No le ofreció la mano.
Sma fue hacia la puerta con la unidad flotando detrás de ella.
La mujer miró hacia atrás. Le vio asentir con la cabeza y se quedó inmóvil como si quisiera decir algo, pareció cambiar de opinión y salió de la habitación.
La unidad también se detuvo en el umbral.
—Zakalwe —dijo—, sólo quería añadir que…
—¡Fuera! —aulló él.
Giró sobre sí mismo y se inclinó en un solo movimiento agarrando la mesita entre las piernas y arrojándola con todas sus fuerzas hacia la máquina que flotaba en el umbral. La mesita rebotó en un campo invisible y cayó al suelo. La unidad salió a toda velocidad y la puerta se cerró detrás de ella.
Permaneció inmóvil durante unos minutos sin apartar los ojos de los paneles de madera.
II
Por aquel entonces era más joven y los recuerdos aún estaban muy frescos. A veces hablaba de ellos con las personas congeladas que parecían dormir durante sus vagabundeos por el frío y la negrura de la nave, y su silencio le hacía preguntarse si realmente estaba loco.
La experiencia de haber sido congelado y despertar no había afectado en nada a sus recuerdos. Las imágenes seguían tan claras como siempre. Había albergado la esperanza de que los discursos de quienes defendían la congelación fueran excesivamente optimistas, e incluso había llegado a sentir el deseo secreto de que el proceso desgastara los recuerdos, pero se había llevado una desilusión. El proceso de calentar el cuerpo y hacerlo revivir había sido menos traumático y desorientador que el despertar después de perder el conocimiento a causa de un golpe, algo que ya le había ocurrido unas cuantas veces a lo largo de su existencia. Revivir era un proceso con muchos menos altibajos que exigía algo más de tiempo, y la verdad es que resultaba francamente agradable. Era como despertar después de haber pasado una buena noche de sueño.
Le dejaron a solas durante un par de horas después de los exámenes médicos que terminaron declarándole en perfecto estado de salud. Se sentó, se envolvió en una gruesa toalla de baño, se tumbó en la cama y —como quien hurga en un diente enfermo con la lengua o con un dedo sin ser capaz de poner fin a esas incesantes comprobaciones de que el diente sigue doliéndole— llamó a sus recuerdos, repasando la lista de los adversarios antiguos y recientes que había esperado acabarían perdidos en la oscuridad y el frío del espacio.
Todo su pasado estaba presente, y todo lo que había ido mal también estaba presente…, intacto y entero.
El nombre de la nave era Los amigos ausentes y su viaje duraría algo más de un siglo. Era algo así como un viaje de compasión y buenas obras. Sus propietarios alienígenas habían donado los servicios de la nave para que ayudara a aliviar los efectos de una guerra terrible. Él no merecía el sitio que ocupaba a bordo, y había tenido que utilizar documentos falsos y un nombre falso para asegurarse la huida. Se ofreció voluntario para despertar hacia la mitad del recorrido y convertirse en tripulante porque pensaba que viajar por el espacio sin llegar a conocerlo sería algo lamentable. No poder apreciar ese vacío o contemplarlo era casi vergonzoso. Quienes no se habían ofrecido como tripulantes serían drogados en el planeta, llevados al espacio inconscientes, congelados y despertados en otro planeta.
Esa opción siempre le había parecido vagamente indigna. Ser tratado de una forma semejante equivalía a convertirse en parte del cargamento.
Las otras dos personas despiertas cuando fue revivido se llamaban Ky y Erens. Se suponía que Erens debía de haber vuelto a las filas de los congelados hacía ya cinco años después de haber servido unos cuantos meses como tripulante de la nave, pero decidió permanecer despierto hasta que llegaran a su destino. Ky había sido revivido tres años antes y también debería haber vuelto al sueño para ser sustituido pocos meses después por el siguiente nombre en la lista que establecía la rotación de tripulantes, pero cuando llegó ese momento Erens y Ky ya habían empezado a discutir y ninguno de los dos quería ser el primero en volver a la falta de cambios de la congelación. La inmensa nave fría y silenciosa siguió moviéndose lentamente por el espacio deslizándose junto a los alfileritos luminosos que eran las estrellas durante dos años y medio que transcurrieron en una situación de tablas. Acabaron despertándole porque su nombre era el siguiente de la lista y porque querían otra persona con quien hablar, pero lo habitual era que se limitara a estar sentado en la zona de la tripulación oyéndoles discutir.
