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"Yo, ya, ni más cena, ni másna. Me acuesto y a hacer puñetas."

Y se metió tras dar un portazo, mientrasPlinio y don Lotario se alejaban sin poderse tener de la risa.

VIERNES

Plinio no durmió bien aquella noche, como solia ocurrirle siempre que tenía un caso penoso. Daba vueltas y más vueltas en la cama con la hechura de aquel muerto aspeándole en el magín… Lo veía propiamente con su nariz aguileña, boca sumida, el pelo blanco bajo el capuz del sudario y las manos cruzadas. "Son manos – se decía – de hombre que ha trabajado poco… Y hasta se adivinaba, en lo posible, aire de hombre bien visto… "Lo que le inquietaba de manera obsesiva era la creencia de que no había examinado con detenimiento las tablas del fondo del cajón, por si había en ellas alguna marca disimulada… "Pero allí están… No creo que las tire Matías."

Su mujer, despertada por el bulle bulle dePlinio, le dijo con voz dormilona:

– Duérmete, Manuel, que mañana será otro día, y podrás disfrutar con tu muerto todo lo que quieras.

Plinio se dio media vuelta y no respondió.

Ella siguió monologando:

– Así que tiene crimen es una azogue… Y si no lo tiene, no hay quien lo aguante de puro desabrimiento.

– Anda, déjame. Vete al barrio norte.

– ¿Pero qué dices?

– Na… Cosas mías.

"… ¿Cuántos días haría que trajeron el bulto? – seguía pensandoPlinio -. Lo del embalsamamiento quitaba posibilidad de cálculo afinado. Y el forense tampoco parecía muy ducho, y era natural, en estas lides. El dato más orientador lo dio Matías cuando dijo que el tabiquillo del nicho "era bastante reciente"… Me parece que ésta va a ser mucha obra para tan menguado operario… ¡Pero, coño! Ahora que no me oye nadie, yo he sacado ascuas muy grandes del fogón criminal para que ahora se me encoja la tripa tan de mañana."

Apenas cuajó el día, se despertó sobresaltado y, antes de recomponer las ideas, se tiró de la cama. Salió en calzoncillos al corral, sacó del pozo un cubo de agua y comenzó a chapotearse. Con el ruido, se despertó la mujer y apareció en camisón:

– No se te ocurrirá marcharte sin afeitar y sin lavarte con jabón, que hoy vas a estar todo el día entre gentes de corbata.

– Mujer, si esto es para quitarme las telarañas.

Se entró en el cuarto y a poco apareció rasurado, con el uniforme azul bien planchado y el cigarro en la boca. Mientras le echaba un vistazo a la higuera, la mujer le sacó una copa de Chinchón. Se la tomó de un trago y marchó a desayunarse a la buñolería de la Rocío.

Cerca de la calle del Mercado encontró a Murrio, el pregonero, que caminaba con ojos de sueño y el redoblante malísimamente ceñido.

– ¿Cuántas veces echaste el pregón? – le dijo a manera de saludo.

– Pos diez o veinte.

– ¿Diez o veinte?

– Pongamos quince. Y no padezca, que más gente va a ir a ese muerto que a la feria de Albacete. Ahora en el mercado voy a darle unas cuantas repeticiones.

– Está bien.

– Y hablando de todo un poco, señor Manuel, ¿me deja usted un cigarro?, que el estanco está todavíacerrao y voy con una basca de fumar que no me tengo.

Plinio le largó un "Celtas", que el pregonero encendió rápido y luego chupó con tanta ansia como si del "Celtas" saliese el mismísimo chorro de agua de la vida eterna. Todavía, antes de dar un paso, dio un par de chupadas tan enérgicas que Plinio, compadecido, le metió otro cigarro en el bolsillo y lo despidió con una palmada en la espalda, diciéndole:

– Anda Murrio, despabila, que tienes mucho cuento.

Murrio siguió camino con la lumbre en la boca, y antes de llegar a la esquina, para demostrar su eficacia, comenzó a batir el tambor.

