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Alvin se frotó los ojos con la manga, pero no sirvió de mucho porque tenía las ropas empapadas.

—Dadme un minuto más y luego me haré cargo de las cosas —pidió Alvin.

Engancharon dos caballos más y las cuatro bestias no tuvieron dificultad en tirar de la carreta; la corriente ya no era la de antes. Cuando el carromato estuvo en tierra firme asomó un rayo de sol.

—Es cosa de no creer —dijo el herrero—, pero cuando a uno no le gusta el tiempo que hace por esta zona, basta con hacer algún conjuro para que cambie…

—Pero no esta vez —repuso Alvin—. Esta tormenta nos estaba esperando.

El herrero posó su brazo sobre el hombro de Alvin y le habló con toda la suavidad de que fue capaz.

—No se ofenda, don, pero está diciendo tonterías…

Alvin se desembarazó del abrazo. —Esa tormenta y el río querían quedarse con nosotros.

—Papá —intervino David—, estás cansado y afligido. Será mejor que te tranquilices hasta que lleguemos a la casa y veamos cómo está Mamá.

—Será un varón —aseguró Papá—. Ya lo veréis. Habría sido el séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón.

De inmediato el herrero y los demás lo miraron atentos. Todos sabían que un séptimo hijo varón tenía ciertos dones, pero no podía haber nacimiento más poderoso que el del séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón.

—Eso cambia las cosas —calculó el herrero—.

Habría nacido hidromántico, sin duda, y el agua aborrece ese don. —Los demás asintieron con aire de entendidos.

—El agua se salió con la suya—dijo Alvin—. Se salió con la suya, qué le vamos a hacer. Habría matado a Fe y al niño, si hubiera podido. Pero como no pudo, mató a mi hijo Vigor. Y ahora cuando nazca el niño, será el sexto hijo varón, pues sólo habrá cinco con vida.

—Algunos dicen que no importa si los primeros seis están vivos o no —aventuró un granjero.

Alvin nada dijo, pero sabía que eso lo cambiaba todo. Había creído que ese niño sería un prodigio, pero el río se había ocupado de que no fuera así. Si el agua no te detiene en un sentido, lo hace en otro. No debía haber esperado un hijo milagroso. El precio había sido demasiado alto. Durante el viaje no pudo ver otra cosa que a Vigor, bamboleándose entre el abrazo de las raíces, volteado por la corriente como una hoja atrapada en un remolino de polvo diabólico, mientras la sangre manaba de su boca para saciar la abominable sed del Hatrack.

Capítulo 5

LA MEMBRANA

La pequeña Peggy estaba de pie ante la ventana, mirando la tormenta. Podía ver todas esas chispas, especialmente una, tan intensa que era como el mismo sol. Pero alrededor de todas ellas se extendía una negrura. No, no era una negrura. Era una nada, como si fuera una parte del universo que Dios hubiera dejado inconclusa, que se agitaba en torno de esas luces como para separarlas, arrastrarlas, devorarlas.

La pequeña Peggy sabía qué era esa nada. Cuando sus ojos veían los fuegos ardientes y amarillos, también percibían otros tres colores. El naranja oscuro y rico de la tierra. El sutil gris del aire. Y el vacío negro y hondo del agua. Era el agua lo que quería destruirlos.

Jamás había visto el río tan negro, tan poderoso, tan terrible. Y en la noche, qué diminutos eran esos fuegos…

—¿Qué ves, niña? —preguntó Abuelito.

—El río se los va a llevar —dijo la pequeña Peggy.

— Ojalá que no.

La pequeña Peggy se echó a llorar.

— ¡Vamos niña! — la calmó Abuelito —. No siempre es algo bueno ver tantas cosas, tan lejanas, ¿verdad?

La niña sacudió la cabeza.

— Pero tal vez no todo sea tan malo como piensas…

En ese momento, vio que uno de los fuegos se separaba del resto y se revolcaba en la oscuridad.

