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—Eso es más o menos lo que yo también sé —dije.

—La única vez que lo vi fue cuando lo saqué —dijo Maud.

Arty y yo habíamos salido del vestíbulo antes de que Halcón terminase. Al día siguiente, me enteré por las cintas noticiosas que, cuando hubo terminado de Cantar, había largado la chaqueta con un movimiento de hombros, dejado caer los pantalones y se habia vuelto a meter en el estanque.

La dotación de bomberos se había despertado bruscamente, la gente empezó a correr de acá para allá y a gritar: lo habían rescatado, con el setenta por ciento del cuerpo cubierto de quemaduras de segundo y tercer grado. Yo me había dedicado con ahínco a no pensar en eso.

—¿Tú lo sacaste?

—Sí. Yo estaba en el helicóptero que aterrizó en el techo —dijo Maud—. Pensé que a ti te impresionaría verme.

—Oh —dije—. ¿Cómo llegaste a sacarlo?

—Cuando ustedes emprendieron la retirada, la guardia de seguridad de Arty se las ingenió para trabar los ascensores más arriba del piso setenta y uno, así que nosotros no llegamos al vestíbulo hasta después que ustedes salieran del edificio. Fue entonces cuando Halcón trató de…

—¿Pero en realidad fuiste tú quien lo salvó?

—¡Los bomberos de ese barrio no habían tenido un solo incendio en doce años! No creo que supieran siquiera cómo se manejaba el equipo. Hice que mis muchachos cubrieran el estanque de espuma, entonces me meti y lo saqué…

—Oh —volví a decir. Había hecho todo lo posible, casi lo había logrado, en estos once meses. No estaba alli cuando sucedió. No era asunto mio. Maud estaba diciendo:

—Pensamos que quizás él nos diera una pista para llegar a ti. Pero cuando lo llevé a la villa estaba totalmente inconciente, no era nada más que un horrible montón de heridas abiertas, chorreando…

—Debi imaginarme que los Servicios Especiales también usan a los Cantores —dije—. Todos lo hacen. La Palabra cambia hoy, ¿no? ¿Lewis y Ann no te dijeron cuál es la nueva?

—Los vi ayer y la Palabra no cambia hasta dentro de ocho horas. Además, no me la dirían a mi, en todo caso.—Me miró de soslayo y frunció el ceño.—Claro que no.

—Vamos a tomar unos helados —le dije—. Vamos a charlar de naderías y a escucharnos el uno al otro con atención, mientras adoptamos un aire displicente; tú tratarás de pescar al vuelo cosas que te ayudarán a agarrarme y yo trataré de pescar al vuelo lo que dejes escapar que pueda ayudarme a darte el esquinazo.

—Um-hm —asintió.

—En todo caso, ¿por qué te acercaste a mi en aquel bar?

Ojos de hielo:

—Ya te lo dije, simplemente porque navegamos en las mismas aguas. No es nada raro que ambos estemos en el mismo bar la misma noche.

—Sospecho que esta es justamente una de las cosas que yo no tengo que comprender ¿mmm?

Su sonrisa fue oportunamente ambigua. No insistí.

* * *

Fue una tarde muy aburrida. No podría repetir ni una sola de las tonterias que intercambiamos mientras parloteamos por sobre las montafías de crema batida coronada de cerezas. Empeñábamos ambos tanta energia en mantener la apariencia de estar divirtiéndonos, que dudo que ninguno de los dos pudiera encontrar la forma de pescar algo significativo; si es que se dljo algo significativo.

Se marchó. Durante un rato mis melancólicos pensamientos giraron en torno del ennegrecido y chamuscado fénix.

El mayordomo de El Glaciar me llamó a la cocina pare preguntarme por un embarque de leche de contrabando (El Glaciar elabora todos sus helados) que yo había logrado escamotear en mi último viaje a la Tierra (es asombroso lo poco que ha progresado la explotación lechera en los últimos diez años: me deprime pensar lo fácil que fue engatusar a ese vermontés fanfarrón) y bajo las luces blancas y entre las grandes batidoras de plástico, mientras yo trataba de aclarar las cosas hizo algún comentario acerca del Emperador de las Cremas Heladas Heist; que no me cayó nada bien.

