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El Santo estaba examinando una hoja delgada que habia sacado de una vaina atada al antebrazo, oculta por la manga. El punal tenia una hoja de quince centimetros de largo y estaba ligeramente curvada. La empunadura, que no pasaba de siete centimetros, era de marfil artisticamente tallado. En conjunto ofrecia un aspecto de algo vivo en manos de aquel hombre; su filo era tan agudo, que hubiera servido de navaja de afeitar. El Santo lanzo el arma al aire y la cogio, al caer, por el mango, volviendola con el mismo movimiento a su vaina y con tal velocidad, que desaparecio como por encanto.

– No vayas a insultar a "Ana" -dijo-. Es capaz de cortar el pulgar a un hombre antes de que este acabe de sacar el revolver.

Y con estas palabras se alejo, bajando la colina en direccion al pueblo, dejando a Horacio con su pesimismo.

Era a principios de verano; el tiempo era bueno, un hecho que hizo que la eleccion del torreon como vivienda fuera menos absurda que si hubiese sido en invierno. (Habia otros motivos para tal eleccion, ademas del deseo de respirar el aire fresco del mar y de llevar una vida tranquila.) El Santo silbaba mientras iba caminando, haciendo girar un formidable baston, mas sus ojos no dejaron de estar atentos un segundo a todo lugar que pudiera servir de escondite a sus posibles enemigos. Con pasos resueltos se dirigio a los arbustos que le habian parecido sospechosos por la manana, y estuvo un rato buscando huellas. Cerca del borde del risco encontro un casquillo entre las hierbas.

– Una bala "Mauser" -comento-. Malo, malo.

Examino detenidamente el suelo, guardandose el casquillo, pero, a causa de la sequedad del tiempo, no hallo ninguna huella de la persona que habia disparado la bala. Luego reanudo, muy pensativo, la marcha.

Baycombe, que en realidad no pasa de ser una aldea pesquera, esta situado al mismo nivel del mar, pero a ambos lados se alzan en la costa los rojizos acantilados y, al fondo, el monte; asi que Baycombe se halla en una hondonada abierta hacia el mar, sobre el canal de Bristol. Mirando desde el puerto al mar, el torreon del Santo quedaba a la derecha, en lo alto dei risco, el unico edificio hacia el este; el risco que se alzaba a la izquierda del puerto tenia unos quince metros menos de altura y en el habia unas seis o siete casas pertenecientes a gentes de posicion. El Santo, por medio de Horacio, que habia ido a beber cerveza a la taberna del pueblo conocia los nombres y las costumbres de la gente de Baycombe. El mas rico era un tal Hans Bloem, un hombre del Transvaal, de unos cincuenta anos de edad; se decia de el que su riqueza corria parejas con su tacaneria. En casa de Bloem paraba con frecuencia un sobrino suyo, un tal Algernon de Breton Lomas-Coper, que llevaba monoculo, tan simpatico como antipatico su tio y que tenia fama de persona ridicula. El personaje mas distinguido era sir Michael Lapping, un juez jubilado; los nuevos ricos estaban representados por sir John Bittle, un almacenista retirado. Contaba Baycombe tambien con su casa solariega, pero ya no era de los aristocratas que la poseyeron; su propietario era desde hacia muchos anos la senorita Agata Girton, una mujer hombruna, que vivia alli bastante aislada. Con ella convivia una huerfana, muy querida por todo el pueblo. Habia tambien los funcionarios jubilados Smith y Shaw, que habitaban una casita pequena, y un tal doctor Carn.

"Realmente, un grupo ordinario y aburrido -reflexiono Simon Templar en lo alto de la calle Mayor del pueblo-, excepto tal vez la huerfana."

Con estos pensamientos dirigio sus pasos hacia la "Luna Azul", la taberna del pueblo; pero quiso el azar que aquella manana no llegase a ella, porque cuando paso por la puerta de los almacenes en que se surtia el pueblo de todo lo imaginable, salio una muchacha y tropezo con ella.

– ?Perdone! -dijo el Santo sosteniendo a la joven.

Despues recogio del suelo un paquete que se le habia caido y, al devolverselo, pudo observar mejor el hermoso rostro, adornado con la mas bella de las sonrisas.

– Usted debe de ser la huerfana -dijo-. Senorita Pat…, el pueblo no da mas senas.

