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– Han de estar sentados en alguna parte, a un lado del camino -replicó-. Es indudable que Benigno miró hacia la casa antes de subir y nos vio aquí sentados; esa es la razón por la cual decidieron esperar. Es perfecto. Ello nos dará tiempo.

– Me preocupas, Gorda. ¿Tiempo para qué?

– Hoy debes acorralar tu segunda atención, y eso nos afecta a todos.

– ¿Y cómo lo haré?

– No lo sé. Nos resultas muy misterioso. El Nagual te hizo cantidad de cosas con sus plantas de poder, pero no puedes afirmar que constituyan un conocimiento. Eso es lo que he estado tratando de decirte. A menos que tengas dominio sobre tu segunda atención, te será imposible valerte de ella. Hasta entonces, permanecerás para siempre a medio camino entre las dos, como ahora. Todo lo que te ha sucedido desde tu llegada ha tenido como objeto poner en movimiento esa atención. Te he ido dando instrucciones poco a poco, tal como el Nagual me lo ordenó. Dado que has seguido otro sendero, ignoras las cosas que nosotros conocemos; del mismo modo, nosotros nada sabemos acerca de las plantas de poder. Soledad sabe algo más, porque el Nagual la llevó a su tierra. Néstor conoce plantas medicinales, pero ninguno ha recibido las enseñanzas que tú. Aún no necesitamos de tu saber. Pero algún día, cuando estemos preparados, tú serás el único que conozca el modo de proporcionar un estímulo mediante plantas de poder. Sólo yo sé dónde se encuentra escondida la pipa del Nagual, en espera de ese día.

»La orden del Nagual es la siguiente: debes desviarte de tu camino y marchar con nosotros. Eso significa que tienes que soñar con nosotras y acechar con los Genaros. Ya no puedes permanecer donde te encuentras, en el lado horrendo de tu segunda atención. Otra salida violenta de tu nagual podría matarte. El Nagual me dijo que los seres humanos eran criaturas frágiles compuestas por muchas capas de luminosidad. Cuando los ves, parecen poseer fibras, pero éstas son en realidad capas, semejantes a las de una cebolla. Las sacudidas, de cualquier clase que sean, separan esas capas y pueden producir la muerte.

Se puso en pie y me condujo a la cocina. Allí nos sentamos, el uno frente al otro. Lidia, Rosa y Josefina estaban atareadas en el patio. No alcanzaba a verlas, pero las oía conversar y reír.

– El Nagual decía que nuestra muerte es consecuencia de la separación de las capas -dijo la Gorda -. Las sacudidas siempre las separan, pero vuelven a unirse. No obstante, a veces, la sacudida es tan violenta que las capas se distancian entre sí hasta el punto de no poder volver a juntarse.

– ¿Has visto alguna vez las capas, Gorda?

– Claro. Vi morir a un hombre en la calle. El Nagual me contó que tú también habías dado con un hombre en trance de muerte, pero no le habías visto morir. El Nagual me hizo ver las capas del moribundo. Eran como las pieles de una cebolla. Cuando los seres humanos se hallan en salud, semejan huevos luminosos, pero si están enfermos comienzan a descascararse como una cebolla.

»El Nagual me dijo que tu segunda atención era tan poderosa que pugnaba constantemente por salir. Él y Genaro tenían que unir tus capas, pues de otro modo habrías muerto. Por eso estimaba que tu energía podía alcanzar para permitir la aparición de tu nagual por dos veces. Quería decir con ello que te era posible conservar las capas en su sitio por ti mismo en dos oportunidades. Lo hiciste más veces, y ahora estás terminado. Ya no posees la energía necesaria para mantener unidas tus capas en caso de otra sacudida. El Nagual me encargó cuidar de todos; en cuanto a ti, debo ayudarte a apretar tus capas. El Nagual decía que la muerte las separa. Me explicó que el centro de nuestra luminosidad, la atención del nagual, ejerce permanentemente una fuerza hacia fuera, y que esa es la causa de que las capas se separen. De modo que a la muerte le resulta fácil introducirse en ellas y separarlas por completo. Los brujos tienen que hacer todo lo posible para mantener unidas sus propias capas. Por eso el Nagual nos enseñó a soñar. El soñar une las capas. Cuando los brujos aprenden a soñar reúnen sus dos atenciones y ya no es necesario que el centro empuje hacia afuera.