Hacia la hora en que empezó a caer la clientela nocturna, y la maquinita a tararear, y las paredes de cristal a centellear; y la troupe —una novedad de esa semana— a dejarse convencer de salir a escena a pesar de todo (un baúl de disfraces se había perdido en tránsito [o había sido escamoteado, pero eso yo no se lo iba a decir]), y yo, yendo de mesa en mesa, personalmente, habia pescado a una Jovencita muy mugrienta, evidentemente idiotizada por la farlopa, tratando de robarle la cartera a un cliente por detrás de una silla —no hice más que tomarla por la muñeca, hacer que la soltara y acompañarla haste la puerta delicada, delicadamente mientras ella me miraba parpadeando con ojos dilatados y el cliente nunca se enteró —y la troupe, habiendo decidido qué demoníos, estaba actuando au naturel, y todo el mundo se estaba divirtiendo a lo grande, yo me sentia realmente mal.

Salí al aire libre, me senté en los anchos escalones y gruñía cada vez que tenía que correrme pare dejar salir o entrar a la gente. Cuando andaba por el gruñido número setenta y cinco, la persona contra quien gruñia se detuvo a mi lado y me retumbó en la cabeza.

—Estaba seguro de que terminaría por encontrarte si te buscaba con bastante empeño. Quiero decir si realmente buscaba.

Miré la mano que aleteaba sobre mi hombro. segui el brazo haste el cuello de la polera negra, donde habia una cabeza carnosa, calva, sonriente.

—Arty —dlje—. ¿Qué estás…?

Pero él seguía palmoteándome y riéndose con imperturbable gamutlicheit.

—No te imaginas el tiempo que me llevó conseguir una foto tuya, muchacho. Tuve que sobornar a uno del Departamento de Servicios Especiales de Tritón. Ese truco de los cambios súbitos. Tu gran treta. ¡Grandiosa! —El Halcón se me sentó al lado y dejó caer la mano sobre mi rodilla.—Flor de negocio tienes aquí. Me gusta, me gusta mucho.— Huesecillos en buñuelo venoso.— Pero todavía no lo bastante como pare hacerte una oferta. A pesar de todo, estás aprendiendo rápido. Yo te puedo asegurar que estás aprendiendo rápido. Voy a sentirme orgulloso de poder decir que yo fui el que te dio la primer gran oportunidad.—Retiró la mano y empezó a amasársela con la otra.—Si tienes intenciones de mudarte entre los grandes, tienes que tener por lo menos un pie bien plantado en la margen derecha de la ley. La cuestión es que te hagas indispensable a la gente que vale la pena, una vez hecho eso, un rufián que se precie tiene las llaves de todas las cajas fuertes del sistema. Pero no te estoy diciendo nada que tú ya no sepas.

—Arty —le dije— ¿te parece conveniente que nos vean a los dos, aquí, juntos…?

El Halcón se puso la mano sobre la solapa y la sacudió con aire de desaprobación.

—Nadie nos puede sacar una foto. Mi escolta anda por aquí. Nunca salgo a la calle sin mi aparato de seguridad. He oído decir que tú también anduviste metiendo mano en este negocio de la seguridad —lo cual era cierto—. Buena idea. Excelente. Me gusta la forma en que te estás manejando.

—Gracias, Arty, esta noche no estoy muy en vena. Salí aquí a tomar un poco de aire…

La mano de Arty volvió a revolotear.

—No te aflijas. No me quedaré mucho Tienes razón. No nos deben ver. Sólo que pasaba por aquí y quise saludarte. Nada más que saludarte.— Se puso de pie.—Eso es todo.

Empezó a bajar los peldaños.

—¿Arty?

Volvió la cabeza.

—En algún momento, pronto, regresarás; y entonces querrás comprarme mi parte en El Glaciar, porque yo habré crecldo demasiado; y yo no querré vender porque pensaré que soy lo bastante grande como para pelearte. Así que por un tlempo seremos enemigos. Tú tratarás de matarme. Yo trataré de matarte a tí.

En su cara, primero la mueca de confusión; luego la sonrisa indulgente.