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Denna se encogió de hombros y miró alrededor con indiferencia.

– Es a Kellin a quien le van bien las cosas -me corrigió-. Yo solo aprovecho la luz que irradia.

Asentí dando a entender que comprendía.

– Creía que habías encontrado un mecenas.

– No, no es nada tan formal como eso. Kellin y yo paseamos juntos, como dicen en Modeg, y él me enseña a tocar el arpa. -Señaló el enorme instrumento que estaba en el rincón.

– ¿Me enseñas lo que has aprendido?

Denna negó con la cabeza, avergonzada, y su cabello se deslizó alrededor que sus hombros.

– Todavía lo hago muy mal.

– Controlaré mi impulso natural de abuchear y silbar -dije con gentileza.

– Está bien. Pero solo un poco -aceptó ella riendo. Se colocó detrás del arpa y acercó un taburete alto para apoyarse en él. Puso las manos sobre las cuerdas, hizo una larga pausa y empezó a tocar.

La melodía era una variante de «El manso». Sonreí.

Tocaba despacio, casi con majestuosidad. Mucha gente cree que la velocidad es lo que distingue a un buen músico. Es comprensible. Lo que Marie había hecho en el Eolio era asombroso. Pero la velocidad a la que puedas marcar la digitación de las notas no es lo más importante de la música. La verdadera clave es el ritmo.

Es como contar un chiste. Cualquiera puede recordar las palabras. Cualquiera puede repetirlo. Pero para hacer reír necesitas algo más. Contar un chiste más deprisa no lo hace más gracioso. Como ocurre con muchas cosas, es mejor vacilar que precipitarse.

Por eso hay tan pocos músicos buenos de verdad. Mucha gente sabe cantar o arrancarle una canción a un violín. Una caja de música puede tocar una canción impecablemente, una y otra vez. Pero no basta con saber las notas. Tienes que saber cómo tocarlas. La velocidad se adquiere con el tiempo y la práctica, pero el ritmo es algo con lo que se nace. Lo tienes o no lo tienes.

Denna lo tenía. Hacía avanzar la canción despacio, pero no pesadamente. La tocaba con la lentitud de un beso lujurioso. Y no es que en esa época de mi vida yo supiera mucho de besos. Pero viéndola allí de pie, con los brazos alrededor del arpa, concentrada, con los ojos entrecerrados y los labios ligeramente fruncidos, supe que quería que algún día me besaran con ese cuidado lento y deliberado.

Además, Denna era hermosa. Supongo que a nadie le extrañará que sienta debilidad por las mujeres por cuyas venas corre la música. Pero mientras Denna tocaba, la vi por primera vez ese día. Hasta entonces me habían distraído su peinado, diferente, y el corte de su vestido. Pero viéndola tocar, todo eso desapareció de mi vista.

Me estoy yendo por las ramas. Baste decir que Denna tocaba de forma admirable, aunque era evidente que todavía tenía mucho que aprender. Le fallaron algunas notas, pero no las rechazó ni se estremeció. Como dicen, un joyero sabe reconocer la gema en bruto. Y yo lo soy. Y ella lo era. Bueno.

– Ya tienes muy superada la etapa de «La ardilla en el tejado» -dije en voz baja cuando Denna hubo tocado las últimas notas.

Ella recibió mi cumplido sin mirarme a los ojos, quitándole importancia con un encogimiento de hombros.

– No hay gran cosa que hacer, aparte de practicar -dijo-. Y Kellin dice que tengo cierto don.

– ¿Cuánto hace que tocas?

– ¿Tres ciclos? -Arrugó un poco la frente y asintió-. Un poco menos de tres ciclos.

– Madre de Dios -dije sacudiendo la cabeza-. No le digas nunca a nadie lo rápido que has aprendido. Los otros músicos te odiarían.

– Mis dedos todavía no se han acostumbrado -dijo mirándoselos-. No puedo practicar tanto como me gustaría.

Le cogí una mano y le puse la palma hacia arriba para examinarle las yemas de los dedos. Vi que tenía pequeñas ampollas.

– Tienes…

La miré y me di cuenta de lo cerca que estábamos. Su mano estaba fría. Me miró con fijeza, con sus ojos grandes y oscuros. Tenía una ceja ligeramente levantada. No arqueada, ni siquiera traviesa, solo un poco curiosa. De pronto noté una extraña sensación de debilidad en el estómago.

