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Miré a Denna, pero ella esquivó mi mirada. Con la cabeza ladeada, jugaba con un pendiente que hasta ese momento ocultaba su cabello: una diminuta esmeralda, también con forma de lágrima, a juego con el collar.

Kellin volvió a mirarme de arriba abajo, examinándome. Mi ropa, poco elegante. Mi cabello, demasiado corto según la moda, y demasiado largo para que no pareciera descuidado.

– Y usted es… ¿camarillero?

El instrumento más barato.

– Camarillista -dije con soltura-. Pero no, no. Yo me inclino más por el laúd.

Kellin arqueó las cejas.

– ¿Toca el laúd de corte?

Mi sonrisa se endureció un poco pese a todos mis esfuerzos.

– El laúd de troupe.

– ¡Ah! -dijo él, riendo como si de pronto lo entendiera todo-. ¡Música folclórica!

Le dejé pasar también eso, aunque me costó más que la vez anterior.

– ¿Ya tienen asientos? -pregunté con desenvoltura-. Mis amigos y yo tenemos una mesa abajo, con buenas vistas del escenario. Si lo desean, pueden unirse a nosotros.

– Lady Dinael y yo ya tenemos una mesa en el tercer círculo. -Kellin apuntó con la barbilla a Denna-. Prefiero la compañía que hay arriba.

Denna, que estaba fuera de su campo de visión, me miró y puso los ojos en blanco.

Sin mudar la expresión, volví a inclinar educadamente la cabeza: la mínima expresión del saludo.

– En ese caso, no quisiera retenerlos más.

Luego me volví hacia Denna.

– ¿Me permites que vaya a visitarte un día de estos?

Ella suspiró, la viva imagen de la víctima de una agitada vida social; pero sus ojos seguían riéndose de la ridícula formalidad de aquel diálogo.

– Estoy segura de que lo entenderás, Kvothe. Tengo la agenda muy llena para los próximos días. Pero si quieres, puedes pasar a visitarme hacia finales del ciclo. Me hospedo en el Hombre de Gris.

– Eres muy amable -dije, y la saludé con una inclinación de cabeza mucho más esmerada que la que le había hecho a Kellin. Ella puso los ojos en blanco, esta vez riéndose de mí.

Kellin le ofreció el brazo y, de paso, me ofreció a mí el hombro, y se perdieron los dos entre la multitud. Viéndolos juntos, avanzando con elegancia entre el gentío, habría sido fácil creer que eran los propietarios del local, o que quizá se estaban planteando comprarlo para utilizarlo como residencia de verano. Solo los auténticos nobles se mueven con esa arrogancia natural, conscientes, en el fondo, de que en el mundo todo existe únicamente para hacerlos felices a ellos. Denna fingía maravillosamente, pero para lord Kellin Mandíbula de Cemento, aquello era tan espontáneo como respirar.

Me quedé observándolos hasta que llegaron a la mitad de la escalera del tercer círculo. Entonces Denna se paró y se llevó una mano a la cabeza. Miró por el suelo con expresión angustiada. Hablaron un momento, y ella señaló la escalera. Kellin asintió y siguió subiendo hasta perderse de vista.

Tuve una corazonada. Miré al suelo y vi un destello plateado cerca de donde había estado Denna, junto a la barandilla. Me acerqué y me quedé allí de pie, obligando a apartarse a un par de comerciantes ceáldicos.

Hice como si mirara a la gente que había abajo hasta que Denna se me acercó y me dio unos golpecitos en el hombro.

– Kvothe -me dijo, aturullada-, perdona que te moleste, pero he perdido un pendiente. Sé bueno y ayúdame a buscarlo, ¿quieres? Estoy segura de que hace un momento lo llevaba puesto.

Me ofrecí a ayudarla, por supuesto, y así pudimos disfrutar de un momento de intimidad; agachados, y sin perder el decoro, nos pusimos a buscar por el suelo con las cabezas muy juntas. Por suerte, Denna llevaba un vestido de estilo modegano, con la falda holgada, larga y suelta alrededor de las piernas. Si hubiera llevado un vestido con un corte a un lado, según la moda de la Mancomunidad, no habría podido agacharse sin llamar la atención.

