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—…Halcón —le dije— ¿conoces un departa mento de la policia llamado Servicios Especiales?

—He oído hablar.

—De pronto han empezado a interesarse mucho por mí.

—Diantre —dijo con genuina sorpresa—. Se supone que son muy eficientes.

—Mmmm —reiteré.

—Oye —anunció Halcón— ¿Qué me dices de ésta? ¿Sabías que mi tocayo está aquí, esta noche?

—Alex no se pierde una. ¿Tienes alguna idea de por qué está aquí?

—Probablemente tratando de hacer algún trato con Abolafia. Su investigación comienza mañana.

—Oh—. Volví a pensar algunas de las cosas que había pensado antes.—¿Conoces a una tal Maud Hinkle?

Su mirada perpleja decía “no” en forma bastante convincente. —Dice ser uno de los eslabones superiores de la arcana organización que te nombré.

—No me digas.

—Esta noche, un poco más temprano, puso fin a nuestra entrevista con una pequeña homilía a propósito de halcones y helicópteros. Yo tomé nuestro encuentro subsiguiente como una mera coincidencia. Pero ahora descubro que la noche ha confirmado su intimación de pluralidad. —Sacudí la cabeza.—Halcón, me siento repentinamente catapultado a un mundo paranoide donde las paredes no sólo tienen oídos, sino probablemente ojos y largos dedos provistos de garras. Cualquiera de los que me rodean, sí, hasta tú mismo, podría ser un espía. Sospecho que cada rejilla de desagüe, cada ventana de segundo piso oculta binoculares ametralladoras, o algo peor. Lo que no puedo imaginar es de qué modo esas fuerzas insidiosas, por ubícuas y omnipresentes que sean, te indujeron a ti a atraerme a esta trampa intrincada y diabó…

—¡Oh, acaba! —Con un brusco movimiento de cabeza echó el pelo hacia atrás. —Yo no te atraje…

—Tal vez no concientemente, pero los Servicios Especiales tienen un Banco de Información Holográfica, y sus métodos son insidiosos y crueles…

—Te dije que terminaras de una vez.—Y otra vez le pasaron por la cara toda clase de cositas duras.—Te imaginas que yo… —Entonces, supongo, se dio cuenta de lo asustado que estaba yo. —Mira, el Halcón no es un ratero ocasional. Vive en un mundo tan paranoide como éste en el que tú te encuentras ahora, sólo que siempre. Si está aquí, puedes tener la seguridad de que hay tantos de sus hombres (ojos, oídos y dedos) como de Maud Hickenlooper.

—Hinkle.

—Da igual. Ningún Cantor va a… Oye, crees de veras que yo

Y aunque yo sabía que todas esas muequitas duras eran costras para enmascarar el dolor, dije:

—Sí.

—En una oportunidad hiciste algo por mí y…

—Yo te di algunos costurones más, eso es todo. Todas las costras cayeron.

—Halcón —dije— Muéstrame.

* * *

Respiró hondo. Luego empezó a desabrocharse los botones de bronce. Las solapas de la chaqueta se abrieron. Los rayos de luz le tiñeron el pecho de cambiantes tonos pastel.

Sentí que se me arrugaba la cara. No quise apartar la mirada. En cambio, respiré entre dientes, con un siseo, lo cual no fue mejor.

Levantó la cabeza.

—Hay muchas más que la ultima vez que estuviste aqui, ¿no?

—Te vas a matar, Halcón.

Se encogió de hombros.

—Ya ni siquiera puedo reconocer las que puse yo.

Se las miró para señalármelas.

—Oh, vamos —dije, con excesiva brusquedad. Y por espacio de tres inspiraciones, se fue poniendo cada vez más tenso, hasta que lo vi extender la mano para alcanzar el último botón.—. Muchacho —dije, tratando de reprlmir en mi voz la desesperación— ¿por qué lo haces? —y terminé por reprimir todo. No hay nada más desesperante que una voz en blanco.

