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La mujer había sido encontrada, sin conocimiento y entumecida, por uno de los destacamentos enviados en su búsqueda por el general Kunglung. Había vagado por las montañas durante días, perdida y hambrienta, hasta que se le congelaron los pies y ya no pudo seguir. El frío la adormeció y fue quitándole rápidamente los deseos de vivir. Judit Kinski se abandonó a su suerte con una especie de alivio secreto. Después de tantos riesgos y tanta codicia, la tentación de la muerte resultaba dulce. En sus breves momentos de lucidez no venían a su mente los triunfos de su pasado, sino el rostro sereno de Dorji, el rey. ¿Qué razón había para esa tenaz presencia en su memoria? En verdad nunca lo había amado. Fingió hacerlo porque necesitaba que él le entregara el código del Dragón de Oro, nada más. Admitía, sin embargo, su admiración por él. Aquel hombre bondadoso le produjo una profunda impresión. Pensaba que en otras circunstancias, o si ella fuera una mujer diferente, se habría enamorado inevitablemente de él; pero no era el caso, de eso estaba segura. Por lo mismo le extrañaba que el espíritu del rey la acompañara en ese lugar gélido donde esperaba su muerte. Los ojos apacibles y atentos del soberano fueron lo último que vio antes de sumirse en la oscuridad.

La patrulla de soldados la encontró justo a tiempo para salvarle la vida. En ese momento estaba en un hospital, donde la mantenían sedada, después de haberle amputado algunos dedos de los pies y las manos, que se habían congelado.

– Antes de morir, mi padre me ordenó que no condenara a Judit Kinski a prisión. Deseo ofrecer a esa señora la ocasión de mejorar su karma y evolucionar espiritualmente. La enviaré a pasar el resto de su vida en un monasterio budista en la frontera con Tíbet. El clima es algo rudo y está un poco aislado, pero las monjas son muy santas. Me han dicho que se levantan antes que salga el sol, pasan el día meditando y se alimentan apenas con unos granos de arroz -dijo Dil Bahadur.

– ¿Y usted cree que allí Judit alcanzará la sabiduría?

– preguntó Kate, irónica, dándole una mirada de complicidad al general Myar Kunglung.

– Eso depende sólo de ella, honorable abuelita -respondió el príncipe.

– ¿Puedo rogar a Su Majestad que por favor me llame Kate? Ése es mi nombre -pidió la escritora.

– Será un privilegio llamarla por su nombre. Tal vez la honorable abuelita Kate, sus valientes fotógrafos y mis amigos Nadia y Alexander deseen regresar a este humilde reino, donde Perna y yo siempre los estaremos esperando… -dijo el joven rey.

– ¡Claro que sí! -exclamó Alexander, pero un codazo de Nadia le recordó sus modales y agregó-: Aunque posiblemente no merecemos la generosidad de Su Majestad y su digna novia, tal vez tengamos el atrevimiento de aceptar tan honrosa invitación.

Sin poder evitarlo, todos se echaron a reír, incluso las monjas que servían ceremoniosamente el té y el pequeño Borobá, que daba saltos alegres, lanzando pedazos de pastel de chocolate al aire.

Isabel Allende

(Lima, 1942) Escritora chilena. Hija de un diplomático chileno que le inculcó su afición por las letras, Isabel Allende cursó estudios de periodismo. Mientras se iniciaba en la escritura de obras de teatro y cuentos infantiles, trabajó como redactora y columnista en la prensa escrita y la televisión.

En 1960 Isabel Allende entró a formar parte de la sección chilena de la FAO, la organización de las Naciones Unidas que se ocupa de la mejora del nivel de vida de la población mediante un exhaustivo aprovechamiento de las posibilidades de cada zona. En 1962 contrajo matrimonio con Miguel Frías, del que habría de divorciarse en 1987, después de haber tenido dos hijos: Paula -que falleció, víctima del cáncer, en 1992- y Nicolás. En 1973, tras el golpe militar chileno encabezado por el general Pinochet, en el que murió su tío, el presidente Salvador Allende, abandonó su país y se instaló en Caracas, donde inició su producción literaria.