– ¿Qué tengo?

No me acordaba de lo que quería decirle. Estuve a punto de contestar «No tengo ni idea de lo que iba a decirte», pero me di cuenta de que era una estupidez. Y no dije nada.

Denna bajó la vista, me cogió la mano y le dio la vuelta.

– Tienes las manos suaves -dijo, y me tocó las yemas de los dedos-. Creía que los callos serían ásperos, pero no. Son suaves.

Cuando dejó de mirarme a los ojos, recobré un poco la compostura.

– Es cuestión de tiempo -dije.

Denna levantó la mirada y sonrió con timidez. Me quedé con la mente en blanco.

Al cabo de un momento, me soltó la mano y fue al centro de la habitación.

– ¿Puedo ofrecerte algo de beber mientras tanto? -me preguntó, y se sentó con gracia en una butaca.

– Sí, gracias, muy amable de tu parte -contesté, pero solo fue un acto reflejo. Me di cuenta de que todavía tenía la mano suspendida en el aire; me sentí estúpido y la bajé junto al costado.

Denna señaló una butaca cerca de la de ella y me senté.

– Ya verás. -Cogió una campanilla de plata que estaba en una mesita y la hizo sonar débilmente. Entonces levantó una mano con los dedos extendidos. Dobló primero el pulgar, luego el índice, y fue contando hacia atrás.

Antes de que hubiera doblado el meñique, llamaron a la puerta.

– Pase -dijo Denna, y el elegante portero abrió la puerta-. Creo que tomaré un poco de chocolate caliente -dijo-. Y Kvothe… -Me miró interrogándome.

– Chocolate caliente, muy buena idea -dije.

El portero asintió y desapareció cerrando la puerta tras de sí.

– A veces toco la campanilla solo para hacerle correr -admitió Denna un tanto avergonzada, mirando la campanilla-. No me explico cómo puede oírla. Al principio estaba convencida de que se quedaba sentado en el pasillo con la oreja pegada a mi puerta.

– ¿Me dejas ver esa campanilla? -pregunté.

Me la dio. A simple vista parecía normal, pero cuando le di la vuelta vi que había sigaldría en la superficie interna de la campanilla.

– No, no escucha detrás de la puerta -dije, y se la devolví-. Abajo hay otra campanilla que suena cuando suena esta.

– ¿Cómo? -preguntó Denna, y entonces contestó ella misma su pregunta-: ¿Magia?

– Es una forma de llamarlo.

– ¿Es eso lo que hacéis vosotros allí? -Apuntó con la cabeza hacia el río, en dirección a la Universidad-. Suena un poco… trivial.

– Es la aplicación más frívola de la sigaldría que he visto jamás -admití.

Denna soltó una carcajada.

– No pongas esa cara de ofendido -dijo, y añadió-: ¿Se llama sigaldría?

– Fabricar una cosa así se llama artificería. La sigaldría consiste en escribir o grabar las runas que hacen que funcione.

Al oír eso, los ojos de Denna se iluminaron.

– Entonces, ¿la magia consiste en escribir cosas? -me preguntó inclinándose hacia delante-. ¿Cómo funciona?

Vacilé, y no solo porque era una pregunta difícil de contestar, sino también porque la Universidad tiene normas estrictas sobre divulgar los secretos del Arcano.

– Es un poco complicado -dije.

Por suerte, en ese momento volvieron a llamar a la puerta y llegó nuestro chocolate en unas tazas humeantes. Al olerlo, se me hizo la boca agua. El portero dejó la bandeja en una mesita y salió sin decir palabra.

Di un sorbo y sonreí saboreando su densa dulzura.

– Hacía años que no probaba el chocolate -dije.

Denna levantó su taza y miró alrededor.

– Es raro pensar que hay gente que vive siempre así -caviló.

– ¿No te gusta? -pregunté, sorprendido.

– Me gustan el chocolate y el arpa -respondió-. Pero me sobra la campanilla, y tener una habitación tan grande solo para estar sentada. -Frunció ligeramente los labios-. Y detesto que siempre haya alguien vigilándome, como si yo fuera un tesoro que alguien pudiera intentar robar.