Выбрать главу

acercó a mí y, muy serenamente, me dijo que, si el niño seguía con ellos, su vida correría peligro. Me pidió que me hiciese cargo de él y lo criase como haría con mi propio hijo, como al hijo que, si el destino hubiera tomado otro camino, hubiera podido ser el nuestro. Fleischmann no se atrevió a entrar en la casa. Acepté lo que me pedía Eva Gray y pude ver en sus ojos cómo renunciaba a lo único que había dado sentido a su vida. Al día siguiente me llevé al niño conmigo. No volví a ver los Fleischmann.

Víctor Kray hizo una larga pausa. Max tuvo la impresión de que el anciano trataba de contener las lágrimas, pero Víctor Kray ocultaba su rostro entre sus manos blancas y envejecidas.

- Supe un año después que él había muerto, víctima de una extraña infección que contrajo a través de la mordedura de un perro salvaje. Y aun ahora, no sé si Eva Gray vive todavía en algún lugar del país.

Max examinó el semblante abatido del anciano y supuso que le había juzgado erróneamente, aunque hubiera preferido confirmarle como un villano y no tener que enfrentarse a lo que sus palabras ponían en evidencia.

- Usted inventó la historia de los padres de Roland, incluso inventó su nombre… -concluyó Max.

Kray asintió, admitiendo ante un muchacho de trece años al que apenas había visto un par de veces el mayor secreto de su vida.

- Entonces, ¿Roland no sabe quién es en realidad? -preguntó Max.

El anciano negó repetidamente y Max advirtió que finalmente había lágrimas de rabia en sus ojos, castigados por demasiados años vigilando en lo alto del faro.

- ¿Quién está enterrado entonces en la tumba de Jacob Fleischmann en el cementerio? -preguntó Max.

- Nadie -respondió el anciano -. Nunca se construyó esa tumba ni se ofició un funeral. La tumba que viste el otro día apareció en el cementerio local a la semana siguiente de la tormenta. Las gentes del pueblo creen que Fleischmann la mandó construir para su hijo.

- No lo entiendo -replicó Max -. Si no fue Fleischmann, ¿quién la construyó y para qué?

Víctor Kray sonrió amargamente al muchacho.

- Caín -respondió finalmente -. Caín la colocó allí y la ha estado reservando desde entonces para Jacob.

- Dios mío -murmuró Max, comprendiendo que tal vez había desperdiciado un tiempo precioso al obligar al anciano a confesar toda la verdad -. Hay que sacar a Roland de la cabaña ahora mismo…

El envite de las olas que rompían en la playa despertó a Alicia. Ya había caído la noche y, a juzgar por el intenso repiqueteo del agua sobre el tejado de la cabaña, una fuerte tormenta se había desencadenado sobre la bahía mientras dormían. Alicia se incorporó, aturdida todavía, y comprobó que Roland seguía tendido en el catre, murmurando palabras ininteligibles en su sueño. Max no estaba allí y Alicia supuso que su hermano estaría afuera, contemplando la lluvia sobre el mar; a Max le fascinaba la lluvia. Se dirigió hasta la puerta y la abrió, echando un vistazo a la playa.

Una densa niebla azulada reptaba desde el mar hacia la cabaña como un espectro acechante y Alicia pudo percibir docenas de voces que parecían susurrar desde su interior. Cerró la puerta con fuerza y se apoyó contra ella, decidida a no dejarse llevar por el pánico. Roland, sobresaltado por el ruido del portazo, abrió los ojos y se incorporó trabajosamente, sin comprender muy bien cómo había llegado hasta allí.

- ¿Qué está pasando? -consiguió murmurar Roland.

