De momento el Imperio parecía a punto de convertirse en el ganador de una guerra convencional cuyo campo de batalla era el territorio de dos países empobrecidos. Si hubieran podido quedar libres de las interferencias exteriores las dos sociedades probablemente habrían empezado a dominar la energía del vapor, pero por el momento los caminos estaban llenos de campesinos refugiados, las carretas cargadas con el mobiliario y las posesiones de casas enteras se balanceaban entre las cunetas y los tanques se encargaban de arar los campos mientras la eliminación de las chabolas y la limpieza de terrenos corrían a cargo de los bombarderos.
La Hegemonarquía se estaba retirando por las llanuras y las montañas y sus cada vez más exhaustas tropas huían ante la caballería motorizada del Imperio.
Acabó de ponerse la túnica y fue directamente a la sala de mapas. Unos cuantos oficiales del Estado Mayor se levantaron de un salto para ponerse en posición de firmes al verle entrar y se frotaron los ojos en un intento de espabilarse. Vistos por la mañana los mapas tenían tan mal aspecto como la noche anterior, pero aun así los inspeccionó durante un buen rato. Se fijó en las posiciones de sus fuerzas y en las del Imperio, hizo algunas preguntas a los oficiales e intentó decidir hasta qué punto podía confiar en su servicio de inteligencia y averiguar cuál era el nivel de la moral de las tropas.
Los oficiales parecían estar bastante más enterados de la situación de las tropas enemigas que del estado anímico de sus propios hombres.
Asintió en silencio, volvió a examinar los mapas y abandonó la sala para desayunar con Napoerea y el resto de los sacerdotes. En cuanto acabaron les llevó a todos de vuelta a la sala —lo normal habría sido que los sacerdotes regresaran a sus aposentos para dedicarse a la contemplación— y les hizo más preguntas.
—Y quiero un uniforme como el de estos tipos —dijo señalando a uno de los oficiales de enlace que había en la sala de mapas.
—Pero, noble Zakalwe… —dijo Napoerea poniendo cara de preocupación—. ¡Llevar puesto ese uniforme os rebajaría!
—Y llevar puesto algo tan incómodo me impedirá moverme —replicó él señalando con la mano la larga y pesada túnica que le cubría—. Quiero echar un vistazo al frente.
—Pero… ¡Estamos en la ciudadela sagrada! Todos los datos de nuestros servicios de inteligencia vienen aquí y todas las plegarias de nuestra gente se dirigen a…
—Napoerea —dijo él poniendo una mano sobre el hombro del gran sacerdote—, ya lo sé, pero necesito examinar la situación con mis propios ojos. Acabo de llegar, ¿lo recuerdas? —Contempló los rostros de los otros sacerdotes y sus más o menos aparatosas expresiones de infelicidad y preocupación—. Estoy seguro de que vuestro sistema de hacer las cosas funciona siempre que las circunstancias sean idénticas a como han sido en el pasado —dijo muy serio—, pero yo soy nuevo aquí, y si quiero averiguar las cosas que probablemente ya sabéis tendré que utilizar nuevos sistemas. —Se volvió hacia Napoerea—. Necesitaré mi propia aeronave. Un aparato de reconocimiento modificado servirá, y quiero dos cazas como escolta.
Los sacerdotes habían opinado que desplazarse los treinta kilómetros de distancia que les separaban del espaciopuerto era el colmo de la temeridad y la falta de respeto a la ortodoxia. La idea de revolotear por todo el subcontinente les pareció una locura pura y simple.
Pero él pasó los días siguientes haciendo precisamente eso. Los combates habían entrado en una fase de relativa calma —las fuerzas de la Hegemonarquía seguían huyendo y el Imperio se dedicaba a consolidar sus últimas conquistas—, y eso le facilitó un poco la tarea. Llevaba un uniforme muy sencillo que carecía incluso de la media docena de cintas y medallas que hasta el oficial de enlace más bisoño parecía necesitar para sentir que su existencia estaba justificada. Habló con los generales y coroneles más desmoralizados, grises y acostumbrados a las campañas difíciles que pudo encontrar, y también habló con los oficiales que servían a sus órdenes y con los soldados y tripulantes de los tanques, y con los cocineros, encargados de los suministros, ordenanzas y médicos. La mayoría de conversaciones requerían los servicios de un intérprete, ya que sólo los oficiales de mayor rango hablaban la lengua común del Grupo de Sistemas; pero aun así sospechaba que las tropas se sentían más cerca de alguien que hablaba otro idioma pero que les hacía preguntas que de alguien que hablaba el mismo idioma que ellos y sólo lo empleaba para dar órdenes.
Otra de las cosas que hizo durante la primera semana de su estancia allí fue visitar cada base aérea de cierta importancia y hablar con el personal de la Fuerza Aérea para averiguar qué opinaban y cuál era su estado emocional. La única persona a la que tendía a ignorar durante esas visitas era al siempre vigilante sacerdote que cada escuadrón, regimiento o fuerte poseía como jefe titular. Los cuatro o cinco sacerdotes asignados a puestos militares con los que habló al principio de su gira no le proporcionaron ninguna información útil, y ninguno de los que vio a continuación parecía tener nada interesante que añadir al saludo inicial prescrito por los rituales. Hacia el segundo día de sus viajes llegó a la conclusión de que el peor problema al que debían enfrentarse los sacerdotes era ellos mismos.
—¡La provincia de Shenastri! —exclamó Napoerea—. ¡Pero allí hay doce santuarios o lugares religiosos de gran importancia! ¿Y os proponéis abandonarla sin presentar batalla?
—Recuperaréis los templos en cuanto hayamos ganado la guerra, y probablemente también conseguiréis montones de tesoros nuevos que guardar dentro de ellos. Los templos caerán tanto si intentamos defenderlos como si no, y si combatimos hay muchas probabilidades de que sufran graves daños o de que acaben convertidos en ruinas. Mi plan garantiza que quedarán intactos, y les obliga a estirar muchísimo sus líneas de suministros. Escucha, las lluvias empezarán dentro de… ¿Cuánto tiempo? ¿Un mes? Cuando estemos listos para contraatacar sufrirán graves problemas de aprovisionamiento. Los terrenos empapados por la lluvia que tendrán detrás les impedirán conseguir nuevos suministros, y cuando empecemos el ataque no podrán retirarse. Napo, viejo amigo…, es un plan soberbio, créeme. Si fuera un comandante del otro bando y viera que me ofrecen toda esta zona en bandeja jamás me acercaría a menos de un millón de kilómetros de ella, pero los chicos del Ejército Imperial tendrán que caer en la trampa porque la Corte jamás les permitirá seguir ningún otro curso de acción. Pero ellos saben que es una trampa, ¿comprendes? Eso tendrá efectos terribles sobre su moral.
—No sé, no sé…
Napoerea meneó la cabeza, se llevó las dos manos a la boca y se dio masaje en el labio inferior mientras contemplaba el mapa con cara de preocupación.