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Sma tuvo que hacer un esfuerzo para volver a la realidad.

—Sigue siendo lo bastante bueno para convertir en chatarra a un proyectil cuchillo —dijo mirando a la máquina.

Volvió la cabeza hacia la pantalla y observó el océano cubierto de calina y nubes que se iba desplegando debajo del módulo. Estaban acercándose al punto donde empezaba la capa de nubes.

—Entonces estaba trabajando para él mismo. Con nosotros será otro Palacio de Invierno…, lo presiento.

Sma meneó la cabeza, aparentemente hipnotizada por el paisaje de nubes y la curva del océano.

—No sé qué ocurrió allí. Quedó atrapado en ese asedio y se negó a hacer nada para escapar. Le advertimos, y al final se lo explicamos con toda claridad, pero él no quería…, no podía hacer nada. No entiendo qué le sucedió, de veras. Fue como si hubiera dejado de ser el Zakalwe de siempre.

—Bueno, recuerda que perdió la cabeza en Fohls. Puede que perdiera algo más que la cabeza… Quizá lo perdió todo allí. Quizá no logramos rescatarle a tiempo…

—Logramos rescatarle a tiempo —dijo Sma.

Las palabras de la unidad hicieron que Fohls también volviera a su mente. Estaban atravesando una gruesa capa de nubes y la pantalla sólo mostraba una masa grisácea. Sma no se tomó la molestia de ajustar la longitud de onda, y se dedicó a contemplar la luminosa falta de rasgos distintivos del interior de la capa de cúmulos por la que se estaban moviendo.

—Aun así fue una experiencia traumática —dijo la unidad.

—Desde luego, pero…

Sma se encogió de hombros. La pantalla volvió a mostrar el océano y las nubes, y el módulo aumentó levemente el ángulo de su descenso hacia las olas mientras incrementaba la aceleración. El mar pareció salir disparado a su encuentro. Sma desactivó la pantalla y le lanzó una mirada algo avergonzada a Skaffen-Amtiskaw.

—Nunca me ha gustado ver los descensos —confesó. La unidad no dijo nada. El silencio se adueñó del interior del módulo durante unos momentos—. ¿Aún no hemos llegado? —preguntó Sma por fin.

—Estamos haciendo nuestra pequeña imitación de un submarino —dijo la unidad en un tono de voz algo seco—. Llegaremos a tierra dentro de quince minutos.

Sma volvió a activar la pantalla, ajustó los mandos para que mostraran una imagen sónica y contempló el fondo del mar que desfilaba rápidamente por debajo de ellos. El módulo no paraba de maniobrar, girando, hundiéndose y alterando la velocidad para esquivar a las criaturas marinas mientras seguía la pendiente cada vez más pronunciada de la meseta continental que terminaría llevándoles a tierra firme. La imagen de la pantalla resultaba un poco desconcertante. Sma volvió a desactivarla y miró a la unidad.

—Estará bien y vendrá con nosotros. Seguimos sabiendo dónde está esa mujer, ¿no?

—¿Livueta la Despectiva? —replicó la unidad con voz burlona—. Creo recordar que la última vez no le trató demasiado bien. Si tu seguro servidor no hubiese estado allí para salvarle Zakalwe habría acabado con la cabeza hecha trocitos… ¿Qué razón puede tener Zakalwe para querer verla de nuevo?

—No lo sé. —Sma frunció el ceño—. Se niega a hablar del asunto, y Contacto aún no ha tenido tiempo de llevar a cabo una investigación completa sobre el que creemos es su planeta de origen. Tengo la impresión de que todo eso está relacionado con algo de su pasado…, algo que hizo antes de que oyéramos hablar de él. No lo sé… Creo que la ama, o que la amó, y sigue creyendo que la ama…, o quizá sólo quiera…

—¿Qué? ¿Qué es lo que quiere? Venga, dímelo.

—¿Que le perdone?

—Sma, basta con pensar en todas las cosas que Zakalwe ha hecho desde que le conocemos para comprender que si hubiera que empezar a perdonárselas haría falta inventar una divinidad exclusiva para él.

