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Alguien pronunció su nombre.

* * *

—Zakalwe. ¿Cheradenine?

—¿Qué…? —Recobró el conocimiento y se encontró contemplando el rostro de un anciano que le pareció vagamente familiar—. ¿Beychae? —se oyó preguntar.

Por supuesto. Aquel anciano era Tsoldrin Beychae. No recordaba que fuese tan mayor.

Miró a su alrededor y aguzó el oído. Oyó un zumbido y vio un pequeño camarote de paredes desnudas. ¿Un barco? ¿Una nave espacial?

Osom Emananish, dijo la voz de su memoria. Nave espacial, clíper, con destino a…, algún planeta cerca de Imbren (fuera lo que fuese aquel lugar y estuviera donde estuviese). Los Habitáculos de Impren… Tenía que llevar a Beychae a los Habitáculos de Impren. Un instante después se acordó del hombrecillo y su maravillosa máquina de campos y del disco azul que había producido. Hurgó a mayor profundidad —algo que no habría podido hacer sin el entrenamiento y los sutiles cambios efectuados por la Cultura—, y encontró el rastro de la memoria siempre activada que se encargaba de seleccionar los datos imprescindibles que debían ser conservados de entre todos los que almacenaba su cerebro. La habitación con los haces de fibras ópticas; el beso enviado con la punta de los dedos por la única razón de que era justamente lo que le apetecía hacer en aquel momento; la explosión y el haber salido despedido a través del bar hasta aterrizar en la sala; el golpe en la cabeza… El resto era muy vago, y se reducía a gritos lejanos y la sensación de que le cogían y le transportaban a otro lugar. Las voces que su cerebro había captado mientras estaba inconsciente no eran más que sonidos confusos.

Se quedó inmóvil durante unos momentos escuchando lo que le estaba diciendo su cuerpo. No había conmoción cerebral. Su riñón derecho había sufrido algunos daños leves, tenía montones de morados, abrasiones en ambas rodillas, cortes en la mano derecha…, y a su nariz aún le faltaba un poco para volver a la normalidad.

Se incorporó y volvió a examinar el camarote. Paredes de metal, dos catres, un taburete ocupado por Beychae…

—¿Estoy encerrado?

Beychae asintió.

—Sí. Esto es la prisión de la nave.

Se reclinó en el catre. Se dio cuenta de que llevaba puesto un mono de tripulante desechable. El pendiente-terminal había desaparecido de su oreja y el lóbulo se encontraba lo bastante irritado para hacerle sospechar que el transceptor había opuesto cierta resistencia a separarse de él.

—¿Tú también o sólo yo? —preguntó.

—Sólo tú.

—¿Y la nave?

—Creo que nos dirigimos hacia el sistema estelar más próximo. El motor principal no funciona y estamos usando los impulsores de emergencia.

—¿Cuál es el sistema estelar más próximo?

—Bueno, el único planeta habitado se llama Murssay. Ciertas zonas del planeta están luchando con otras…, es uno de esos conflictos a pequeña escala de los que me hablaste. Es posible que no nos permitan aterrizar.

—¿Aterrizar? —Se acarició la nuca y soltó un gruñido. El morado de allí parecía ser el más grande de toda su colección—. Esta nave no puede aterrizar. No está construida para desplazarse dentro de la atmósfera.

—Oh —murmuró Tsoldrin—. Bueno, quizá querían decir que no nos darían permiso para pisar la superficie del planeta.

—Hmmm. Debe de haber algún tipo de instalación orbital. Tienen una estación espacial…, ¿no?

Beychae se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

Miró al anciano y recorrió el camarote con la mirada dejando bien claro que buscaba algo.

—¿Qué saben de ti? —preguntó mientras movía exageradamente los ojos en todas direcciones.

Beychae sonrió.

—Saben quién soy. He hablado con el capitán, Cheradenine. Recibieron una transmisión de la compañía naviera dándoles orden de regresar, aunque no sabían por qué. Ahora ya lo saben. El capitán podía escoger entre esperar la llegada de unidades navales Humanistas que vendrían a recogernos o poner rumbo hacia Murssay y optó por escoger esta última solución, aunque creo que recibió ciertas presiones de la Gobernación a través de la empresa naviera. Al parecer recalcó el hecho de que informó a sus superiores de lo ocurrido en la nave y de quién era yo mediante el canal de emergencia.

—Con lo que todo el mundo está enterado, ¿no?

—Sí. Supongo que a estas alturas todo el Grupo de Sistemas sabe quiénes somos, pero lo importante es que tengo la impresión de que el capitán quizá sienta cierta simpatía hacia nuestra causa.

—Sí, pero… ¿qué ocurrirá cuando lleguemos a Murssay?

—Que nos veremos libres de su presencia, señor Zakalwe —dijo un altavoz situado encima de su cabeza.

Se volvió rápidamente hacia Beychae.

—Espero que tú también hayas oído eso.

—Creo que quizá sea el capitán —dijo Beychae.

—Soy el capitán —dijo la voz—, y acaban de informarnos de que deberemos despedirnos antes de llegar a la estación de Murssay.

Parecía un poco irritado.

—¿De veras, capitán?

—Sí, señor Zakalwe. Acabo de recibir una transmisión militar de la Hegemonarquía Balzeit de Murssay. Quieren recogerle a usted y al señor Beychae antes de que entremos en contacto con la Estación. Han amenazado con atacarnos si no les obedecemos y tengo intención de hacer lo que piden; enviaré una protesta oficial y les obedeceré de mala gana, desde luego, pero…, francamente, librarme de ustedes será un gran alivio. Ah, me permito añadir que la nave en la que pretenden transportarles debe de tener unos doscientos años de antigüedad y enterarme de que sigue estando en condiciones de viajar por el espacio ha sido una auténtica sorpresa. Faltan un par de horas para que lleguemos, y si esa nave consigue presentarse en el punto de cita me temo que su viaje por la atmósfera de Murssay puede ser bastante movido. Señor Beychae, creo que si hablara con los dirigentes de Balzeit quizá pudiera convencerles de que le dejaran seguir viaje con nosotros hasta la Estación de Murssay. Sea cual sea su decisión, señor, le deseo que tenga un feliz viaje. Beychae permaneció inmóvil sobre su pequeño taburete.

—Balzeit —dijo asintiendo con expresión pensativa—. Me pregunto qué querrán de nosotros…

—Te quieren a ti, Tsoldrin —dijo él sacando los pies del catre—. ¿Están del lado de los buenos? —preguntó poniendo cara de incertidumbre—. Maldición, hay demasiadas guerras…

—Bueno, en teoría lo están —dijo Beychae—. Creo que opinan que los planetas y las máquinas pueden tener alma.

—Ya me lo imaginaba —replicó él. Se puso en pie, flexionó los brazos y movió los hombros—. Si la Estación de Murssay es territorio neutral será mejor que vayas ahí, aunque supongo que esos tipos de Balzeit sólo te quieren a ti.

Se frotó la nuca e intentó recordar cuál era la situación en Murssay. Murssay era justo el tipo de planeta que podía provocar el estallido de una guerra a gran escala. El conflicto que enfrentaba a fuerzas militares relativamente arcaicas se libraba entre Consolidacionistas y Humanistas. Balzeit formaba parte del bando Consolidacionista, aunque su alto mando era una especie de sacerdocio. No estaba muy seguro de qué podían querer de Beychae, aunque creía recordar que los sacerdotes se tomaban muy en serio el culto a los héroes. Claro que… Bueno, quizá se habían enterado de que Beychae estaba cerca y sólo querían retenerle para pedir un rescate.