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El vagón no tenía ventanas.

—¡Oh, sí! Una de las tradiciones de nuestra fe nos ordena buscar influencias exteriores porque siempre son mucho más poderosas y venerables que las otras. —El gran sacerdote (le había dicho que se llamaba Napoerea) hizo una especie de reverencia—. ¿Y quién más poderoso y venerable que el hombre que fue ComMil?

ComMil… Tuvo que hurgar en las profundidades de su memoria para comprender de qué estaba hablando. ComMil… Sí, ése era el puesto que había ocupado según la jerga de los medios de comunicación del Grupo de Sistemas. Había sido Director de Operaciones Militares cuando él y Tsoldrin Beychae tomaron parte por última vez en la enloquecida danza de la política. Beychae se convirtió en ComPol y se encargó de los asuntos puramente políticos (¡ah, esas maravillosas distinciones!).

—ComMil… —asintió, aunque seguía sin entender nada—. ¿Y creéis que puedo ayudaros?

—¡Noble Zakalwe! —exclamó el gran sacerdote. Saltó de su asiento y se arrodilló en el suelo delante de él—. ¡Sois todo aquello en lo que creemos!

Bajó la vista hacia el gran sacerdote y se reclinó en los almohadones del asiento.

—¿Puedo preguntar por qué?

—¡Vuestras hazañas son legendarias! ¡Han quedado grabadas en nuestras mentes desde la última gran desgracia! Antes de morir nuestro Guiador profetizó que la salvación vendría «desde más allá de los cielos», y vuestro nombre fue uno de los que mencionó. ¡Habéis venido a nosotros en nuestra hora de más desesperada necesidad! ¡Sois la salvación que se nos había prometido!

—Comprendo —dijo él sin comprender nada—. Bueno, veremos qué se puede hacer…

—¡Mesías!

* * *

El tren se detuvo en una estación perdida en el centro de la nada. Fueron escoltados desde ella hasta un ascensor y luego a un conjunto de habitaciones que se le dijo daba a la ciudad que había debajo de ella, pero las ventanas estaban opacadas. Las pantallas internas habían sido desactivadas. Los adornos y el mobiliario eran de lo más opulento y pasó un rato inspeccionando las habitaciones.

—Sí, muy bonitas. Gracias.

—Y aquí están vuestros jovencitos —dijo el gran sacerdote.

Descorrió una cortina del dormitorio y reveló media docena de muchachos esparcidos sobre una cama inmensa en posturas de considerable languidez.

—Bien…, yo…, eh… Gracias —murmuró con una inclinación de cabeza dirigida al gran sacerdote.

Se volvió hacia los muchachos, les sonrió y todos le devolvieron la sonrisa.

* * *

Estaba tumbado en la cama ceremonial del palacio con las manos detrás del cuello. De repente oyó un «pop» y vio una esfera de luz azulada que no tardó en desaparecer dejando en su lugar una máquina minúscula que tendría el tamaño de un pulgar humano.

—¿Zakalwe?

—Hola, Sma.

—Escucha…

—No, escúchame tú. Me gustaría saber qué mierda está sucediendo aquí.

—Zakalwe —dijo Sma a través del proyectil explorador—, es un poco complicado, pero…

—Pero tengo que seguirle la corriente a una pandilla de sacerdotes homosexuales convencidos de que voy a resolver todos sus problemas militares, ¿verdad?

—Cheradenine… —dijo Sma con el tono de súplica que empleaba cuando quería que se le pasara el enfado—. Estas personas han logrado incorporar la creencia en tus proezas marciales al conjunto de dogmas de su religión. No querrás desilusionarles, ¿verdad?

—Oh, sería de lo más sencillo, créeme.

—Cheradenine, te guste o no lo cierto es que estas personas te consideran una leyenda viviente. Creen que eres capaz de hacer grandes cosas.

—Bien, ¿y qué se supone que debo hacer?

—Guiarles. Convertirte en su general.

—Sí, creo que eso es lo que esperan de mí. Pero… ¿qué es lo que realmente debo hacer?

—Sólo eso —dijo la voz de Sma—. Conviértete en su líder. Beychae se encuentra en la Estación de Murssay, y de momento la Estación ha sido considerada como territorio neutral. Parece que ha decidido ayudarnos… Zakalwe, ¿es que no lo entiendes? —La voz de Sma sonaba tensa y exultante—. ¡Les tenemos atrapados! Beychae está haciendo lo que queríamos que hiciera, y en cuanto a ti basta con que…

—¿Qué?

