Выбрать главу

– Se llama Sibyl Vane.

– Nunca he oído hablar de ella.

– Nadie ha oído. Pero todo el mundo oirá algún día. Es un genio.

– Mi querido muchacho, ninguna mujer es un genio. Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca tienen nada que decir, pero lo dicen encantadoramente. Representan el triunfo de la materia sobre la mente, de la misma manera que los hombres representan el triunfo de la mente sobre la moral.

– ¿Cómo puedes decir una cosa así, Harry?

– Mi querido Dorian, no es más que la verdad. Estoy analizando a las mujeres en el momento actual, de manera que debo saberlo. No es un tema tan abstruso como yo pensaba. Descubro que, en último extremo, sólo hay dos clases de mujeres, las corrientes y las que se pintan. Las primeras son muy útiles. Si quieres conseguir una reputación de persona respetable, basta con invitarlas a cenar. Las otras mujeres son sumamente encantadoras. Pero cometen un error. Se pintan con el fin de parecer jóvenes. Nuestras abuelas se pintaban para tratar de hablar con brillantez. Rouge y esprit solían ir juntos. Ahora eso se ha acabado. Siempre que una mujer pueda parecer diez años más joven que sus hijas, estará perfectamente satisfecha. En cuanto a conversación, sólo hay cinco mujeres en Londres con las que merece la pena hablar, y a dos de ellas no las recibe la buena sociedad. De todos modos, háblame de tu genio. ¿Cuánto hace que la conoces?

– ¡Harry, Harry! Tus opiniones me aterran.

– No te preocupes por eso. ¿Cuánto hace que la conoces?

– Unas tres semanas.

– Y, ¿cómo te tropezaste con ella?

– Te lo voy a contar, Harry; pero tienes que ser comprensivo. Después de todo, no me habría pasado si no te hubiera conocido. Hiciste que sintiera un tremendo deseo de saberlo todo acerca de la vida. Durante varios días, después de conocerte, algo especial me latía en las venas. Mientras estaba en el parque o me paseaba por Picadilly, miraba a todas las personas con las que me cruzaba, preguntándome con tremenda curiosidad cómo era su vida. Algunas personas me fascinaban. Otras me llenaban de horror. Venenos exquisitos flotaban en el aire. Sentía pasión por las sensaciones… Bien, una tarde, hacia las siete, decidí salir en busca de alguna aventura. Sentía que este Londres nuestro, tan gris y tan monstruoso, con sus miríadas de personas, sus sórdidos pecadores y sus espléndidos pecados, tal como tú dijiste una vez, me reservaba algo. Me imaginé mil cosas. La simple sensación de peligro me llenaba de gozo. Recordé lo que me habías dicho en aquella maravillosa velada cuando cenamos juntos por vez primera, sobre el hecho de que la búsqueda de la belleza es el verdadero secreto de la vida. No sé qué esperaba, pero salí a la calle y me dirigí hacia el este, perdiéndome muy pronto en un laberinto de calles mugrientas y plazas oscuras y sin hierba. A eso de las ocho y media pasé por delante de un absurdo teatrillo, con luces brillantes y carteles chillones. En la entrada había un judío horroroso, con el chaleco más exótico que he visto en mi vida y fumando un cigarro apestoso. El cabello le caía en bucles grasientos y en mitad de una sucia camisa resplandecía un enorme diamante. «¿Un palco, milord?», dijo al verme, y se quitó el sombrero con un aire fascinantemente servil. Había algo en él que me divirtió, Harry. ¡Era tan monstruoso! Te vas a reír de mí, lo sé, pero entré y pagué nada menos que una guinea por un palco junto al escenario. Todavía hoy sigo sin saber por qué lo hice; pero si no lo hubiera hecho, mi querido Harry, me hubiera perdido la gran historia de amor de mi vida. Veo que te estás riendo. ¡Qué mal me parece!

– No me río, Dorian; al menos, no me río de ti. Pero no debes decir la gran historia de amor de tu vida. Debes decir la primera. Siempre te querrán, y tú siempre estarás enamorado del amor. Una grande passion es el privilegio de quienes no tienen nada que hacer. Ésa es la única utilidad de las clases ociosas de un país. No tengas miedo. Te están reservadas aventuras exquisitas. Esto no es más que el principio.

– ¿Tan superficial me consideras? -exclamó Dorian Gray, muy dolido.

– No; te creo muy profundo.

– ¿Qué quieres decir?

– Mi querido muchacho, las personas que sólo aman una vez en la vida son realmente las personas superficiales. A lo que ellos llaman su lealtad, y su fidelidad, yo lo llamo sopor de rutina o falta de imaginación. La fidelidad es a la vida de las emociones lo que la coherencia a la vida del intelecto: simplemente una confesión de fracaso. ¡Fidelidad! Tengo que analizarla algún día. La pasión de la propiedad está en ella. Hay muchas cosas de las que nos desprenderíamos si no tuviéramos miedo de que otros las recogieran. Pero no te quiero interrumpir. Sigue con tu historia.