—Aún faltan cincuenta años —dijo Ky mirando fijamente a Erens.
Erens alzó la mano que sostenía una botella y la agitó de un lado a otro.
—Puedo esperar. Cincuenta años no son la eternidad.
Ky movió la cabeza señalando la botella.
—Ese veneno y el resto de porquerías que consumes acabarán matándote. No conseguirás llegar al final del viaje. Nunca volverás a ver la luz del sol o a saborear la lluvia en tus labios. No durarás ni un año, y mucho menos cincuenta… Deberías volver a dormir.
—No es dormir.
—Deberías volver a como quieras llamarlo. Deberías permitir que te volviesen a congelar.
—Y tampoco es una auténtica congelación.
Erens consiguió poner cara de perplejidad y de disgusto al mismo tiempo.
El hombre al que habían despertado se preguntó cuántos centenares de veces habían mantenido aquella misma discusión.
—Deberías volver a ese pequeño cubículo helado tal y como se suponía que debiste hacer cuando te tocaba y pedirles que te curaran de tus adicciones al despertar —dijo Ky.
—La nave ya me tiene en tratamiento —replicó Erens. La embriaguez le obligaba a hablar despacio y otorgaba un extraño tono de dignidad a sus palabras—. Mis entusiasmos me han llevado a un estado de gracia, una gracia sublimemente tensionada…
Erens echó la botella hacia atrás y la apuró.
—Conseguirás matarte.
—Es mi vida, ¿no?
—Quizá consigas matarnos a todos. A toda la gente que viaja en la nave, durmientes incluidos…
—La nave sabe cuidar de sí misma.
Erens suspiró y recorrió la Sala de Tripulantes con la mirada. Era el único lugar sucio de toda la nave. Los robots se ocupaban de mantener el orden y la limpieza en todo el resto de la inmensa estructura, pero Erens había conseguido borrar las coordenadas de la Sala de Tripulantes de la memoria de la nave, y eso permitía que el recinto tuviera un aspecto agradablemente sucio. Erens se estiró e hizo caer dos tazones reciclables de la mesa.
—Eh… —dijo Ky—. ¿Y si tus manipulaciones le han causado alguna avería?
—Ky, no he hecho ninguna «manipulación» —dijo Erens con una sonrisita burlona—. Me he limitado a alterar unos cuantos programas de limpieza y mantenimiento de lo más básico. La nave ya no nos habla y permite que este recinto parezca un sitio habitado…, y eso es todo. No he hecho nada que pueda llevarla al corazón de una estrella o que la convenza de que es humana y le haga preguntarse qué están haciendo esos parásitos intestinales que se mueven por su interior. Pero tú no puedes entenderlo… No tienes la experiencia o los conocimientos técnicos necesarios. Livu, en cambio… Él quizá sí pueda entenderlo, ¿eh? —Erens se estiró un poco más. La silla resbaló hacia atrás y las botas arañaron la sucia superficie de la mesa—. Lo entiendes, Darac…, ¿verdad que sí?
—No estoy seguro de entenderlo —admitió él (a esas alturas ya estaba acostumbrado a responder tanto si le llamaban Darac como si le llamaban señor Livu o simplemente Livu)—. Supongo que si sabes lo que estás haciendo… Bueno, supongo que en ese caso no has causado ningún daño. —Sus palabras parecieron complacer a Erens—. Por otra parte, muchas personas que creían saber qué estaban haciendo han provocado auténticos desastres.