografía de Morrison.

– Me encanta Morrison. E incluso recuerdo ahora la canción en la que se menciona Venice.

La señora ministra canturreó acercando sus labios absolutos a la oreja de Alvaro Conesal.

Blood in the streets runs a river of sadness. Blood in the streets, it's up to my thigh. The river runs down the legs ofthe city. The women are crying red rivers ofweeping.
She carne in town anthen she drove away. Sunlight in the hair.
Indians scattered on dawn's highway bleeding. Ghosts crowd the young child's fragüe eggshell mind. Blood in the streets of the city of New Heaven.
Blood sains the roofs and the palm trees of Venice. Blood in my love in the terrible sommer. Blood red sun ofPhantastic Los Angeles. [1]

Con una oreja colapsada por la ministra de Cultura, la otra atendía la conversación que sostenía Joaquín Leguina con su madre. Reservón pero tierno, con aquella dama de un moreno violeta, alta y alargada incluso en las ojeras ojivales, el presidente en funciones del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid pasaba por alto la voluntad de la dama de cantársela a los luceros del alba desde el supuesto de que no tenía pelos en la lengua.

– Yo no tengo pelos en la lengua.

– Pues hace usted muy bien.

– Y aunque mi marido me esconda para que no diga lo que pienso, yo digo lo que pienso.

– Siempre hay que decir lo que se piensa.

– Yo a ustedes no les voto. Yo, si votara a las izquierdas, votaría a las de verdad. A los comunistas. Y eso que me parecen también unos reformistas y Anguita un santurrón. Yo pienso…

– Señora, tengo una gran amistad con los comunistas y en mis años mozos les rebasaba por la izquierda. Cuando ellos eran unos revisionistas esclavizados por la coexistencia pacífica y la guerra fría, yo quería irme a las montañas a hacer la revolución.

– Pues no haberse privado. Todo para acabar de socialdemócrata descafeinado y además para perder. Un socialista del peso gallo nutrido por las sobras intelectuales del reaccionarismo neoliberal inglés, con el imbécil de Popper a la cabeza. Yo a usted no le he votado para las elecciones autonómicas, pero tampoco a ese chico de la derecha, Ruiz Gallardón, ese que tiene pinta de jugador de polo miope. Yo voy así de clara por la vida. No tengo pelos en la lengua.

– Mamá.

Alvarito parecía asaltado por una necesidad urgente de comunicarse con su madre y dejó una sonrisa como un soplo para disculparse por la intromisión.

– Mamá.

– No me gastes la filiación, Alvarito, que ya te he oído.

– He pensado que podrías explicarle al señor Leguina ese proyecto que tienes de un concurso de mantones de Manila a beneficio de los niños de Ruanda.

– Ahora sí que le atraco, Leguina. Mi hijo tiene razón. ¿Qué sabe usted de los mantones de Manila? Ante todo voy a identificarme porque no me gusta que se me conozca como la señora Conesal. Mi nombre es Milagros Jiménez Fresno.

Hormazábal, «el calvo de oro», consiguió dejar la cara en la mesa como si escuchara los alegatos de Alba en favor de una recuperación urgente, necesaria, sine qua non de Walter Benjamín y enviar el espíritu de excursión por el salón. Junto a su oreja sonaban los suspiros de ansiedad o de tedio de Regueiro Souza, a la espera de que le dieran entrada en el monólogo de Alba, de vez en cuando estimulado por Beba Leclerq, mientras el marido,

Pomares amp; Ferguson bostezaba como un Pomares y ponía cara de bienestar biológico social como un Ferguson. Regueiro Souza no sabía si poner cara de chatarrero rico o de rico propietario de avionetas de alquiler y optó por ponerla de rico por encima de las veleidades intelectuales de un duque consorte y de una mal casada. Hormazábal se sacó un teléfono del bolsillo y hasta el duque de Alba enmudeció, cerniéndose un cerco de silencio en torno del financiero. No quería llamar a nadie, simplemente tocar algo que le comunicara con la realidad y de todas las miradas expectantes o irónicas que le rodeaban escogió la de Alba como interlocutor.

– No pienso arruinar a nadie esta noche.

– Es que tu teléfono tiene una fama…

– Quería simplemente hacer algo con las manos. Tú has escogido la palabra escrita o gaseosa para hacerte el dueño del mundo. Yo necesito una herramienta.

– Eres el trabajador manual del capitalismo especulativo.

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[1] Sangre en las calles, corre un río de tristeza. / Sangre en las calles, me llega hasta el muslo. / El río desciende por las piernas de la ciudad. / Las mujeres lloran ríos rojos de lágrimas. / Ella llegó a la ciudad y después se fue. / La luz del sol en su pelo. / Indios esparcidos por la autopista del amanecer sangrando. / Espíritus atestan la frágil mente de cáscaras de huevo de un niño. / Sangre en las calles de la ciudad de New Heaven. / Sangre tiñe los tejados y las palmeras de Venice. / Sangre en mi amor en el terrible verano. / Rojo sol sangriento de la Fantástica Los Ángeles.