Plinio se detuvo para escuchar el pregón que Murrio voceó así, con tono de salmodia:

"Se pone en conocimiento del público en general, que en la "Sala Depósito", sita en el Cementerio Católico de esta ciudad, se halla expuesto el cadáver de un hombre desconocido. Comoquiera que se desea su identificación, se ruega a cuantos lo deseen que comparezcan en el referido Depósito, por si alguno pudiera ayudar a la autoridad judicial con su información."

CuandoPlinio entró en la buñolería de la Rocío no había un solo cliente. La mujer, con sus manguitos blancos, muy repeinada, y los labios bien pintados, se entretenía en ordenar las roscas sobre el mármol del mostrador.

– Venga,Manué de mi arma y desayune presto, que voy a serrá en seguidita, porque tengo que ir corriendo a ver ese muerto tan precioso que tenéis ustedes en el escaparate… ¡vamo!, digo. Ya lo puede mandar el señó Jué o el súrsum que mi menda no ve más muertos que los de la familia… mu cercanita… Esto e Manué, se lo dice la Rocío, lo nunca visto. ¿Desde cuándo se llama a un pueblo entero a ve un fiambre? Estáis ustedes majaretas perdíos.

– Venga, venga, ponme el café y calla. Tú que sabes.

– Claro que sé. Y esoe una demasía… Amás que me tié usté mu desilusiona. ¿De cuándo acá ha necesitao usté que le digan quién es el muerto? ¿Es que no tiene más talento que Cardona pa adivinarlo toíto sin necesidad de poner bando? Así da gusto. Que le digan a usté quién es el muerto, quién lo mató, quién lo trajo y dónde están los asesinos… y a cobrá que son dos días.

Entraron dos mujerucas hablando también del muerto, y la Rocío hizo punto quedándole cara de rafita.

La verdad es quePlinio, a pesar de estar tan acostumbrado a las bromas de la Rocío que tanto le quería, esta vez quedó un poco mosqueado.

La buñolería se llenaba de gente y don Lotario no venía. Quien sí llegó y con los ojos soñolientos, fue Calixto el escultor – que ya estaba en el pueblo de vacaciones – con Albaladejo el fotógrafo. El hombre entró con su sonrisa angélica, gorda la cabeza, largo el pelo y la corbata de lazo hecha con una cinta negra muy estrecha.

– Me ha dicho Albaladejo – espetó el escultor antes de salular – que va a hacer unas fotografías al difunto y he pensado que yo podría sacarle una mascarilla. ¿Qué le parece, Manuel?

– Por mí no hay inconveniente. Supongo que el médico no pondrá reparo.

– No, ya hablé con él.

– Pues bueno. Haz la mascarilla.

– Entonces voy ahora mismo a por los preparativos.

– Muy bien.

Y salió sin mirar a nadie, obsesionado.

Albaladejo, con las cámaras colgadas del hombro, pidió un café con churros. Y apenas comenzó su parla con el Jefe, el coche de don Lotario paró en la puerta. El hombre venía radiante.

– A los buenos días. ¿Sabes lo que he echado en el coche, Manuel? Un bloc.

– ¿Para qué?

– Para tomar nota de los comentarios interesantes que hagan los visitantes del muerto – y miró a Plinio con aire de cuervo dotado del don de la risa.

– Me parece muy bien.

A la Rocío se le notaba gana de meter baza, pero era tanta la demanda de churros y buñuelos, que en otros sitios llaman porras, cohombros y tejeringos, que no se daba abasto.

Cuando el fotógrafo acabó su colación y dejaron los dineros sobre el mármol grasiento, tomaron soleta.

– ¡Adiós, linces…! Lo mejó será que resusitéis ustedes al muerto para que les diga quién es – les gritó la Rocío.

Plinio, desde la puerta, se volvió y le hizo con cierto disimulo un corte de mangas. Ella quedó riendo tanto que le saltaban las lágrimas.