Alicia despegó los labios para contestar, pero algo la detuvo. Roland contempló estupefacto cómo una densa niebla se filtraba por todas las junturas de la cabaña y envolvía a Alicia. La muchacha gritó y la puerta sobre la que había estado apoyada salió despedida hacia el exterior, arrancada de los goznes por una fuerza invisible. Roland saltó del catre y corrió hacia Alicia, que se alejaba en dirección al mar envuelta en aquella garra formada por la niebla vaporosa. Una figura se interpuso en su camino y Roland reconoció al espectro de agua que le había arrastrado a las profundidades. El rostro lobuno del payaso se iluminó.

- Hola, Jacob -susurró la voz tras los labios gelatinosos -. Ahora sí que vamos a divertirnos.

Roland golpeó la forma acuosa y la silueta de Caín se desintegró en el aire, dejando caer en el vacío litros y litros de agua. Roland se precipitó al exterior y recibió el golpe de la tormenta. Una gran cúpula de espesas nubes purpúreas se había formado sobre la bahía. Desde su cima, un rayo cegador cayó sobre uno de los picos del acantilado y pulverizó toneladas de roca, esparciendo una lluvia de briznas incandescentes sobre la playa.

Alicia gritó, luchando por zafarse del abrazo letal que la aprisionaba y Roland corrió sobre las piedras hasta la orilla. Intentó alcanzar su mano hasta que una fuerte sacudida del mar le derribó. Cuando se puso en pie de nuevo, toda la bahía temblaba bajo sus pies y Roland escuchó un enorme rugido que pareció ascender desde las profundidades. El muchacho retrocedió unos pasos, luchando por mantener el equilibrio y pudo ver que una gigantesca forma luminosa ascendía desde el fondo del mar hacia la superficie, levantando olas de varios metros en todas direcciones. En el centro de la bahía, Roland reconoció la silueta de un mástil emergiendo de entre las aguas. Lentamente, ante sus ojos incrédulos, el casco del Orpheus salió a flote, envuelto en un halo espectral.

Sobre el puente, Caín, envuelto en su capa, alzó un bastón plateado al cielo y un nuevo rayo cayó sobre él, prendiendo de luz resplandeciente todo el casco del Orpheus. El eco de la cruel carcajada del mago inundó la bahía mientras la garra fantasmal soltaba a Alicia a sus pies.

- Es a ti a quien quiero, Jacob -susurró la voz de Caín en la mente de Roland -. Si no quieres que ella muera, ven a buscarla…

Capítulo dieciséis

Max pedaleaba bajo la lluvia cuando el resplandor del rayo le sobresaltó y reveló la visión del Orpheus, resurgido de las profundidades e impregnado de una luminosidad hipnótica que emanaba del propio metal. El viejo buque de Caín navegaba de nuevo sobre las aguas enfurecidas de la bahía. Max pedaleó hasta perder el aliento, temiendo que, cuando llegara a la cabaña, ya fuera demasiado tarde. Había dejado atrás al viejo farero, que no podía ni mucho menos igualar su ritmo. Al llegar al borde de la playa, Max saltó de la bicicleta y corrió hacia la cabaña de Roland. Descubrió que la puerta había sido arrancada de cuajo y localizó la silueta paralizada de su amigo en la orilla, mirando hechizado el buque fantasma que surcaba el oleaje. Max dio gracias al cielo y corrió a abrazarle.

- ¿Estás bien? -gritó contra el viento que azotaba la playa.

Roland le devolvió una mirada de pánico, como la de un animal herido e incapaz de escapar de su depredador. Max vio en él aquel rostro infantil que había sostenido la cámara frente al espejo y sintió un escalofrío.

- Tiene a Alicia -dijo Roland finalmente.

Max sabía que su amigo no comprendía lo que estaba sucediendo realmente e intuyó que intentar explicárselo sólo complicaría la situación.

- Pase lo que pase -dijo Max -, aléjate de él. ¿Me has oído? Aléjate de Caín.

Roland ignoró sus palabras y se adentró en el agua hasta que el oleaje le cubrió la cintura. Max fue tras él y le retuvo, pero Roland, más fuerte que su amigo, se zafó fácilmente de él y le empujó con fuerza antes de lanzarse a nadar.