– Bueno, me encontré sentado en un palquito espantoso, con un telón de lo más vulgar delante de los ojos. Desde mi discreto escondite me dediqué a examinar la sala. Era un lugar perfectamente chabacano, todo él cupidos y cornucopias, como una tarta nupcial de cuarta categoría. El paraíso y la platea estaban bastante llenos, pero las dos primeras filas de descoloridas butacas se hallaban completamente vacías y apenas había nadie en las mejores entradas del anfiteatro. Había mujeres vendiendo naranjas y refrescos y se consumían grandes cantidades de frutos secos.

– Debía de ser como en los días gloriosos del drama británico.

– Precisamente, creo yo, y muy deprimente. Empezaba a preguntarme qué demonios estaba haciendo allí, cuando me fijé en el programa. ¿Qué obra crees que representaban, Harry?

– Imagino que El joven idiota o Mudo pero inocente. A nuestros padres les gustaba ese tipo de obras, según creo. Cuantos más años tengo, Dorian, más convencido estoy de que lo que era suficientemente bueno para nuestros padres no lo es para nosotros. En arte, como en política, les grand-péres ont toujours tort.

– La obra era suficientemente buena para nosotros, Harry. Se trataba de Romeo y Julieta. He de reconocer que no me hizo mucha gracia la idea de ver representar a Shakespeare en un antro como aquél. Pero sentí interés, de todos modos. Decidí presenciar al menos el primer acto. Había una orquesta detestable, presidida por un hebreo joven sentado ante un piano desafinado que casi me echó del teatro; pero finalmente se alzó el telón y comenzó la obra. Romeo era un caballero corpulento y con muchos años a sus espaldas, cejas pintadas con negro de corcho, ronca voz de tragedia y silueta cíe barril de cerveza. Mercutio era casi igual de siniestro. Lo interpretaba un cómico de la legua que había añadido al texto chistes de su cosecha y mantenía relaciones sumamente amistosas con la platea. Los dos eran tan grotescos como el decorado, que parecía salido de una barraca de feria. Pero, ¡Julieta! Imagínate una muchachita de apenas diecisiete años, con un rostro como de flor, una cabecita griega con cabellos de color castaño oscuro recogidos en trenzas, ojos que eran pozos violeta de pasión, labios como pétalos de rosa. ¡La criatura más encantadora que había visto nunca! Una vez me dijiste que el patetismo no te conmovía en absoluto, pero que la belleza, la simple belleza, podía llenarte los ojos de lágrimas. Te lo aseguro, Harry, apenas veía a esa muchacha porque siempre tenía los ojos nublados por las lágrimas. ¡Y su voz! No he oído nunca una voz semejante. Sólo un hilo al principio, con notas bajas y melodiosas, que parecían caer una a una en el oído. Luego creció en volumen, y sonaba como una flauta o un lejano oboe. En la escena del jardín tuvo todo el júbilo estremecido de los ruiseñores cuando cantan poco antes del amanecer. Hubo momentos, más adelante, en los que alcanzó la desenfrenada pasión de los violines. Sabes perfectamente cuánto puede afectarnos una voz. Tu voz y la de Sibyl Vane son dos cosas que nunca olvidaré. Cuando cierro los ojos las oigo, y cada una dice algo diferente. No sé a cuál seguir. ¿Por qué tendría que no amarla? La quiero, Harry. Para mí lo es todo. Voy a verla actuar día tras día. Una noche es Rosalinda y la siguiente Imogen. La he visto morir en la penumbra de un sepulcro italiano, recogiendo el veneno de labios de su amante. La he contemplado atravesando el bosque de las Ardenas, disfrazada de muchacho, con calzas, jubón y un gorro delicioso. Ha sido la loca que se presenta ante un rey culpable, dándole ruda para llevar y hierbas amargas que gustar. Ha sido inocente, y las negras manos de los celos han aplastado su cuello de junco. La he visto en todas las épocas y con todos los trajes. Las mujeres ordinarias no hacen volar nuestra imaginación. Están ancladas en su siglo. La fascinación nunca las transfigura. Se sabe lo que tienen en la cabeza con la misma facilidad que si se tratara del sombrero. Siempre se las encuentra. No hay misterio en ninguna de ellas. Van a pasear al parque por la mañana y charlan por la tarde en reuniones donde toman el té. Tienen una sonrisa estereotipada y los modales del momento. Son transparentes. ¡Pero una actriz! ¡Qué diferente es una actriz, Harry! ¿Por qué no me dijiste que la única cosa merecedora de amor es una actriz?