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– ¡Una idea terrorífica! -Kessler consideró un deber hacer esta observación.

– En cualquier caso rebusqué en el archivo secreto del Vaticano mucho más de lo que habría exigido propiamente mi trabajo y en esto me topé con este documento. -Losinski golpeaba con el índice la fotografía que tenía Kessler en la mano.

– ¿Con este relieve?

– Por la Santísima Trinidad, sí. Me pregunté lo mismo que se pregunta usted ahora, hermano en Cristo, y, dicho para su consuelo, tampoco encontré ninguna respuesta. Entonces yo aún no sabía que este relieve procedía del arco de triunfo de Tito. Sólo encontré muy extraño que esta representación fuese clasificada de «alto secreto» por la Iglesia y se guardase detrás de puertas de hierro blindadas, que sólo pueden ser franqueadas por algunos escogidos. Oficialmente yo no debía haber visto siquiera el relieve, pues antes de iniciar mis investigaciones hube de jurar que en el departamento cerrado sólo me ocuparía de los asuntos que me habían encargado. Pero en un momento de descuido, de los dos que hubo durante mis dos meses de trabajo, fotografié la piedra.

Kessler agitó la foto:

– ¿Y esto es el retrato?

Al confirmarlo Losinski, Kessler sostuvo la fotografía directamente ante sus ojos como si pudiera de este modo descifrar el misterio. Luego preguntó:

– ¿Cómo diablos llegó este relieve al archivo secreto del Vaticano? Pero sobre todo… ¿por qué?

Losinski sonrió satisfecho de su sapiencia:

– A su primera pregunta: ha caído en el olvido que en la Edad Media el foro estaba enterrado bajo varios metros de escombros y por encima pastaban las vacas. Otras ruinas servían de fundamento o de muros de fortificaciones. Lo mismo el arco de Tito. Estaba incluido en la fortificación de Frangipania y durante años no se podían ver los relieves de su parte exterior. La fortaleza fue demolida, y cuando el papa Pío VII en 1822 expresó el deseo de restaurar el arco de Tito, entonces el restaurador Valadier descubrió en la parte externa esta representación de los legionarios romanos. Pío, quien, como sabemos, apreciaba nuestra orden, se mostró al principio muy satisfecho por este descubrimiento del siglo I, pero una mañana vino acompañado del cardenal secretario de Estado Bartolomeo Pacca y exigió del restaurador que el relieve fuera sacado inmediatamente y trasladado al Vaticano. Valadier replicó a Su Santidad que no era posible sin correr el riesgo de que se desplomase el arco de Tito. Entonces Pío ordenó desmontar piedra a piedra el arco de triunfo y volverlo a montar en el mismo lugar. En el lugar del relieve con los legionarios, Pío mandó colocar travertino para así dar la impresión de que el relieve había sido víctima de la corrosión del tiempo. Sin embargo desde aquella época el original se guarda en el archivo secreto del Vaticano. Ahora, a su segunda pregunta, hermano Kessler.

Sin quitar la vista de la fotografía, dijo Kessler:

– Esto suena fantástico. Tiene que haber un motivo para impedir que los cristianos devotos vean esta representación. Yo mismo sólo distingo soldados con su botín, con utensilios y animales, que se llevan a casa, no veo ninguna mujer desnuda ni ninguna blasfemia contra la Iglesia una, santa y católica. ¡Pero algo debió inquietar a Su Santidad! ¡Reviento si no me inicia inmediatamente en el secreto!

– La verdad no lo hará feliz -objetó Losinski-, ¡debo advertírselo!

– Es posible -replicó Kessler-, pero la ignorancia me pone enfermo. ¡Así que hable ya!

4

Los dos hombres se levantaron. A Losinski le resultaba más fácil hablar caminando. Sobre todo no debía temer oyentes indeseados y así anduvieron en dirección a la curia sobre lisos adoquines de la calle santa, y Losinski empezó a divagar preguntando a Kessler:

– Hermano, ¿recuerda un caso que publicaron los periódicos hace dos meses: un profesor desquiciado echó ácido en el Louvre sobre un cuadro de la Virgen de Leonardo?

– Sí, lo recuerdo vagamente -respondió Kessler-, otro lunático. Lo internaron en un manicomio, donde murió. Pobre loco.