—Basta con que seas tú mismo. ¡Ponte al frente de sus tropas!

—Sma… —murmuró mientras meneaba la cabeza—. ¿Por qué no pruebas a explicármelo como si fuera retrasado mental? ¿Qué se supone que debo hacer?

El proyectil le transmitió el suspiro de Sma.

—Ganar su guerra por ellos, Zakalwe. Estamos dando apoyo a las fuerzas con las que deberás trabajar. Si consiguen salir vencedores y si Beychae apoya al bando que gane la guerra, quizá podamos cambiar el curso de la situación política en todo el Grupo. —Oyó como tragaba aire—. Zakalwe, tenemos que hacerlo. Nuestras manos están atadas hasta cierto punto, pero necesitamos que hagas algo. Gana su guerra por ellos y quizá podamos salir de este atolladero. Hablo en serio.

—Estupendo, y yo también hablo en serio —dijo sin apartar los ojos del proyectil de exploración—. Pero ya he echado un vistazo a sus mapas y estos tipos están metidos en un lío muy gordo. Si quieres que ganen la guerra… Bueno, creo que haría falta un auténtico milagro.

—Inténtalo, Cheradenine. Por favor…

—¿Tendré ayuda de alguna clase?

—Eh… ¿Qué quieres decir?

—Datos, Sma. Si pudierais mantenerme informado de lo que hace el enemigo…

—Ah, no, Cheradenine. Lo siento, pero es imposible.

—¿Qué? —exclamó, y se irguió en la cama.

—Lo siento, Zakalwe, te lo aseguro, pero… Fue una de las condiciones que nos impusieron. La situación es terriblemente delicada y tenemos que mantenernos lo más alejados posible de ella. El proyectil ni tan siquiera debería estar aquí, y tendrá que marcharse muy pronto.

—Entonces… Tendré que arreglármelas por mí mismo, ¿no?

—Lo siento —dijo Sma.

—¡Más lo siento yo! —gritó él, y se dejó caer sobre la cama.

* * *

Recordaba que hacía algún tiempo Sma le había dicho que no debía jugar a los soldaditos. «Nada de jugar a los malditos soldaditos», pensó mientras recogía sus cabellos en la nuca y rodeaba la cola de caballo con la banda elástica. Estaba amaneciendo. Dio unos golpecitos sobre la cola de caballo con la punta de los dedos y se volvió hacia los gruesos cristales de las ventanas para contemplar una imagen distorsionada de la ciudad envuelta en nieblas que empezaba a despertar. El amanecer teñía de rojo las cimas de las montañas que se alzaban sobre ella, y el cielo estaba muy azul. Contempló con cara de disgusto la túnica sobrecargada de adornos que los sacerdotes esperaban verle utilizar y empezó a ponérsela de bastante mala gana.

* * *

La Hegemonarquía y sus adversarios, el Imperio de Glaseen, ya llevaban seiscientos años luchando por el control del subcontinente de tamaño más bien modesto en el que vivían cuando el resto del Grupo de Sistemas fue a hacerles una visita en las extrañas estructuras flotantes que llamaban naves-cielo. La visita había tenido lugar hacía unos cien años y comparadas con las otras sociedades de Murssay la Hegemonarquía y el Imperio estaban bastante atrasadas incluso antes de recibirla. El resto del Grupo de Sistemas les llevaba varias décadas de ventaja tecnológica y unos cuantos siglos de ventaja moral y política. Antes de que fueran contactados los nativos luchaban con ballestas y cañones de carga delantera. Había pasado un siglo, y ahora tenían tanques…, montones de tanques. Tenían tanques, artillería, camiones y unas cuantas aeronaves muy poco eficientes. Cada bando poseía algún armamento de prestigio parcialmente importado pero, básicamente, regalado por algunas de las sociedades más avanzadas del Grupo. La Hegemonarquía poseía una nave espacial de sexta o séptima mano; el Imperio contaba con unos cuantos proyectiles que casi todos los expertos creían no estaba en condiciones de manejar y, aparte de eso, que carecían de toda utilidad política porque se suponía que poseían cabezas nucleares. La opinión pública del Grupo podía tolerar la ayuda tecnológica para seguir librando una guerra inútil siempre que los hombres, las mujeres y los niños fueran muriendo en hornadas relativamente pequeñas y de forma regular, pero la idea de un millón de personas incineradas en un segundo o de una ciudad destruida por una detonación nuclear resultaba impensable.