Sma volvió la vista hacia la pantalla desactivada y meneó la cabeza.

—La vida no funciona así, Skaffen-Amtiskaw —dijo en voz baja.

«Ni así ni de ninguna otra forma…», pensó la unidad, pero no dijo nada.

* * *

El módulo emergió en un muelle desierto situado en el centro de la ciudad, se quedó inmóvil durante unos momentos flotando entre las algas y la basura y alteró la textura de sus campos externos haciéndola un poco más rugosa para que los desperdicios aceitosos que bailoteaban sobre las olitas no pudieran adherirse a ella.

Sma vio cerrarse la escotilla superior y bajó de la unidad para pisar la maltrecha superficie de cemento del muelle. El noventa por cien de la masa del módulo estaba sumergida, y parecía un bote de quilla plana que hubiera decidido convertirse en tortuga. Sma intentó alisar los pliegues de los pantalones más bien vulgares que, por desgracia, estaban haciendo furor en aquel lugar y momento, y contempló los almacenes vacíos y medio en ruinas que parecían rodear el muelle desierto. El gruñido ahogado de la ciudad podía oírse al otro lado del círculo de edificios, y Sma descubrió que aquellos sonidos lejanos le resultaban curiosamente reconfortantes.

—Oye, ¿qué habías dicho de no buscar en las ciudades? —preguntó Skaffen-Amtiskaw.

—No seas maleducado —replicó Sma. Dio una palmada y se frotó las manos. Bajó la vista hacia la unidad y sonrió—. Bien, viejo amigo… Ha llegado el momento de que empieces a comportarte como si fueras una maleta vieja. Ah, y no te olvides del asa.

—Espero que comprendas que todo esto me resulta tan humillante como te imaginas que debe resultarme —dijo Skaffen-Amtiskaw con tranquila dignidad.

La unidad proyectó el solidograma de un asa y giró sobre sí misma hasta quedar apoyada en el suelo. Sma cogió el asa e intentó levantarla.

—Una maleta vacía, idiota —gruñó.

—Oh, disculpa, ha sido un descuido —murmuró Skaffen-Amtiskaw, y se apresuró a disminuir su peso.

* * *

Sma abrió la cartera llena de dinero que había sido sacado de un banco del centro de la ciudad pocas horas antes por el efector del Xenófobo, siempre dispuesto a ayudar, y pagó al taxista. Se quedó inmóvil durante unos momentos viendo pasar la atronadora hilera de transportes de tropas que iba avenida abajo y acabó tomando asiento en un banco de piedra situado junto a una tira de árboles y césped para contemplar la ancha acera, la avenida que se extendía más allá de ella y el impresionante edificio de piedra que había al otro lado. Colocó a la unidad junto a ella. El tráfico desfilaba rugiendo a toda velocidad; los transeúntes iban y venían por la acera moviéndose con la premura de quienes llegan tarde a sus destinos.

«Bueno —pensó—, por lo menos parece que tienen casi todas las características del tipo Promedio…» Nunca le había gustado tener que soportar alteraciones físicas para pasar desapercibida entre los nativos. La civilización del planeta en que se encontraba ya era capaz de viajar por el sistema, y los nativos estaban bastante acostumbrados a ver aspectos físicos distintos al suyo, e incluso algún que otro alienígena. Su estatura era superior a la media, naturalmente, pero Sma había aprendido a pasar por alto las ocasionales miradas de curiosidad.

—¿Sigue ahí dentro? —preguntó en voz baja alzando la mirada hacia los centinelas armados que montaban guardia delante del Ministerio de Asuntos Extranjeros.

—Está hablando de montar una especie de negocio o fundación con uno de los jefazos —murmuró la unidad—. ¿Quieres oír lo que dicen?

—Hmmm… No.

Disponían de un sensor en la sala de conferencias, una máquina diminuta con la apariencia de una mosca que se paseaba por las paredes y el techo.

—¡Uf! —exclamó la unidad—. ¡Ese tipo es increíble!

Sma no pudo contenerse y miró a la unidad.

—¿Qué ha dicho? —preguntó frunciendo el ceño.