Se encogió de hombros, comprendió que yo no quería eso y por un instante la furia centelleó en sus ojos verdes. Yo tampoco queria eso. Entonces dijo:

—Mira… uno toca a una persona con suavidad con dulzura, y quizá hasta con amor. Y. bueno, supongo que entonces el cerebro recibe un mensaje y algo, allí, lo interpreta como placer. Quizás algo allá arriba en mi cabeza hace una interpretación totalmente equivocada del mensaje…

Yo sacudi la cabeza.

—Tú eres un Cantor. Se sabe que los Cantores son excéntricos, es claro, pero…

Ahora él sacudía la cabeza. Entonces la furia se despejó. Y vi que una expresión pasaba de uno a otro de todos aquellos puntos que habían transmitido dolor al resto de sus facciones, y se desvanecía sin siquiera manifestarse en una palabra. Una vez más se miró las heridas que se entretejían como una red sobre el cuerpo esbelto.

—Abróchate, muchacho. Me arrepiento de haber hablado.

A mitad de la solapa sus manos se detuvieron.

—¿De veras piensas que sería capaz de entregarte?

—Abróchate.

Lo hizo. Luego dijo:

—Oh. —Y a continuación: —Es medianoche ¿sabes?

—¿Y?

—Edna acaba de pasarme la Palabra.

—¿Cuál es?

—Agata.

Asentí.

Terminó de abrocharse el cuello.

—¿En qué estás pensando?

—Vacas.

—¿Vacas?—preguntó Halcón—. ¿Por qué vacas?

—¿Has estado alguna vez en un tambo?

Negó en silencio.

—Para extraer el máximo de leche se debe mantener a las vacas en un estado de, por asi decir,vida latente. Se las alimenta por via intravenosa desde un gran tanque que bombea nutrientes por medio de tubos que se ramifican en conductos cada vez más pequeños hasta que llega a todos esos semlcadáveres de alto rendimiento.

—Lo he visto en peliculas.

—Gente.

—…y las vacas?

—Tú me has pasado la Palabra. Y ahora empieza a propagarse, a ramificarse, yo se la digo a otros, y ellos se la dicen a otros, hasta que mañana a medianoche…

—Voy a buscar…

—¡Halcón!

Se volvió.

—¿Qué?

—Tú dices que no crees que voy a ser victima de las maquinaciones de las fuerzas misteriosas que saben más que nosotros… Bueno, esa es tu opinion. Pero tan pronto como consiga deshacerme de este fardo voy a ahuecar el ala en la forma más espectacular que has visto en tu vida.

Dos arruguitas verticales surcaron la frente de Halcón.

—¿Estás seguro de que esto no lo he visto antes?

—A decir verdad me parece que si.—Ahora yo sonreí.

—Oh —dijo Halcón. E hizo un ruido que tenia toda la estructura de una carcajada pero no era mas que aire—. Iré en busca del Halcón.

Desapareció entre los árboles.

* * *

Levanté la cabeza y contemplé las pinceladas de luz de luna en el follaje.

La bajé para mirar mi maletin.

Arriba, por entre las rocas, esquivando los pastos altos venia el Halcón. Vestía traje de etiqueta gris; polera de seda gris. Por encima de la cara escabrosa, el cráneo estaba totalmente afeitado.

—¿El señor Cadwaliter-Erickson? —me tendió la mano.

Yo se la estreché: huesecitos puntiagudos envueltos en piel fofa.

—¿Cómo debo llamarlo a usted señor…?

—Arty.

—Arty el Halcon.

Yo traté de hacer ver que su elegancia gris me dejaba indiferente.

Me sonrió.

—Arty el Halcón. Eso es. Elegí ese nombre cuando era más joven que nuestro común amigo. Alex dice que usted tiene… bueno, algunas cosas que no son precisamente suyas. Que no le pertenecen.

Asentí.

—Muéstremelas.

—Le dijeron que…

Aventó con un gesto el final de mi frase.

—Vamos, déjeme ver.

Extendió la mano, sonriendo con tanta afabilidad como un cajero de banco. Pasé el pulgar por el cierre de presión. La tapa hizo tsk.