– Patricia Holm -dijo la joven-. Y usted debe de ser el hombre misterioso.

– ?Caramba!…?Ya me llaman asi? -pregunto el Santo con gran interes.

La joven se dio cuenta de que la modestia no era una de sus mejores cualidades.

Siempre es un problema saber si es el hombre quien hace el apodo o el apodo quien hace al hombre. Es dudoso saber si Simon Templar se hubiera sentido tan orgulloso de su titulo si no supiese que le daba caracter; en cierto modo, el Santo era muy egoista.

– Corren los mas fantasticos rumores -observo la joven. Y el Santo adopto su expresion mas candida.

– Quiero que me lo cuente todo -contesto.

Ajustando su paso al de ella, habian empezado a subir el aspero camino de la cuesta que llevaba a las casas del risco opuesto.

– Temo que le hayamos parecido muy poco hospitalarios -admitio la muchacha-. El caso es que, habiendo elegido usted el torreon como vivienda, la gente se pregunta si seria usted una persona asequible o imposible. La sociedad de Baycombe es muy aristocratica.

– Lo que me halaga. Por lo tanto, despues de ver su casa, volvere al torreon para reflexionar sobre el problema de si la sociedad de Baycombe es asequible o imposible.

– ?Que ocurrencia! A proposito,?que le trae a este lugar?

– Ansias de emocion y de aventura -contesto el Santo con rapidez-, ademas de la ambicion de ser tremendamente rico.

La joven le miro sorprendida, frunciendo el ceno; pero la expresion de Templar la convencio de que hablaba sin la menor ironia.

– Nunca hubiera creido que alguien viniera aqui para eso.

– Al contrario -le aseguro Simon Templar en tono amistoso-, yo no vacilo en recomendar este encantador pueblo a todo aventurero como uno de los pocos sitios en Inglaterra donde luchas, asesinatos y muertes repentinas pueden estar a la orden del dia.

– Vivo aqui, con intervalos, desde que tenia doce anos, y lo mas emocionante que recuerdo es el incendio de una casa -contesto Patricia Holm, que no podia quitarse la impresion de que aquel hombre se burlaba de ella.

– En tal caso, sabra usted apreciar los sucesos venideros -murmuro el Santo en tono alegre, haciendo girar el baston.

Llegaron a la casa solariega, que no era un edificio imponente, sino sencillo y agradable, y la muchacha le tendio la mano.

– ?Quiere usted entrar?

El Santo no se hizo repetir la invitacion.

– Encantado.

La senorita le llevo a un salon sombrio, pero ventilado y bien amueblado. Simon tomo asiento en una de las butacas finamente tapizadas, sin darse cuenta del contraste que su indumentaria campestre producia con la riqueza del salon; el Santo no se fijaba jamas en tales detalles.

– ?Me permite que vaya a buscar a mi tia? -le pregunto la senorita Holm-. Se que le gustaria conocerle a usted.

– ?Naturalmente! -asintio el Santo, cuya sonrisa hizo sospechar a la muchacha que su contestacion se referia tanto a la pregunta como a la afirmacion.

La senorita Girton no tardo en llegar; Simon Templar, al verla, se dijo en seguida que el pueblo de Baycombe no habia exagerado al tildaria de antipatica. "Una bruja", habia dicho Horacio, y el Santo estaba conforme con esta apreciacion. La senorita Girton era fuerte y alta como un hombre y sorprendia la fuerza de su apreton de manos. Su rostro era curtido y duro; llevaba falda ancha, blusa de tejido burdo, medias de lana y zapatos gruesos de tacon bajo. El pelo lo llevaba corto.

– Tenia ganas de conocerle -dijo al recien llegado-. Espero que vendra pronto a cenar con nosotros; le presentare a algunos amigos. Temo que la sociedad de aqui sea muy restringida para usted.

– Tampoco estoy preparado para la gran sociedad. He decidido olvidarme por ahora de que existen trajes de etiqueta.

– Entonces, le invitare a almorzar.

– ?Me perdona si no acepto? No crea que sea por desatencion, pero mi criado me espera hoy. Si no volviese -explico el Santo-, Horacio se figuraria que me habia sucedido algo, en vista de lo cual cogeria su revolver para buscarme y podria hacer dano a alguien.