Isabel Allende

La primera gran novela de Isabel Allende, La casa de los espíritus, próxima al llamado «realismo mágico» fue publicada en 1982. Fueron precisamente el ambiente y los sucesos previos que condujeron al golpe militar los materiales narrativos que dieron forma esta obra, con la que se consagró definitivamente como una de las grandes escritoras hispanoamericanas de todos los tiempos. Recibida como un brillante epígono en la estela del Boom iniciado en los años sesenta, y comparada con Cien años de soledad, de García Márquez, esta primera narración extensa de la autora chilena se convirtió de inmediato en un best-seller en numerosos países del subcontinente americano (a pesar de que su publicación había sido rechazada por varias editoriales de Hispanoamérica), en España y en otras naciones de Europa.

Once años después de su primera salida a la calle, el éxito de la historia pergeñada por Isabel Allende recibió un poderoso impulso de proyección internacional merced a la adaptación cinematográfica realizada por el cineasta sueco Bille August (The house of the spirits, 1993), quien contó con la colaboración de la propia autora para elaborar el guión, y con un prestigioso elenco de intérpretes en el que figuraban Meryl Streep, Glenn Close, Jeremy Irons, Winona Ryder, Antonio Banderas y Vanessa Redgrave.

Basada en los recuerdos de infancia y juventud de la propia escritora, La casa de los espíritus narra las peripecias de la saga familiar de los Trueba a lo largo de cuatro generaciones. Isabel Allende rememora y convierte en substancia narrativa las vivencias en la vieja casona familiar habitada por sus abuelos y sus excéntricos tíos, una mansión rodeada por una fecunda atmósfera liberal e intelectual que despertó su feraz imaginación y le inculcó el gusto por la lectura y la narración de historias. Al hilo de las peripecias de las mujeres que componen este núcleo familiar (auténticas protagonistas de la trama), la desbordada fantasía de la autora se va enhebrando con el repaso de los principales acontecimientos políticos de la historia reciente de Chile, hasta situar al lector en los primeros y dramáticos compases de la sangrienta dictadura militar.

Transcurridos dos años desde la publicación de La casa de los espíritus, Isabel Allende volvió a los anaqueles de las librerías con otra espléndida novela que mezclaba de nuevo la enrarecida situación política de su patria (en este caso, los asesinatos de los desaparecidos durante la dictadura de Pinochet) con otros materiales literarios procedentes de la poderosa imaginación de la autora (concretados, aquí, en una historia de amor). Se trata de la obra titulada De amor y de sombra, recibida también con grandes elogios por parte de la crítica y los lectores, y considerada como el hito que venía a señalar que el éxito internacional de La casa de los espíritus no había sido fruto de la casualidad.

La historia aquí relatada arranca con el hallazgo, en una explotación minera del norte de Chile, de una tumba clandestina en la que yacen sepultados los restos mortales de numerosos campesinos asesinados por los servicios de seguridad de la dictadura de Augusto Pinochet. La relación amorosa de dos jóvenes sirve de hilo conductor para el seguimiento de los hechos, que al cabo de los meses pone de manifiesto la horrorosa constatación de los crímenes cometidos por los golpistas, delatados por la aparición de otros muchos cementerios clandestinos.

A estas grandes obras les siguieron otras, entre la que destacan Eva Luna (1987), El plan infinito (1991), Paula (1994), Afrodita (1998), Hija de la fortuna (1999), Retrato en sepia (2000) y el libro de memorias Mi país inventado (2003). Sus obras, que ocupan siempre los primeros puestos en las listas de ventas no sólo americanas sino también europeas, han sido traducidas a más de 25 idiomas.

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