– ¿Quieres decir que los brujos no mueren?

– En efecto. Los brujos no mueren.

– ¿Quieres decir que ninguno de nosotros va a morir?

– No me refiero a nosotros. Nosotros no somos nada. Somos monstruos; no estamos aquí ni allá. Me refiero a los brujos. El Nagual y Genaro son brujos. Sus dos atenciones están tan estrechamente unidas que probablemente nunca morirán.

– ¿Dijo eso el Nagual, Gorda?

– Sí. Tanto él como Genaro me lo dijeron. No mucho antes de su partida, el Nagual nos explicó el poder de la atención. Hasta entonces, yo nunca había oído hablar del tonal y del nagual.

La Gorda relató cómo don Juan les había instruido acerca de esa crucial dicotomía tonal-nagual. Contó que un día el Nagual les había reunido a todos para llevarles a una larga caminata hacia un valle rocoso, desolado, entre las montañas. Preparó un enorme y pesado bulto con toda clase de cosas; hasta puso en él la radio de Pablito. Se lo dio a Josefina para que lo acarrease, colocó una pesada mesa sobre los hombros de Pablito y abrió la marcha. Les obligó a todos a turnarse en el transporte del bulto y la mesa durante el trayecto de casi cuarenta kilómetros, hasta aquel alto y desértico lugar. Al llegar, el Nagual ordenó a Pablito colocar la mesa en el centro mismo del valle. Luego pidió a Josefina que distribuyera sobre ella el contenido del bulto. Cuando la mesa estuvo cubierta, les explicó la diferencia entre el tonal y el nagual, en los mismos términos en que lo había hecho conmigo en un restaurante de Ciudad de México; empero, en su caso el ejemplo era infinitamente más gráfico.

Les dijo que el tonal era el orden del que somos conscientes en nuestro mundo diario y también el orden personal con el que cargamos a hombros durante toda nuestra vida, tal como ellos lo habían hecho con la mesa y el bulto. El tonal personal de cada uno era como la mesa en ese valle: una pequeña isla llena de las cosas que nos son familiares. El nagual, por su parte, era la fuente inexplicable que mantenía el trozo de madera en su lugar y era como la inmensidad de aquel valle desierto.

Les hizo saber que los brujos estaban obligados a observar su tonal desde cierta distancia, para captar mejor lo que en realidad les rodeaba. Les hizo andar hasta lo alto de una cresta desde la cual alcanzaban a dominar toda la zona. Desde allí, la mesa resultaba apenas visible. Luego les hizo regresar hasta el lugar en que se hallaba la mesa e inclinarse sobre ella para demostrarles que un hombre corriente no posee la capacidad de captación de un brujo porque se halla situado directamente encima de su mesa, pendiente de todas las cosas que hay en ella.

Hizo que cada uno de ellos, uno por vez, se fijase superficialmente en lo que había sobre la mesa, y probó su memoria quitando algo y ocultándolo, para ver si habían estado atentos. Todos salieron airosos de la prueba. Les indicó que su capacidad para recordar con tanta facilidad las cosas allí expuestas se debía a que todos habían desarrollado su atención del tonal o, en otros términos, su atención a la mesa.

A continuación, les pidió que pasaran la vista por aquello que había bajo la mesa, y probó su memoria cambiando de lugar piedras, ramitas y otras cosas. Ninguno logró recordar lo que había visto.

Entonces, el Nagual retiró de un golpe todo lo que había sobre la mesa e hizo que todos, de uno en uno, se echaran sobre ella de través, sosteniéndose a la altura del estómago, y examinaran cuidadosamente el suelo de abajo. Les explicó que para un brujo el nagual era precisamente la zona situada bajo la mesa. Puesto que era impensable asir la inmensidad del nagual, ejemplificada por aquel enorme y arrasado paraje, los brujos tomaban como dominio para su acción el área situada inmediatamente debajo de la isla del tonal, lo cual se mostraba gráficamente por medio de lo que había bajo la mesa. Ese nivel de atención sólo se alcanzaba una vez que los guerreros habían limpiado por completo la superficie de sus mesas. Él aseguraba que el hecho de alcanzar la segunda atención suponía reunir a ambas en una sola unidad, y esa unidad era la totalidad de uno mismo.