– Cuerpo de Dios -murmuré-. ¿De dónde lo has sacado?

Denna rió por lo bajo.

– Cállate. Tú mismo me sugeriste que aprendiera a tocar el arpa. Kellin es buen maestro.

– El arpa de pedal modegana pesa cinco veces más que tú -comenté-. Es un instrumento de salón. Nunca podrías llevártela de viaje.

Denna dejó de fingir que buscaba el pendiente y me miró a los ojos.

– Y ¿quién ha dicho que nunca vaya a tener un salón donde tocar el arpa?

Seguí buscando por el suelo y encogí los hombros.

– Supongo que para aprender servirá. ¿Te gusta, de momento?

– Es mejor que la lira -respondió ella-. De eso ya me he dado cuenta. Pero todavía no puedo tocar ni «La ardilla en el tejado».

– Y él ¿qué tal? ¿Es bueno? -La miré con picardía-. Me refiero a si es bueno con las manos.

Denna se sonrojó un poco y por un momento pensé que iba a darme un manotazo. Pero recordó a tiempo que debía comportarse con decoro y optó por entrecerrar los ojos.

– Eres horrible -dijo-. Kellin ha sido un perfecto caballero.

– Que Tehlu nos salve de los perfectos caballeros -repuse.

– Lo he dicho en sentido literal -dijo ella meneando la cabeza-. Nunca había salido de Modeg. Es como un gatito en un gallinero.

– Y así que ahora te llamas Dinael -dije.

– De momento. Y para él -dijo ella mirándome de reojo y esbozando una sonrisa-. Para ti sigo prefiriendo Denna.

– Me alegro. -Levanté una mano del suelo y le mostré la suave lágrima de esmeralda de un pendiente. Denna fingió alegrarse muchísimo de haberlo encontrado, y lo alzó para que le diera la luz.

– ¡Ah, ya está!

Me levanté y la ayudé a ponerse en pie. Denna se apartó el cabello del hombro y se inclinó hacia mí.

– Soy muy torpe para estas cosas -dijo-. ¿Te importa?

Me arrimé a ella, y ella me dio el pendiente. Denna olía a flores silvestres. Pero por debajo de ese olor olía a hojas de otoño. Al misterioso olor de su cabello, a polvo del camino y al aire antes de una tormenta de verano.

– Y ¿qué es? -pregunté en voz baja-. ¿Un segundón?

Denna negó sin apenas mover la cabeza, y un mechón de su cabello se soltó y me rozó la mano.

– Es un lord con todas las de la ley.

– Skethe te retaa van -maldije-. Encierra a tus hijos y a tus hijas bajo llave.

Denna volvió a reír por lo bajo. Le temblaban los hombros al intentar contener la risa.

– Quédate quieta -dije, y le sujeté la oreja con suavidad.

Denna inspiró hondo y soltó el aire despacio para serenarse. Le coloqué el pendiente en el lóbulo de la oreja y me aparté. Ella levantó una mano y comprobó si estaba bien puesto; luego dio un paso hacia atrás e hizo una reverencia.

– Muchísimas gracias por tu ayuda.

Yo también la saludé con una reverencia. No fue tan esmerada como la que le había hecho antes, pero era más sincera.

– Estoy a su servicio, milady.

Denna sonrió con ternura y se dio la vuelta. Sus ojos volvían a reír.

Terminé de explorar el primer piso por respetar las formas, pero no parecía que Threpe estuviera por allí. Como no quería arriesgarme a tener otro encuentro con Denna y su caballero, decidí no subir al segundo piso.

Sim ofrecía un aspecto muy animado, como solía pasarle cuando iba por la quinta copa. Manet estaba repantigado en la silla, con los ojos entornados y con la jarra cómodamente apoyada en la barriga. Wil estaba como siempre, y sus oscuros ojos eran insondables.

– No he visto a Threpe por ninguna parte -dije, y me senté en mi sitio-. Lo siento.

– Qué pena -se lamentó Sim-. ¿Todavía no te ha encontrado un mecenas?