— ¡Oh! — exclamó, tendiendo la mano como si pudiera coger la luz y devolverla a su sitio. Pero claro que no podía. Su visión era nítida y distante, pero sus brazos no llegaban muy lejos.

— ¿Se han perdido? — quiso saber Abuelito.

— Uno — murmuró Peggy.

— ¿No han llegado aún Pacífico y el resto?

— Ahora sí. La cuerda resistió. Están a salvo. Abuelito no le preguntó cómo lo sabía, ni qué veía. Sólo la palmeó en el hombro.

— Porque tú les avisaste. Recuerda eso, Margaret. Uno se perdió, pero si no los hubieras visto y no hubieras ido por ayuda, podrían haber muerto todos.

La niña sacudió la cabeza.

— Tendría que haberlos visto antes, Abuelito. Pero me quedé dormida.

— ¿Y te culpas por eso?

— Tendría que haber dejado que Mary la Mala me picoteara, y entonces Papá no se habría enfadado conmigo y no habría ido a la casa del manantial y no me habría dormido, y entonces los habría visto a tiempo…

— Ay, Maggie, todos sabemos fabricarnos rosarios de culpas como ése. No tiene sentido.

Pero ella sabía que sí lo tenía. No puede culparse a un ciego por no haberte avisado que había una serpiente ante tus pies, pero sí tiene culpa alguien que lo ve y no te dice una palabra. Sabía cuál era su deber desde la primera vez que tomó conciencia de que los demás no veían lo mismo que ella. Dios le había dado unos ojos distintos, conque más le valía ver y avisar o el diablo se llevaría su alma. El diablo o el profundo mar negro.

— No tiene sentido — murmuró Abuelito. Pero entonces, como si le hubieran clavado una cornamenta en el trasero, dio un respingo y exclamó —: ¡Pero claro! ¡La casa del manantial! — Se acercó —. Escúchame, pequeña Peggy. No fue culpa tuya, ésa es la verdad. La misma agua que corre por el Hatrack es la que fluye por el arroyo de la casa del manantial. Es la misma agua que los quería muertos, y sabía que tú podías advertirlo e ir en busca de ayuda. Por eso te acunó y te arrulló hasta hacerte dormir.

Y a ella le pareció que aquello tenía sentido. Vaya si lo tenía.

— Pero, ¿cómo puede ser, Abuelito?

— Bueno, es propio de la naturaleza. Todo el universo se compone de cuatro elementos, pequeña Peggy, y cada uno quiere salirse con la suya — Peggy pensó en los cuatro colores que veía cuando ardían los fuegos interiores y supo cuáles eran antes de que Abuelito tuviera que nombrarlos —. El fuego hace que las cosas sean calientes y brillantes, y las consume. El aire hace que las cosas sean frescas y se introduce en todas partes. La tierra hace que las cosas sean sólidas y resistentes, para que duren. Pero el agua… el agua demuele las cosas, cae del cielo y arrastra consigo todo lo que puede, lo arrastra hasta el mar. Si el agua se saliera con la suya, todo el mundo sería suave, como un inmenso océano donde nada escaparía del alcance del agua. Todo muerto y suave. Por eso te dormiste. El agua quiere destruir a esos desconocidos, quienesquiera que sean. Arrastrarlos y matarlos. Es un milagro que llegaras a despertar…

—Me despertó el martillo del herrero —dijo la pequeña Peggy.

—Entonces es eso, ¿no lo ves? El herrero trabajaba con hierro, la más dura de las tierras, y con el furioso soplido de sus fuelles, y con un fuego tan caliente que quema la hierba que crece fuera de la chimenea. El agua no pudo tocarlo para que se quedara quieto.

La pequeña Peggy apenas podía creerlo, pero debía ser así. El herrero la había rescatado de su sueño de agua. El herrero la había ayudado. Pero vaya, era para echarse a reír, eso de saber que por una vez el herrero había sido su amigo.

Se escucharon gritos en el portal y puertas que se abrían y cerraban.

—Han llegado gentes —dijo Abuelito. La pequeña Peggy vio las chispas de fuego abajo y encontró la que sentía más miedo y dolor.