– Eso cree. -Losinski se detuvo y observó inquisitivamente a Kessler.

Éste rióse con menosprecio y observó:

– ¡Seguro que no lo hizo por amor al arte!

– No -respondió Losinski-, pero tal vez por amor a la verdad. -Y a continuación añadió-: Tiene que guardar silencio. ¡Ni una palabra de lo que voy a decirle ahora! Es por su propio interés.

– ¡Doy mi palabra por Dios y por todos los santos! -El lugar cargado de historia, las columnas e imágenes con dos mil años de antigüedad, parecieron a Kessler el marco adecuado para una revelación importante.

Losinski había esperado esta reacción, pero no se dejó turbar y continuó:

– Hace casi dos milenios que existe un secreto en el que sólo unos pocos están iniciados. Se transmite de generación en generación con la condición de que nadie lo fije por escrito. Pues el primer guardián de este secreto pronunció las palabras: todo escrito proviene del diablo. Para que lo inexplicable no se pierda, se les permite a los conocedores del secreto poner en clave a su modo su terrible saber.

– Entiendo -interrumpió Kessler al coadjutor y su voz sonó excitada-. Leonardo da Vinci fue uno de los portadores del secreto y este profesor tiene que haber hallado algún indicio de ello.

– Sí, así debió ser. Pues el profesor echó el ácido directamente a una zona del cuadro, donde apareció algo que nadie podía imaginar: la Virgen de Leonardo llevaba un collar con ocho piedras preciosas diferentes. Cuando me enteré, comprendí en seguida de qué se trataba. Era el mismo descubrimiento que había hecho el cardenal secretario de Estado de Pío VII en el relieve del arco de Tito.

Kessler permaneció de pie asombrado. Saltaba inquieto de un pie a otro.

– Si no supiera que usted es una persona seria, hermano Losinski, creería que me está tomando el pelo.

Losinski miró con gravedad, asintió y continuó:

– Comprendo sus dudas, Kessler. Todo esto es difícil de asimilar, sobre todo teniendo noticia de un momento a otro. Yo mismo he trabajado durante años y me he enterado de la verdad a retazos, era como si compusiera un mosaico con piedrecitas distintas, de manera que poco a poco pude ver el conjunto de la imagen. Usted, hermano, se ve confrontado de golpe con el conjunto de la imagen.

– ¡Volvamos a Leonardo! -exigió Kessler febrilmente.

– El profesor alemán, que enseñaba en América literatura comparada, debió toparse a través de sus estudios literarios con una pista que le reforzó su noción de que Leonardo da Vinci estaba en el secreto y lo había cifrado en una de sus obras. En este caso un collar, en el que trabajó con precisión cada piedra, de modo que cualquier experto pudiera identificarla.

– ¿Y cuando hubo terminado su collar lo pintó por encima?

– Exacto. Cabe la sospecha de que dejara alguna indicación sobre este secreto, una pista con la que se topó el profesor en el curso de sus investigaciones y que ningún historiador del arte tomó en serio. Parece que no veía otra manera que ésta de demostrar su teoría.

Por mucho que le fascinara la explicación, Kessler seguía mostrándose escéptico ante Losinski:

– Ahora bien, supongamos que tenga usted razón y que Leonardo conocía de hecho un secreto universal, entonces surge naturalmente la pregunta: ¿por quién fue iniciado y a quién confiaba a su vez el secreto?

Losinski fijó la vista al suelo. Callaba y parecía ofendido por la pregunta. Este Kessler parecía no seguir con la debida seriedad sus palabras. Finalmente contestó:

– No lo sé, yo no lo sé. Tal vez lo saben otros. Hay grandes inteligencias en cuya obra existen indicaciones que nadie sabe interpretar. Antes de Leonardo está Dante, después de él están Shakespeare y Voltaire, sobre todo Voltaire, cuyo nombre, que se dio a sí mismo (él se llamaba Arouet), es un anagrama, como son anagramas ocultos el collar de Leonardo y la representación del arco de Tito. Las dos representaciones y el nombre de Voltaire tienen en común que están compuestos de ocho letras. Estoy seguro de que bajo el nombre de Voltaire se oculta una pista sobre su confidencia. He descompuesto el nombre en sus letras intentando formar con ellas palabras francesas, que, alineadas, den un sentido, me he pasado noches en ello… sin éxito.